02/08/24. En el presente, nos importa la salud mental cada vez más. Quizás, en el fondo, no tenemos una mejor comprensión que antes, pero todo nos bombardea refiriendo la importancia de estar bien mentalmente y cómo frecuentemente no lo estamos. Vivir en estos tiempos, es un desafío mental permanente. La explotación laboral ahora es un pensamiento intrusivo. La pobreza no es una condición que galopa en el mundo sino la consecuencia de nuestra deficiencia. La vigilancia de los gobiernos sobre los individuos no es, como antes, un complejo proceso excepcional sino la regla a la distancia de un solo clic. Ahora, nos controlan también las tiendas. Cada tanto, alguna farmacia nos los confirma cuando sabe a qué día vendernos un anticonceptivo o promocionar pañales si compramos una prueba de embarazo y abandonamos las toallas sanitarias.
En esa manera que todo cambió, también lo hizo la violencia. Ya no tienes que quemar toda la ciudad. Basta con una escena grabada en el lugar, hora y ángulo correcto. Importa la sensación de la primera impresión. Mucho menos si luego, en la misma moto se va manejando el muerto. Esas imágenes, esos ruidos, ese audio de Whatsapp de fulanito de tal, el estado que subió tal grupo, perforan profundamente, rompen algunas barreras que sostienen toda una sociedad y también una familia. Las culpas no son nunca de los que dominan la partida sino de los que están al lado o por debajo nuestro. Llamémosle migrante, pobre, o como queramos.
Son ejercicios de una pedagogía de la crueldad, de la negación de la alteridad. Son cosas contradictorias pues si bien no se detiene la primavera ni que se corten todas las flores, basta a veces con un fósforo para incendiar toda una pradera y con el teléfono en la mano, estamos en medio de esas imágenes. Con el agravante de que quienes manejan lo que vemos también han tomado un partido en el conflicto.
Allí, cuando lo que se intenta es atizar un conflicto, parece que todas las recomendaciones de la salud mental se quedan de lado. Al igual que quedan en evidencia sus muchas deficiencias. Por ejemplo, lo fácil que es recomendar cuidarla omitiendo las realidades laborales y económicas que impiden atenderla. La brecha que existe en el estudio psiquiátrico de los hombres y de las mujeres, o, cómo nosotras enfrentamos hechos o ciclos vitales que favorecen, por ejemplo, la depresión.
Para preservar la paz, hemos de pensar en la salud mental y también hemos de tener una mirada con perspectiva de género de la realidad. Recordar los hogares fundamentalmente constituidos por mujeres, cómo las responsabilidades de la atención social y política recaen fundamentalmente en ellas y por eso, en contextos donde se promueven marcas y amenazas, las más amenazadas también son mujeres.
Si podemos decir que en la psiquiatría y en la psicología hay brechas de género, tampoco podemos creer que sus premisas son neutras. No lo son, cuando el boom promocional de la psicología es una herramienta del neoliberalismo, cuando sus premisas se centran en romper las nociones de familia y comunidad que nos son propios, o, cuando hay algunos que desde plataformas que se protegen declarando su dedicación a estos temas, hacen abiertamente política.
Preocupémonos por esto, ahora y después, para evitar que estas horas lastimen profundamente y para que no sigamos viendo ocurrir actos que aspiran empujarnos hacia situaciones bélicas que felizmente este país tiene mucho tiempo sin conocer.
POR ANA CRISTINA BRACHO • @anicrisbracho
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta