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Responsabilidad afectiva del hombre

Más allá de la herencia patriarcal

27/06/25. Pensar en la palabra “responsabilidad” en una sociedad donde pocas veces se demuestra, no es nada fácil, ni mucho menos gratuito. La invitación, en este caso, no puedo obviarla: una colega que ha asumido el periodismo como una forma de realización personal, y que se ha forjado de manera auténtica, como suelen ser los que asumen el decir como debe ser: responsable.

 

 

Ser responsable... es intentar aspirar al bien común, es decir, dejar de ser egoísta, orgulloso, mezquino y estar abierto a abrir su corazón para que el otro o la otra entre...

 

 

Doy fe de su compromiso, y por eso atajo con ambas manos lo que desea que escriba. El título, nada creativo, torna esa misma exigencia, en principio, más si quien escribe es hombre.

 

 

Me pregunto, no obstante, cómo debo iniciar lo que ya lleva varias líneas, más precisamente, ¿de qué debo hablar?, ¿de qué debo hablar si hay tantos horizontes que exigen mi auto adscripción como sujeto ético-político?

 

 

Digo esto, estas dos palabras, las pronuncio, intentando establecer un fundamento para lo que viene.

 

 

Y el impulso me lleva no sólo a la relación de pareja en sí, sino a todo tipo de relación que implique el reconocimiento del otro, más allá de la metáfora del rostro que en un filósofo como Levinas adquiere un inalienable compromiso del ser en relación.

 

 

Entonces, ¿qué podemos indicar como “responsabilidad afectiva del hombre”? En este momento no encuentro más palabra que aquella que signa nuestra consciencia de la alteridad y un pasaje desde la experiencia me invita a la reflexión…

 

 

Ella se posa sobre mi hombro, "a veces me deprimo", me dice, "a veces siento que el mundo me parece demasiado extraño, a veces veo que me exiges, que el mundo, el mundo del que formas parte, me es ajeno, como si no comprendiera quién soy y lo que hago…"

 

 

Me quedo callado, la abrazo, le hago cariño deslizando suavemente los dedos en su cabello, miro hacia el techo tal vez pensando en la formas que están dibujando las nubes, y escucho, escucho atentamente una ligera llovizna que viene de lejos, desciende sobre los autos aparcados por un momento en nuestra consciencia, como si la calle entera fuéramos nosotros, solos, como si toda la tierra húmeda fuera la imagen misma de nuestra incertidumbre.

 

 

Y vuelvo al título, ¿es ese pequeño gesto el que me hace cómplice, acaso consorte, de ese sentimiento que puede acompañar a las mujeres en un determinado momento de sus vidas?, ¿acaso el hombre, en sentido genérico, está condenado a negar-se, a ocultar su sentir, si aquella mano no se extendiera a manera de refugio, aunque sea, en una breve fracción temporal sobre la condición de la mujer, sea compañera sentimental, léase novia, esposa, amiga? ¿Acaso podemos los hombres, en esta sociedad donde nos encontramos, mostrar la vulnerabilidad que acompaña nuestra humana existencia?, ¿por qué no?

 

 

Puede que a veces sintamos el peso de una herencia machista patriarcal, no pocas veces legitimada por las mujeres que amamos, como si una invisible forma nos asfixiara, pero esto no es pretexto para decir sí, sí podemos, nosotros, los hombres, ser partícipes de nuestra responsabilidad por esas mujeres a quienes debemos, algo más que una costilla…

 

 

Entonces, ¿qué entendemos por “responsabilidad afectiva del hombre”? ¿Aquello que dicta el sustento más allá de lo económico en una relación de pareja? ¿Lo que le (a)signa como deber ser si, por ejemplo, es padre biológico?

 

 

Un nudo de tres cuerdas, dirían los creyentes, un poder-querer avanzar juntos, más allá de “lo que aporta”, porque cuando comenzamos a pensar en “lo que doy”, se quiebra la posibilidad misma de una razón sentida desde el afecto, es decir, no instrumental.

 

 

En una sociedad cosificada y cosificante como la nuestra, repensar la transfiguración de las masculinidades como parte integral de la feminidad y viceversa, se hace imperante ¿o acaso esa no es la misma condición de lo que podemos llamar “soberanía”, sobre todo cuando esta se asume como producción tan simbólica como corporal –en toda la amplitud del término, que incluye “lo espiritual”- de quien nos invita a ser parte integral de su vida?

 

 

He allí la importancia del diálogo, porque aunque no es la única vía para el encuentro y la empatía entre seres que dicen amarse, más allá del gusto y el propio devenir histórico de una relación, si es que, en efecto, se está dispuesta a afrontarla.

 

 

Ser responsable, es decir, moralmente responsable en una relación, y más allá, en una familia, es intentar aspirar al bien común, es decir, dejar de ser egoísta, orgulloso, mezquino y estar abierto a abrir su corazón para que el otro o la otra entre, según sea el caso, más allá de la condición del tiempo epocal que nos haya tocado vivir como sociedad, el amor no es líquido, no está centrado ni condicionado por la efimeridad de lo real, es más bien una disposición al encuentro entre sentires que buscan encontrarse, a entrar en sintonía entre aquellas y aquellos que pueden decirse son “una(o) para el otro(a), para la otra”, según sea el caso.

 

 

Tal vez así podamos comprender lo que realmente hace al hombre… y a la mujer.

 

 

Tal vez así podamos comprender lo que realmente hace al hombre.

 

 

Muchas gracias.

 

 

 


POR BENJAMÍN EDUARDO MARTÍNEZ HERNÁNDEZ • @pasajero_2

 

ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta

 

#Masculinidades #ResponsabilidadAfectiva #Diálogo #Intimidad

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