31/07/25. Como si de un nuevo dios se tratara, ella despierta mirándose ante un público que desconoce, como suele suceder, y sin embargo, lo cree suyo. Enciende su pequeño o no tan pequeño espectáculo, debo decir que es más que evidente que no le pertenece a nadie, ni siquiera a quien en este momento sostiene para sí la pantalla. Digamos también que el posesivo es una ficción necesaria para quien no desea ocultar ni siquiera su cuerpo, –los nudes están de moda, sobre todo por lo rentable que puedan ser-. Y eso que cree que le pertenece, ya no el público, sino el mismo cuerpo, es lo menos aun… en cada movimiento se torna cada vez más lejano, es la no tan metáfora del scroll que evidencia el desplazamiento de un sentido tan frágil como la misma exposición ante la cámara.
¿Puede concretarse, en tiempos de inteligencia artificial, una sexualidad plena? ¿Qué sabor tiene la carne de un cyborg? ¿Qué aliento exhalan las tibias pantallas de un smartphone? ¿Qué deseo puede satisfacerse mediado por la vibrante máquina en un nuevo coito?
Pero ella o él, porque también hay muchos él en esta situación, tal vez piense o sienta (las fronteras entre ambas dimensiones vitales son borrosas cuando se trata sobre todo del exponerse ante otro u otra que veces o no tan a veces se considera como un igual, aunque nunca se conozca quién es el espectador y a qué género responde), tal vez piense o sienta que puede allanar el vacío de su propia existencia cosificada, con los flashes y los filtros y los fake news que encadenan lo que él o ella no puede advertir, que es su misma condición alienada.
Y es cuando yo, por ejemplo, recibo el capture de una “magia” antigua que pasa hechizando otro cuerpo como quien ha gritado deseando al menos un posible roce de cuerpos aunque sea virtual, y que es más que evidente no le bastará, por eso necesita seguir y seguir mostrando, exhibiendo, exclamando, sus likes de los cuales depende su autovaloración.
Dirá, entonces, sexo permutado como quien dice amor desvanecido entre las manos que sostienen las letras del teclado, como si de una nueva erótica se tratase, una que conduce a una inacaba complacencia. Tal es el juego infinito de quien desconoce el abismo de los límites humanos.
¿Puede concretarse, en tiempos de inteligencia artificial, una sexualidad plena? ¿Qué sabor tiene la carne de un cyborg? ¿Qué aliento exhalan las tibias pantallas de un smartphone? ¿Qué deseo puede satisfacerse mediado por la vibrante máquina en un nuevo coito? Quizás se alcance, sí, cierta satisfacción, cuando la comunicación entre humanos que, por ejemplo, se encuentran distantes físicamente, necesitan la mediación tecnológica… pero lo que no tengo muy claro, sobre todo por las adicciones que se han venido mostrando cuando el tú en tanto otra/otro es la mera máquina y no otro detrás de la pantalla de esta, es la posibilidad de una sexualidad plena y saludable.
Y quizás se cree cierta adicción, como de hecho sucede con los dispositivos que se usan para los juegos sexuales individual, en pareja o en grupo, que pueda enfermar a la usuaria o usuario cuya vida no puede pensarse sin estar inserta en la matrix, es decir, en la red de la no realidad, que muestra sólo una fachada hipócrita basada exclusivamente en la fachada mercantil de la vida humana y por lo tanto, insistamos, de la vida como cosa.
Ante esta realidad irreal, vale la pena el protocolo de la desautomatización, si bien puedo denominarlo así, diseñado por la joven de 24 años Gabriela Nguyen, estudiante de la Universidad de Harvard, de la maestría en Política y Análisis de la Educación, al que ella ha denominado “Appstinence” (que traducimos como abstinencia a las aplicaciones de un teléfono inteligente), en pos de reencontrarse con la vida offline, es decir, fuera de línea. Para lo cual invita seguir este programa conocido como el método de desintoxicación en cinco pasos: disminuir: ejemplo, la cantidad de aplicaciones (apps) que se siguen en un teléfono inteligente; desactivar: las cuentas y apps que se tienen; eliminar: dichas cuentas y apps; bajar de nivel: ejemplo, pasando a un teléfono más convencional; salir: del mundo de la hiperconectividad como meta final.
¿Significa esto que quien guste de tener “relaciones sexuales virtuales” debe seguir este protocolo?, no, para nada, esto sólo debe seguirse cuando te sientas por ejemplo, realmente atrapado, con un yo imposibilitado realmente de ser genuino, y en consecuencia, de experimentar el goce, de sentirte vivo, de sentir un placer que te llene y no una ficción que te impida conectarte realmente con el mundo, y no con la apariencia. Sin duda, un tema tan antiguo como el mismo espejo que devoró a Narciso.
POR BENJAMÍN EDUARDO MARTÍNEZ HERNÁNDEZ • @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta