El gobernador entreabrió la hamaca para contemplar el rostro de Su Majestad. De una cuchillada cercenó uno de sus dedos meñiques, entregándolo a la reina, que lo guardó en el escote, sintiendo cómo descendía hasta su vientre, con fría retorcedura de gusano. Después, obedeciendo a una orden, los pajes colocaron el cadáver sobre el montón de argamasa, en el que empezó a hundirse lentamente, de espaldas, como halado por manos viscosas. El cadáver se había arqueado un poco en la subida, al haber sido recogido, tibio aún, por los servidores. Por ello desaparecieron primero su vientre y sus muslos. Los brazos y las botas siguieron flotando, como indecisos, en la grisura movediza de la mezcla. Luego solo quedó el rostro, soportado por el dosel del bicornio, atravesado de oreja a oreja. Temiendo que el mortero se endureciera sin haber sorbido totalmente la cabeza, el gobernador apoyó su mano en la frente del rey, para hundirla más pronto, con gesto de quien toma la temperatura a un enfermo. Por fin, se cerró la argamasa sobre los ojos de Henri Christophe, que proseguía, ahora, su lento viaje en descenso, en la entraña misma de una humedad que se iba haciendo menos envolvente. Al fin, el cadáver se detuvo, hecho uno con la piedra que lo apresaba. Después de haber escogido su propia muerte, Henri Christophe ignoraría la podredumbre de su carne confundida con la materia misma de la fortaleza, inscrita dentro de su arquitectura, integrada con su cuerpo haldado de contrafuerte. La Montaña del Gorro del Obispo, toda entera, se había transformado en el mausoleo del primer rey de Haití.
De: El reino de este mundo (1949).
Alejo Carpentier (Lausana, 1904 - París, 1980)
Novelista, cuentista y ensayista cubano-francés con el que culmina la madurez de la narrativa insular del siglo XX, además de ser una de las figuras más destacadas de las letras hispanoamericanas. Es conocido por su obra literaria y por la creación del concepto de lo “real maravilloso”, basado en la teoría de que la realidad latinoamericana es tan rica y mágica como cualquier ficción. Vivió en Francia, Venezuela (1945 – 1959) y Cuba, en esta última durante su infancia y primera juventud, y posteriormente para volver a instalarse allí tras la victoria de Fidel Castro, desarrollando siempre una fecunda labor literaria y cultural. Fue además consejero cultural en las embajadas de Cuba en diversas capitales iberoamericanas, del este de Europa y en París. Sus obras más destacadas son El reino de este mundo (1949), El siglo de las luces (1962) y Los pasos perdidos (1953). Intelectual muy respetado y gran figura de la literatura latinoamericana del siglo XX.
ILUSTRACIÓN: CLEMENTINA CORTÉS