19/08/2022. Republicado. Si, efectivamente uno se enamora del pensamiento, las ideas, cierto tipo de abstracciones, el desarrollo de algunos argumentos, la búsqueda y puesta en práctica del conocimiento. Más que una condición, termina siendo un vicio que nos hace cometer toda clase de locuras, como escapar de casa detrás de aquella poeta y artesana veinte años mayor que tanto escándalo produjo entre las familias y dos ciudades vecinas del estado Miranda.
Alguna vez, hace poco, tuvimos veintitrés años y tersura de piel, osadía en la sangre, sed de aventura y una fascinación irreductible por el discernimiento, más si tales condiciones estaban condensadas en una sola mujer que avivó la llama de la enajenación cuando aún estábamos estrenando testosteronas. Se llamaba Elia, he de rendirle su merecido homenaje, pero además era hermosa, loca, artista, escritora de pequeñas mariposas al vuelo, y además de dirigir la sala de literatura de una biblioteca municipal, se la pasaba compartiendo poemas (casi siempre extraídos de la agenda del año de Felipe García) sin ánimos de enamorar a nadie, hasta que me enamoró.
Quizás, el efecto devastador de su poder de seducción no fue tanto por su facilidad de verbo y su emocionada repartición de poemas de Benedetti (cuando uno -ingenuo aún- era capaz de digerirlo) sino por su imagen de mujer grandota, casada y con cuatro hijos. Fue una vaina loca y explosiva que terminó en divorcio, cismas familiares, terapias, debates en plazas públicas y bares, hasta que apiñamos nuestros caminos en una sola dirección por casi una década de amor inconcluso, pues nos casamos, nos separamos y a la distancia pasamos a ser los más grandes amigos hasta que la guadaña de la pandemia la ubicó sobre el pedestal de la eternidad.
Cuando chamo, está claro, me gustaban las mayores. No por viejas sino porque hambriento de conocimiento, sabía que ahí, además del placer, yacía el saber. Ahora, de viejo, no es que me gusten las carajitas, pero busco siempre a la que sabe y procuro que me sobreviva.
Amar a alguien superior (en edad y sabiduría) implica estar a disposición de quien detenta el poder. Eso no lo sabía hasta que me lo explicó una amiga feminista a quien no pude sino darle la razón pues, evidentemente, quien sabe más maneja la autoridad a su antojo y si lo usa negativamente, ejerce un malsano dominio intelectual que llega a resultar sentimentalmente demoledor.
En estos días pasados los vi: ella agarrada de la mano de su viejito sabio de barba canosa. Él pidiéndole libros a su “sugar mommy” en el entendido de que un carajito no puede costear los 50$ que cuesta una edición tapa dura, glasé y full color de Akira, uno de los mangas clásicos y favoritos de los chamos, que ofrecía uno de los stand de la XIII Feria del libro de Caracas. Se mueven en manadas en los resquicios intelectuales, en las peñas poéticas, en las ferias de libros.
Sapiosexual se traduce en sentir atracción sexual y deseo por la inteligencia o por las cualidades morales de una persona. No es nada nuevo, lo vive la humanidad desde hace siglos y lo atravesamos cuando nos enamoramos de la o del profe, y por algún lado deriva de la sed de conocimiento, información o cultura, sin pasar necesariamente por el filtro de la atracción física.
Decía mi amiga que el impacto suele ser peor en mujeres que en hombres, pues estas, además de sufrir la dominación machista que soportan en casi todos los casos, viven el maleficio de un poder que se cultiva a lo interno de una relación que quizás parezca pintoresca, pero que en el fondo implica dependencia asimétrica e insana.
Suele ser más recurrente la afinidad que sienten chicas jóvenes hacia hombres maduros que acumulan experiencia y sabiduría, con la consiguiente posibilidad de que se trate de una etapa de baja autoestima e inseguridad personal, que las lleva a sentir admiración e idealizar al otro. No es que sea un axioma pero sí suele pasar, y casi siempre termina mal.
La sapiosexualidad (sexualidad estimulada por la sapiencia) debe tener una relación directa con esa disposición innata de las mujeres (también me lo han informado amigas) de enamorarse por el oído. Es decir, al escuchar a alguien significativamente pensante lanzar su perorata en espacios donde lo que se estimula es el habla y la escucha, lo que tiene inmensa relación con esta era digital donde todo el discurso se transparenta en las redes.
“Existe una diferencia biológica entre el deseo de los hombres y de las mujeres”, explica Marina Castro, psicóloga experta en sexualidad. “En la mujer, la sensación de necesidad sexual se produce en momentos muy concretos de la vida (en la fase de enamoramiento, en los picos de ovulación, antes de la regla y durante el embarazo), y no son procesos continuados. En el caso de los hombres el deseo sí puede ser más continuo al ser más físico”.
Hay casos ejemplares donde lo que reina es una auténtica romantización de los instintos, con todo lo que eso conlleva en alienación basada en las conversaciones para experimentar nuevas sensaciones y estímulos. Además, evita la angustia por un “fallo” en la erección.
POR MARLON ZAMBRANO • @marlonZambrano
FOTOGRAFÍAS ALEXIS DENIZ • @denizfotografia