28/11/24. El primer domingo de febrero de 1967, Violeta Parra transcurrió toda la mañana escuchando una canción venezolana: Río Manzanares, de José Antonio López. Mi madre es la única estrella que alumbra mi porvenir / y si se llega a morir / al cielo me voy con ella, dice una de sus estrofas. En la tarde, luego de repetir una y otra vez la bella melodía versionada por sus hijos Isabel y Ángel Parra para el disco La peña de los Parra, tomó un arma y se pegó un tiro en la sien, así, como si nada, con apenas 49 años, mil amores en el tintero, cuatro hijos y una vida intensa y trashumante que se meció entre Europa y América.
...pintora, música, bordadora, cantante, poeta, experimentaba, sin duda, la elevadísima sensibilidad que convierte a ciertos seres en esponjas emocionales, aunque lo disimulen.
Al día siguiente, fue la primera vez que se hizo popular en las portadas de la prensa, mezquina en extremo con la primera latinoamericana en exponer en solitario en el museo del Louvre en París. Eso, por destacar un hecho sin precedentes. No hablemos de su inmensa cruzada al rescatar el folclor, renovar la poesía de la canción chilena, redimir el guitarrón, grabar canciones del acervo popular en cinco discos, introducir el charango en su país y ser autora del himno universal que identifica a Chile en cualquier parte del mundo: Gracias a la vida, curiosamente escrita un año antes de acabar con su existencia, editada en un disco con un título anticipatorio: Las últimas composiciones de Violeta Parra.
Nadie se explica con precisión las razones de su fatal determinación. Las penas del amor, las causas perdidas, la indiferencia del público y los medios a la identidad musical chilena. El término de su relación con el músico suizo Gilbert Favre, quien se marchó a Bolivia en 1966, le inspiró la conmovedora Run run se fue pa’l norte, también recogida en ese disco premonitorio: “Run-Run se fue pa’l Norte / yo me quedé en el Sur / al medio hay un abismo / sin música ni luz / ay ay ay de mí”.
Violeta, hija de profesor y campesina, hermana de artistas como el antipoeta Nicanor, Hilda, Eduardo y Roberto; pintora, música, bordadora, cantante, poeta, experimentaba, sin duda, la elevadísima sensibilidad que convierte a ciertos seres en esponjas emocionales, aunque lo disimulen. Lo que para algunos era un hecho intrascendente o por lo menos salvable, para ella se convertía en una causa. Era fea (decía ella), divertida y violenta (decían sus allegados), y así fue como en 1953, ya con 36 años y tres hijos, se lanzó a los pueblos a dialogar con sus moradores y a grabar a las cantoras campesinas, dúos y tríos de hermanas de los campos chilenos de quienes fijó hasta la posición de sus piernas para cantar melodías que sólo se conocían por el testimonio oral. Así también, un buen día se residenció en París para actuar en los bares, las terrazas, los cafés, hasta que regresó a Santiago, donde intentó convertir una carpa levantada en el barrio La Reina, en epicentro de la cultura popular y las tradiciones chilenas, sin mucho éxito.
Ingresó, ese febrero y sin proponérselo, en la exigente y violenta lista de Safo, la poeta que se suicidó lanzándose al mar, como la Storni (de la canción Alfonsina y el mar), Sylvia Plath, Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik o, para no ir muy lejos, Miyó Vestrini, Martha Kornblith y más recientemente Caneo Arguinzones, mujeres tan decididas que hasta decidieron su muerte.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta