Por María Eugenia Acero Colomine • @mariacolomine
A veces, la violencia suele ser vista como un lugar común. Asumimos que violento es quien vocifera, grita y da portazos. En las campañas contra la violencia de género, la figura que se suele mostrar con regularidad es la de un tipo golpeando a su mujer. Similar pasa cuando hay anuncios para cesar la violencia parental: vemos a una mamá o un papá cayéndole a golpes a un niño. Sin embargo la agresión en realidad es una acción mucho más compleja y sutil, y muestra muchas caras. De ahí que se advierta con regularidad que las personas narcisistas manipulan y hacen daño de maneras insospechadas.
Sobre la base de esta premisa, en el año 2014, Tim Burton nos trajo una película que se sale del patrón al que nos tiene acostumbrado. Se trata de Big Eyes (Ojos grandes), basada en un caso real. Tuve oportunidad de descubrir esta historia en el festival de cine independiente en aquel año, y me impactó tanto que la traigo hoy a colación para compartirla con ustedes.
Relaciones Tóxicas
Margaret Ulbrich huye con su hija de un marido abusivo para empezar una nueva vida en California. Solo lleva unas prendas de vestir y sus pinturas. Empieza a abrirse camino humildemente pintando cunas y vendiendo sus cuadros a tres lochas cuando conoce en una galería callejera al hombre encantador que en poco tiempo se convertiría en su marido, agente y explotador. Este tipo la haría pintar todo un imperio artístico sin siquiera poder recibir el crédito por su obra. El matrimonio de Margaret pasaría a convertirse en una cárcel, cuyo único refugio serían precisamente los cuadros de los que se beneficiaría su marido. Margaret era obligada a pintar por 16 horas diarias.
Los retratos kitsch, firmados como Keane, causaron sensación y les convirtieron en una pareja mediática, llegando a aparecer en la portada de la revista Life. Las obras preferidas por la alta sociedad norteamericana eran en las que aparecían niños abandonados de grandes ojos tristes. Estos cuadros llegaron a costar 50.000 dólares cada uno.
El relato a ratos asfixia por la indignación. El sempiterno villano Christoph Waltz encarna a Walter Keane: el arribista que se aprovecha de la vulnerabilidad de su mujer para hacerse mundialmente famoso y amasar una cuantiosa fortuna con sus cuadros. Amy Adams personifica a Margaret Keane: una mujer ingenua y muy maltratada que cae nuevamente en una relación de pareja enferma. Es importante acotar que el drama está ambientado en las décadas de 1950 y 1960: una época aún muy conservadora hacia las mujeres. Una mujer divorciada era mal vista por la sociedad, y Margaret se apresura a casarse nuevamente para no perder la custodia de su hija. En esta historia no veremos platos rotos, golpes ni moretones. Walter Keane en la película jamás le levanta la mano a su mujer, pero a punta de manipulaciones va paulatinamente destruyendo la frágil autoestima de Margaret, hasta que esta se arma de valor para denunciar a su marido y salir adelante.
Tim Burton nos toma de la mano para acompañar el proceso de caída y resurrección de Margaret por recuperar su dignidad y toda la fortuna que le pertenecía por derecho, producto de su trabajo. En esta película sentimos el encierro y el hundimiento de esta joven artista, así como la desesperación por salir de un cuadro de dominación.
Basada en una historia real. Imperdible, muy bien contada y una biografía que por momentos no pareciera rodada por Burton hasta que a ratos aparecen toques macabros muy de su estilo a través de colores estridentes e imágenes grotescas que se mezclan con la realidad. En esta película, los elementos fantásticos se manifiestan en la imaginación distorsionada de Margaret Keane, a la que se le manifiestan sus cuadros pidiendo justicia.
La Historia Real
Justo este año, Margaret Keane falleció con 94 años a causa de una insuficiencia cardíaca. “Todo se convirtió en una bola de nieve y era demasiado tarde para decir que no fue él quien los pintó”, dijo la artista años más tarde al New York Times. “Siempre me arrepentiré de no haber sido lo suficientemente fuerte para defender mis derechos”.
Mientras ella trataba de zafarse de Walter, fue afinando su técnica para hacerse notar. Walter Keane la amenazó de muerte en varias ocasiones, hasta que finalmente logró divorciarse en 1965 y en 1986 denunció a su exmarido. El juez pidió a ambos que pintaran ante el tribunal para demostrar quién era el verdadero artista. Él alegó no poder hacerlo por una lesión de hombro, pero ella terminó un cuadro en 53 minutos y ganó. El juez obligó a Walter a pagar 4 millones de dólares a su exesposa. En el año 2000, Walter Keane murió en la ruina.
La Realidad Supera a la Ficción
Esta historia se agradece por visibilizar una de las muchas caras de la violencia en una relación de pareja. Por suerte, en este caso se logró justicia. Ojalá fuera así todo el tiempo.