16/08/24. Con su pequeño ejército de locos, sus atavíos de andrajos y sus armas de papel, aquel hombre seco, del tamaño del más pequeño y del espesor del que puede ser arrastrado por un breve viento tropical, se propuso combatir a Goliat.
Con un puñado de no más de treinta hombres y el apoyo de algunas mujeres campesinas, se internó en las montañas del norte de Nicaragua para luchar contra los Infantes de Marina...
Era una lucha que podía parecer vana por asimétrica, pero el mismo relato bíblico se ha encargado de divulgar la especie de que es posible derrumbar al campeón de una pedrada bien puesta.
“La epopeya de Augusto César Sandino conmovía al mundo. La larga lucha del jefe guerrillero de Nicaragua había derivado a la reivindicación de la tierra y levantaba en vilo la ira campesina. Durante siete años, su pequeño ejército en harapos peleó, a la vez, contra los doce mil invasores norteamericanos y contra los miembros de la guardia nacional. Las granadas se hacían con latas de sardinas llenas de piedras, los fusiles Springfield se arrebataban al enemigo y no faltaban machetes…” escribe Eduardo Galeano.
Comenzando el convulsivo siglo XX, Estados Unidos dominaba su patio trasero con un descaro humillante. En la Nicaragua de 1912, con diecisiete años de edad, presenció Sandino la sangrienta intervención de tropas estadounidenses frente a una sublevación en contra del presidente Adolfo Díaz, quien tenía pleno apoyo del gigante del norte.
Al retirarse las tropas de suelo nicaragüense en 1925, vive una epopeya personal que lo convierte en proscrito por asuntos legales. Pero le toca ver de nuevo el arribo de los marines, al rescate de otro presidente títere bajo la excusa de "proteger las vidas y las propiedades de los ciudadanos estadounidenses".
Sandino declaró su guerra con una proclama ejemplar, el 2 de septiembre de 1927, cuando advierte a través de un manifiesto, que su causa ya no se trata de una guerra civil, sino una lucha entre patriotas e invasores; pues tanto conservadores como liberales (las dos facciones que pugnaban con obstinación por el poder interno) habían pedido la intervención de los marines norteamericanos.
Al "General de hombres libres" no lo acabó la más poderosa maquinaria bélica de la historia y su impronta no fue borrada por la otra guerra, la de la propaganda.
Con un puñado de no más de treinta hombres y el apoyo de algunas mujeres campesinas, se internó en las montañas del norte de Nicaragua para luchar contra los Infantes de Marina, mientras iba incrementando sus huestes hasta llegar a seis mil, llamado el "Ejército Defensor de la Soberanía Nacional".
Claro que lo vencieron, una y otra vez, pero muchas otras, fue él quien remató la jornada contra esos gigantes de papel que no soportaban luchar en las espesas selvas tropicales. Uno de los más memorables combates se dio en El Bramadero (1929), donde sus tropas arrinconaron a un batallón de marines a machetazos. A partir de ese momento dejaron de llamar a los sandinistas "bandidos", y los bautizaron "guerrilleros".
En otro combate, las fuerzas de invasión no toleraron la afrenta y saldaron con genocidio en el pueblo de Ocotal, que sufrió el primer bombardeo aéreo de la historia de América Latina (1927).
Cuando llega la Gran Depresión el presidente Roosevelt se ve obligado a proclamar la "política de buena vecindad" y a dejar el pelero sin haber podido matar, capturar y mucho menos vencer a su diminuto enemigo.
Sigue Galeano: “1933 – Managua – La primera derrota militar de los Estados Unidos en América Latina. El primer día del año abandonan Nicaragua los marines, con todos sus barcos y sus aviones. El esmirriado general de los patriotas, el hombrecito que parece una T con su aludo sombrero, ha humillado a un imperio…”.
Tuvo que venir Anastasio Somoza García, por entonces Jefe Director de la Guardia Nacional cuando ya campeaba “la paz” en Nicaragua, a urdir la traición, apuntando la implacable guadaña del martirio sobre Sandino en febrero de 1934, cuando lo despidió de este mundo vencido, apenas, por las sombras.
Hoy, el gobierno sandinista, inspirado en las enseñanzas de su héroe epónimo, enfrenta una vez más el apetito del Goliat que no ha cejado en su intención de ser dueño de sus vecinos. Asombrosamente y con todo su poder mortuorio, nada que logra derrotarlo.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN JADE MACEDO • @jademusaranha