La solidaridad automática que está implícita en el sectarismo, parece una condición sine qua non de los pactos varoniles. Todo indica que son acuerdos tácitos que nos evitan “pisarnos” la manguera, literalmente hablando, es decir, solidaridad no de panas, sino de penes.
Una conversación masculina en medio de una rumba, más o menos, puede girar en torno a los siguientes términos:
– ¿Qué pasó gueón?
– Verga bien.
– ¿Qué pasó con la jeva?
– Fino, se quedó en la casa.
– ¿Y eso? ¿No se rebotó?
– Le inventé cualquier vaina, es que ando pendiente de otro culo.
– Ah, coño, no se diga más…
Es un ejemplo frívolo, pero válido, para explicar lo eficaz del lenguaje sibilino que no redunda en lo obvio y que despierta lealtad inmediata, por lo general, entre varones. Se trata de un axioma social plagado de machismo, hábito e irreflexión, similar, hay que decirlo, a otras ecuaciones de nuestra sociedad que validan lo cuestionable por antiético como un acto “normal”. La corrupción, por ejemplo.
“Macho que se respete no llora” se hacen coro los tipos, y también muchas mujeres, como desaprobación de los sentimientos del hombre sensibilizado por alguna causa. Si es por un despecho peor, pues en la escala de valores de la sociedad, el tramado cultural, la historia y la “culpa” judeocristiana, el mal de amor, es una patente de corso para los estereotipos, tanto como salir de putas, celebrar los cachos o ejercitarse sexualmente desde muy temprana edad frente a un sistema de roles y creencias impuestas.
El mito es creer que eso no puede cambiar. Aunque la generalidad concuerde con la idea del macho cabrío, troglodita y neandertal, existe la posibilidad de generar un proceso de reinserción humanista que parta del autoreconocimiento de la falla y del deseo de cambiar como lo estimulan las llamadas nuevas masculinidades.
Al menos, el libro Machismo: 8 pasos para quitártelo de encima de la editorial Barbijaputa, considera que ser machista es la norma “porque aunque no nacemos siéndolo -al igual que tampoco nacemos siendo racistas-, crecer en una sociedad patriarcal te va inoculando mensajes desde todos los frentes (colegio, familia, publicidad, etcétera) que vas dando por ciertos e irrefutables, y sobre los que construyes todo lo demás.”
Seguidamente, el texto formula una serie de cuestionamientos a reacciones cotidianas que para nuestra sorpresa, nos describen irrefutablemente, sobre todo en el hecho de ocultar, como la cofradía de cómplices que somos, esos pactos de caballeros que en nada contribuyen al bienestar social.