02/03/2023. Cuando me preguntan cuál es mi género cinematográfico (o de series) favorito, suelo decir que me gustan las historias de antiheroínas. Amo a los personajes que son capaces de desafiarlo todo, de romperlo todo, y de hacer que nos cuestionemos lo que pensamos sobre cómo debe ser una mujer. Me obsesiona la épica de lo políticamente incorrecto, narrada a través del carácter femenino. Fantaseo con que soy una de ellas diciendo groserías y mandando a la gente al carajo.
Thelma y Louise, Erin Brockovich, Miranda Priestly, Imperator Furiosa, Moana, June Osborne, Elle Woods, Annalise Keating, Ellen Ripley, Beth Harmon, Matilda, Merlina… Locas, putas, brujas, asesinas, histéricas, drogadictas, tatuadas, obreras, gordas, “rubias tontas”, “mujeres feas”, “malas madres”, temerarias que viven al límite, son todos arquetipos profundamente seductores. “Las peores de todas”, en palabras de Juana Inés de la Cruz. Pandora abriendo la caja. Eva saboreando la manzana. Creo que su indisciplina nos redime.
Y cuando se trata de historias de la vida real, la apuesta se triplica.
Así que me froté las manos cuando vi que Netflix estrenaba un documental sobre Pamela Anderson (Pamela Anderson, una historia de amor, de Ryan White. 2023). La guardiana de la bahía y bomba sexy de los 90 cuyo video sexual tiene el infame mérito de ser el primer contenido viral de la historia de internet, por fin lograba un espacio para hacer escuchar su voz y su historia. Una palabra suya bastará para romperlo todo, imaginé. Otra antiheroína para mi altar.
No hace falta ver el documental para saber que en la vida de Pamela se concentra todo lo que está mal en el status quo patriarcal. Cosificación, expoliación, caricaturización, violación, violencia… conocer a Pamela lacera y conmueve. ¿Acaso las rubias de Hollywood no tienen una vida llena de glamour? ¿Ser una chica Playboy no es una especie de cuento de hadas moderno? En el caso de Pamela, podría decirse que más bien se trató de una comedia negra.
“Siempre digo que fueron mis tetas las que tuvieron una carrera, yo simplemente iba en el paquete”, dice sonriendo. Reducida a ser un cuerpo y un chiste, un cliché personificado, más de 20 años después de su apoteosis, en el documental se da la oportunidad revisitar esos momentos para verlos con la clarividencia que otorga la madurez. Lo hace a través de su propio testimonio y el de sus hijos, de diarios personales (es una escritora obsesiva) y de cientos de videos caseros.
Habla de todo y en ocasiones se entristece, abandona el set, busca respirar aire fresco, regresa, retoma. Lo asume todo, pero se niega rotundamente a la victimización. “Mi vida no es una tragedia. No soy una víctima. Me puse a mí misma en situaciones locas y sobreviví”, dice casi al final del filme.
A Pamela la redime su buen humor, su inteligencia, su inmensa capacidad de resiliencia, su valentía y, sobre todo, su impulso por alzar la voz. A sus 55 años no quiere pasar por alto lo que Hollywood y la audiencia le hicieron. Su retorno es un privilegio que se regala a sí misma para darnos una lección; una oportunidad que otras como Marilyn Monroe, Whitney Houston, Anna Nicole Smith, Amy Winehouse o Savannah no tuvieron.
En hora y media de documental conocemos que Pamela fue abusada sexualmente desde muy niña. Nos enteramos de cómo su familia disfuncional marcó su relación tóxica con el amor romántico; conocemos cómo lidió con el abuso indiscriminado de su cuerpo; cómo su dignidad fue pisoteada por los que robaron su video íntimo (por el que nunca vio un centavo) y luego por los abogados y las instituciones a las que acudió para intentar defenderse. Se le negó el derecho a la privacidad con la excusa de que igual ya todo el mundo la había visto desnuda en Playboy; se le cuestionó como madre y se le impidió continuar con una carrera que era su único sustento y pasión.
Ella no se lamenta, pero sí habla con intención de denuncia; no exculpa a nadie y como quisiera hacerlo mi álter ego, los manda a todos al carajo. Y del mismo modo como se refiere sin pruritos a esos momentos oscuros, también conocemos instantes y espacios de mucha luz, aleccionadores y felices.
Por ejemplo, su defensa al desnudo como dispositivo de liberación y empoderamiento femenino; su posición de avanzada con respecto a la sexualidad y al derecho al placer de las mujeres; su decisión drástica de separarse del hombre al que amaba la primera vez que este fue capaz de ponerle un dedo encima; la ternura de su maternidad; el amor por su casa rural de infancia a la que siempre retorna en busca de respuestas y refugio; su audacia al usar la tribuna que le daba su cuerpo en pro de la causa animalista; su valentía al acercarse a personajes como Vladimir Putin y Julian Assange defendiendo lo que considera justo…
Si algo es especialmente interesante en este documental es el retrato que ofrece del backstage de la construcción de los estereotipos. Sí, el cuerpo de Pamela fue usado y abusado como objeto de deseo, pero también como implemento de tortura para millones de mujeres a las que se les impuso un imaginario sobre ese canon de belleza prefabricado, único e inalcanzable.
En la violencia simbólica alrededor de la imagen femenina, el cuerpo de Pamela era un arma de guerra, pero no era ella quien apretaba el gatillo. Era una rehén más.
En el filme vemos el detrás de cámara del peso de habitar, de “ser”, ese cuerpo perfecto. Conocer de cerca a la mujer con la que todas nos comparamos, a la que odiamos por ser hermosa, a la que envidiamos por (supuestamente) ser rica, famosa y deseada, a la que tratamos de invalidar llamándole puta, es revelador y duele. Nos confronta. ¿Qué tenemos que decir las feministas a Pamela y a otras tantas desde el lugar de enunciación de la sororidad?
Y sí, nuestra protagonista habla desde un privilegio de clase blanco y norteamericano; quizá justo por eso se niegue a asumirse como víctima. Pero, ¿quién puede negar que incluso en ese lugar las relaciones de poder y el patriarcado cuestan sangre, sudor y lágrimas… cuestan vidas?
Estoy de acuerdo en que la vida de Pamela, aunque violenta y llena de momentos tristes, no es una tragedia, y esto es porque las historias no se acaban hasta que se acaban.
Al mostrar ese gran ímpetu, dar un paso al frente para dar a conocer su verdad y exigir reparación, Pamela se sacude el drama y la comedia negra del libro de su vida y lo transforma en un gran relato épico. Volvió de la oscuridad para decir: “Aquí estoy, esta soy, ¿y qué?”. Una antiheroína de las mías. ¡Qué ganas de romperlo todo!
POR ROSA RAYDÁN • @rosaraydan