19/12/24. A veces, por un ansia innata, ella y él, regresan a la pequeña ventana, tan pequeña que cabe en la palma de la mano, no tan pequeña como un grano de mostaza o de arroz, pero ellos encienden táctilmente como quien acaricia un cuerpo, sólo que este, no puede, aunque ellos quizás no lo sepan, hacer lo que hace la carne ante el roce de otra.
Y es que la mirada, el verse, es tan importante como tocar, tocarse. Sin el despliegue de este sentido jamás podemos reconocer-nos, y mucho menos asumir una sexualidad plena.
Digamos mejor piel, pieles, encontradas, sin mucho azar para quien desea disponer, tener con un simple clic, la distracción, algo que aleje aunque sea por un instante, la monotonía, la bulimia, de quien llega al fondo de un día sin poder captar con exactitud lo que pasa en el mundo, es decir, en ellos.
Noches fragmentadas, oídos rotos por tanto ruido, tanta información que no dice nada, tanto que no ha podido ser procesado. Yo me distraigo, me relaja ver por esta ventanita, me dice, pero yo no lo creo, no lo creo porque veo que no me ve, que su mirada ni siquiera está atenta a algo más allá, algo a lo que ni siquiera le presta atención por la manera veloz en que cada escena va devorando su capacidad cognitiva.
La imagen me lleva a una que suelo comentar cuando abordo estos temas con quienes parece que me ven cuando hablo, al menos eso espero. Se trata del amigo que, teniendo un problema, me escribe diciéndome que le urge conversar, llega, se sienta y lo que más hace es escribir y escribir mensajes en su teléfono, me habla a medias, de lo que según él, realmente le pasa.
Pana, me dijiste que querías hablar, apaga eso y cuéntame, le digo, ya va, ya va, disculpa, me dice.
El mago de la cara de vidrio, me recuerda un joven, no hace mucho, cuando le comento lo difícil que resulta hoy verse a la cara, veme a la cara que te estoy hablando, una frase que solía escuchar cuando era niño, una que honestamente, ya se ha borrado de la cartografía social, sónica para más precisión, al menos en nuestra cultura tan mediática, mecánica, como hipócrita, zombie, sería mejor decir.
Y ella llega, cansada, relajándose, según lo ha expresado, viendo lo que, aunque no lo crea, no ve, porque lo que sucede es un chorro de formas, de colores, de sonidos, que la van anestesiando hasta cerrar, ahora sí, físicamente, sus ojos.
Es la manera de dormirse ahora, me dice una voz, una que usa el libro para arrullarse con las frases que, al contrario de lo que sale de la pequeña pantalla, porque hay que decirlo como lo que es, una pantalla, y no, lo que pueden hacerte creer, una ventana y otra y otra más… al contrario, lo que crea la lectura en la mente o cerebro como desees llamarlo, es algo bastante diferente a los formatos preestablecidos que suceden en “la red”, esa que bien puedes llamar “matrix”, el otro mundo que se torna real, pero, hay que decirlo, no es tal aunque se trate, me dirás, de un “en vivo”… pero dejemos esto y volvamos, aterricemos, en lo que nos convoca: la mirada.
¿Dónde han quedado tus ojos? ¿De qué color es el abismo de quien no ve? ¿Qué tipo de relacionamiento, y que me perdonen los que no tienen el sentido de la vida, puede tener aquél que se ha negado a ver? He conocido a personas que tiene discapacidad visual y me han enseñado a ver con el tacto, pero este no es el caso.
Yo me refiero a quien, teniendo ojos, aparentemente sanos, no ve al que tiene al lado, al que viaja con él en el metro, en la camionetica de pasajeros, a quien lo atiende en el mercado, y sobre todo, a la compañera o compañero con quien comparte sus días y noches, la misma cama…
Si mal no recuerdo, para esta misma sección, hice alusión al poema Los ojos de los pobres, de Baudelaire, y lo hacía sobre la dificultad, como dice el poeta, de que dos personas que dicen amarse puedan entrar en sintonía, entonces, no se trataba de quien se desvía por el uso de un “teléfono inteligente”, sino por el simple hecho de ser diferente.
La mirada, mucho se ha dicho al respecto, es fundamental en el desarrollo de la identidad, y más aún en quien se dice está viviendo una relación, pero no es capaz de ver a su amada o amado a los ojos, según sea el caso.
Y es que la mirada, el verse, es tan importante como tocar, tocarse. Sin el despliegue de este sentido jamás podemos reconocer-nos, y mucho menos asumir una sexualidad plena.
Por eso te invito a que apagues tu teléfono al llegar a casa y disfruta, lo que tus sentidos pueden enseñarte, la vida te lo agradecerá, pero sobre todo aquella o aquel que sin decírtelo, espera de ti un poco más de atención, y puede, aunque no lo sepas, que seas tú también quien así lo desea.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta