Por Marlon Zambrano • @zar_lon / Fotografía Alexis Deniz • @denizfotografia
“Carlos Andrés Pérez se consultaba en El Castaño, Maracay, donde doña Margot, pero falló en su promesa y por eso cayó como cayó”, cuenta uno y el otro lo ataja: “Me estás tirando de la lengua y yo no quiero hablar más de lo que debo, pero Chávez se veía en Quibayo, es más, él era espiritista. A veces, cuando mostraba el escapulario de Maisanta, se le podían ver los collares” confiesa. Alguien masca chimó y escupe. Lo esquivamos una y otra vez.
Alrededor de la plaza Guaicaipuro de Los Teques hierve la vida. En la avícola Los Pesebres una gallina ponedora cuesta un ojo de la cara. Sirve para alimentar el cuerpo con los huevos y sus carnes para el hervido, pero también para el alma, con rituales a orilla de río o debajo de una ceiba.
Un hombre ondeando una bandera tricolor con la inscripción Ana Karina Rote (“solo nosotros somos gente”, en voz caribe) frente a la estatua de líder aborigen, hace una reverencia. Su portador, al que llaman Tigre, está agradeciendo un favor o pagando una promesa. Va y deposita una naranja en su pedestal, lo que para muchos significa un gesto por los buenos augurios.
La religiosidad popular, en tanto parte constitutiva de la venezolanidad, abarca el comportamiento religioso de la gente ante las instituciones formales, la práctica del culto, creencias, supersticiones y símbolos, donde no se diferencian ritos mágicos de ceremonias oficiales.
En el otro extremo de la plaza se acomodan los vendedores informales. Es sábado y parece el día acordado para la venta de verduras y hortalizas que se despachan a mansalva mientras la avenida Independencia se atasca de autobuses por puestos que prometen todos los destinos imaginables: El Encanto, Cabotaje, Mercado, El Paso, Centro, La Cascada, Carrizal.
En la otra esquina un comercio vacío repleto de pantaletas. Al fondo los interiores. “¿A cuánto?”, “diez dólares jefe”, “¿el kilo?”, “jajaja, no, el tripack”, “pero ¿tripack de tres o de cuarenta?”, “de tres, mi pana”. Huyo despavorido.
Una lluvia mistérica
Es cinco de noviembre y se desata una lluvia soleada sobre la plaza. Es un episodio extraño pero natural, cargado de misticismo. Se encorvan los arcoíris y los pocos fieles que se acercan chupan sus tabacos con más fuerza. Gabriel Rodríguez, heredero de la vieja tradición familiar de servir a Guaicaipuro, le da una vuelta circular a la efigie del guerrero que preside el cuadrilátero y acaba con el tabaco chamuscado. Significa algo. Le está pidiendo permiso para estar a su lado y si es posible y los “bancos” lo autorizan, invocarlo en la fecha que lo recuerda por su muerte heroica, ocurrida supuestamente en Paracotos, en 1568 o 69. No hay documentos firmes, testimonios directos recogidos por la historia como el propio día de su natalicio, teóricamente en Los Teques, un 8 de diciembre de 1530.
La historiografía lo presenta así: “Aún después de muerto, infundía temor” escribió José de Oviedo y Baños en su Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela, uno de los pocos documentos que refieren la épica de un personaje sobre quien no existen pruebas documentales concluyentes y se ha tejido un mito fundacional, bajo la idea de una bravura homérica como principio esencial del ser venezolano.
Saúl Rivas Rivas, uno de los principales promotores del ingreso de Guaicaipuro al Panteón Nacional el 8 de diciembre de 2001, admite que pese a las dificultades para acceder a información de primera mano, el trabajo del Hermano Nectario María Los indios Teques y el Cacique Guaicaipuro constituye un documento básico para comprender las causas y consecuencias de la temeridad que se le atribuye, sobre todo para seguirle el rastro al destino de quienes le sobrevivieron después de que Francisco de Infante le diera muerte al amparo de la penumbra, tras el empeño de Diego de Losada de pacificar a los nativos locales en su ánimo de estabilizar la región y hacer productiva la explotación agrícola y minera, cuando Caracas comenzó a tener importancia tras el hallazgo de oro en los alrededores de Los Teques.
Su fecha cardinal es el 8 de diciembre de cada año –día de su martirio- y se celebra entre cintas, penachos, plumas, totumas, lanzas, su color el amarillo y su bebida cocuy. Los espiritistas tributan al padre Guaicaipuro fumándole tabaco, bebiendo chicha y practicando la danza sagrada del fuego que además de servir para llamar a las lluvias y las cosechas, pasarle por encima a las brasas ardiendo, funciona para impregnarse de su dios sol y así poder tener la fuerza y gallardía para luchar contra el hombre blanco. Por eso, el 12 de octubre se celebra el baile de la candela o pase sagrado al fuego.
Pedro Correa, Carlos Belis y José Esteban Mora, de la perfumería Cacique en el sector llamado Cabotaje, han llevado por tradición la cruzada espiritual de hacer el bien, “buscando con las fuerzas buenas la paz universal” dice Pedro, quien después de aspirar su tabaco propaga sobre el lugar un ambiente sereno. Cuenta que antes se hacían en la plaza Guaicaipuro grandes rituales en honor al cacique. “Venía gente en caravana de todas partes de Venezuela terminando con música y tambor, pero eso ha decaído mucho por el comercio y porque muchos farsantes han estafado a los más ingenuos, haciéndose pasar por materia”.
El primer presidente de Venezuela
Richard Pérez, presidente de la Federación Venezolana de Espiritismo (FVE), considera que nombrar a Guaicaipuro es hablar del primer superhéroe venezolano. “Fue preparado desde su nacimiento para ser el gran cacique de hierro que fue. A la edad de diecinueve años ya era un cacique mayor, es decir, logró armar la primera confederación de las tribus para luchar contra el hombre blanco”.
Afirma que la historia que nos han contado, escrita por el conquistador, está muy mal planteada porque hace ver a nuestros aborígenes como “brutos y débiles”, cuando la verdad es que les costó más de cien años extinguirlos en vista de que no hubo manera de doblegarlos.
“Guaicaipuro, para nosotros, es tan importante que representa la mano derecha de nuestra madre reina María Lionza. La segunda potencia. El primer presidente de Venezuela. El que prefirió morir quemado por culpa del traidor Francisco Fajardo. Por no ponerse un crucifijo, por no aprenderse el padre nuestro, por no arrodillarse ante los monjes y curas. Por defender sus creencias, su cultura, su tierra, su patria”. Por tal razón preside la Corte Indígena.
Hoy son otros los protagonistas y los signos de la fe a partir de una lectura decolonial: la autopista Francisco Fajardo fue rebautizada con su nombre y coronada por un monumento dorado de 22 metros de altura acompañado por Urquía (su mujer) y Catuche (su padre), orquídea, palmera y jaguar, conjunto elaborado por el artista Juan Rodríguez. La deidad ya no representa con exactitud movimientos de unificación comunitaria para celebrar acontecimientos o creencias surgidos de la experiencia cotidiana con la naturaleza o impuestos por la iglesia, en la medida en que la ciudad hace posible que una expresión del territorio místico conviva con el consumo masivo típico de la cultura urbana, generada en paralelo al crecimiento explosivo de una población antiguamente rural y agrícola, ahora urbana y contradictoria.
El Tigre, famoso guardián ambiental de Los Teques, contaba que por esos caminos de Guaicaipuro, en la intrincada montaña, se hacen los rituales encantados de purificación y eliminación de males, ver el futuro y tomar decisiones, invocar a los espíritus para que hagan posesión de un médium, hacer sahumerios, baños purificadores, ensalmar y ofrendar en el nombre de fuerzas superiores. Se conoce esos trayectos como la palma de su mano, él, quien con su madre, una india motilona que a los ochenta años de edad andaba en moto con su muchacho hippie, aprendió los mandatos ancestrales.
Las promesas de por vida, las costumbres sacralizadas, los dogmas, la fe. “Primero Dios, luego Guaicaipuro” insisten los “materia” que circulan por la plaza. “Ana Karina Rote” grita el Tigre antes de entregarle el estandarte tricolor a otro oficiante con esperanza