10/10/24. Como decíamos la semana pasada fue muy grato tener en mis manos mi libro que ansiaba conocer después de diez años de publicado, en realidad eran siete, según reza la reseña Santiago de Cuba. Editorial Oriente, 2017, pero para mí parecieron diez, porque hace tantos que no iba a mi adorada isla, y fue entonces cuando me pidieron autorizar mi texto de Omara para su publicación. Porque obviamente el libro no es mío, pero lo siento como si lo hubiera parido, por poder leer muchas conferencias que escuché en vivo, durante los 25 años consecutivos que participé con mis compañeros de coloquio. Su verdadera autora es mi gran amiga Alicia Valdés Cantero, responsable de la compilación y presentación, y por eso decía que, en la improvisada presentación de mi ponencia con Elena y Leonel, Alicia aprovechó para presentar El bolero en América Latina. Compositores e intérpretes. Ponencias del Coloquio Internacional Boleros de Oro.
Fue allí donde comenzó a aparecer noche a noche, una mujer dotada de una poderosa voz de contralto, que se sentaba a cantar, por ejemplo, una versión al español de The Man I Love (El Hombre Que Yo Amé) dando muestras de una musicalidad especial...
Ya llegando a Venezuela después de aquella semana maravillosa, Leonel Ruíz me sorprendió con la mala noticia de la muerte de Marta Valdés a los noventa años. Y me ofreció sus sentidas palabras que de inmediato transcribo: “Quisiste con tus palabras/ Iluminar corazones / con boleros y danzones/ Imponer tu abracadabra./ Allá arriba ya se labra/ Tu nombre, tu voz, ya ves/ La muerte no es un revés/ Con ella te has hecho estrella/ Que brilla entre las más bellas/ !Querida Marta Valdés…!”.
Pero también dijo que Marta Valdés, autora de Palabras, una de las obras más célebres del panorama musical cubano y fundadora de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), era de las participantes de esta antología, y no sólo como autora, Unas palabras de alegría para César Portillo de la Luz (ponencia leída en la XVII edición del coloquio en 2002) y Elena Burke o el valor de cantar (ponencia leída en la XVII edición del coloquio en 2003), si no también como trabajo de Roberto Méndez Martínez en Marta Valdés sin sospechas o La imprescindible levedad de Marta Valdés por Pedro de la Hoz en el aniversario ochenta de la compositora.
Su columna Palabras en Cubadebate, fue muy consultada por mi cuando escribí de La Freddy recientemente hablando del filin, y fue divino leer los cuentos de Marta y Ela O'Farrill, sus encuentros en el bar Celeste donde se la pasaba Freddy, y como esperaban a Elena y el marido que trabajaba en un casino. No se pierdan este pasaje: “Ela vivía en el noveno piso del edificio de Infanta y Humboldt ubicado frente a lo que fue el bar Celeste, un sitio al que yo caracterizaría más bien como un café-bar, especie de desfile obligado al final de la noche para los músicos que, de regreso de sus actuaciones en los shows de los cabarets cercanos por aquel entonces a la barriada de La Rampa… Fue allí donde comenzó a aparecer noche a noche, una mujer dotada de una poderosa voz de contralto, que se sentaba a cantar, por ejemplo, una versión al español de The Man I Love (El Hombre Que Yo Amé) dando muestras de una musicalidad especial cuando intercalaba, entre frase y frase, unos tarareos equivalentes a los giros instrumentales que van armando los arreglos orquestales y que van funcionando como referencia a la armonía, elemento muy a tener en cuenta en este tipo de canciones conectadas con el repertorio de los hoy llamados standards norteamericanos (digamos, con el jazz). Alguien me dijo: 'tienes que oír lo que hace con tu bolero No Te Empeñes Más...'. Salí a buscarla.
Ya me había dicho que Freddy, a partir de las diez, cuando todavía los músicos no habían carenado en el Celeste, se sentaba un rato en una barra que estaba enfrente, en el cuchillo que hacen las calles de Infanta y San Francisco (¿o Espada?) y una noche, como a eso de las 10:30, me llegué al lugar y me di cuenta de que la tenía delante de mí. La escena se repitió muchas veces a partir de ese momento. Estábamos en 1959 -de eso estoy segura, a juzgar por la animación y el tráfico en la zona a esas horas y por la sensación de seguridad en las calles. Tal vez haya podido ocurrir este episodio a comienzos del sesenta, a juzgar con la libertad de que yo misma gozara, de salir a la calle ya entrada la noche sin que, por ello, se originara un conflicto en mi hogar (muchas veces me daba cita frente al St. John's o el Habana Libre con Elena Burke y Manolo –su marido.., dealer del casino de este hotel, quienes por aquellos años eran mis vecinos muy cercanos, para regresar con ellos al barrio una vez terminadas sus respectivas actividades, ya bien entrada la madrugada). Desde que llegué al bar, una barra larga, abierta a la vista de la calle, identifiqué a aquella mujer gorda, sin otros afeites que no eran la pulcritud y la sencillez de su atuendo y un olor suave a persona limpia. Seria, callada, delante tenía un trago de algo 'a la roca' y una caja de cigarrillos Salem. Me le presenté y (…) su respuesta fue cantarme mi bolero allí, a voz en cuello. Me aficioné a buscarla, no sólo por el placer que me producía su interpretación llena de creatividad donde ni un alpiste de la parte que había puesto yo como creadora, salía lesionado en letra o música”.
Unas palabras de alegría para César Portillo de la Luz escritas de madrugada por Marta Valdés en gesto de gran agradecimiento: “Gracias por haber proclamado al mundo que la noche cubana en tanto “criolla”, es una negra bonita con ojos de estrellas… Yo le ofrezco, desde las altas horas de la madrugada, en que las he estado hilvanando, estas palabras de alegría por haber respirado, al comas de su “son entero”, el aire de una misma ciudad, durante tantos años vividos al pie de la guitarra; ese aire que como sabe mejor que nadie, puede incendiarse con su canción. No amigo jamás que será usted respetado, querido y cantado en las cuatro estaciones del año y en la cinco, si hubiera más”.
En Elena Burke o el valor de cantar, Marta cuenta de Elena que eran niñas contemporáneas con seis años de diferencia. “El paso de Elena por nuestras vidas tuvo en cada episodio un matiz diferente. Quienes compartimos la juventud con la suya en los sesenta, siguiéndola adonde se presentara con su Froilán o su Enriqueta, -maravillosos cómplices de todas sus aventuras-, fuimos realmente millonarios desde la luneta de un teatro, o en una pequeña sala, la banquetea de un bar, o la mesa de un cabaret, a lo largo y ancho de la isla…”. Este sábado 12 de octubre estaremos grabándola con el músico cubano Julio Mendoza, emparentado con las Burke y con la propia Marta Valdés, en mi programa de Radio Nacional a las 7 de la noche por el 91.1 FM en Caracas.
POR HUMBERTO MÁRQUEZ • @rumbertomarquez
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ