21/07/2023. Ahora que los Leones del Caracas han anunciado que después de setenta y un años se despedirán del mítico estadio Universitario para mudarse a la nueva joya del parque Simón Bolívar en La Rinconada, los recuerdos de esas siete décadas de gloriosa historia en el diamante de Los Chaguaramos comienzan a agolparse en la memoria de los aficionados melenudos.
Como en aquella canción de Serrat, en la que los fantasmas del derribado Roxy desfilan en la nueva oficina bancaria construida sobre las ruinas del antiguo cine catalán, a partir de octubre el Universitario será una añoranza, repleta de imágenes y personajes inolvidables que hicieron vibrar las gradas y tribunas del estadio con el uniforme de los melenudos.
Por suerte, el coso de la UCV es patrimonio universal de la humanidad y está a salvo de que lo echen abajo como el Roxy, pero toda mudanza entraña una desazón y la ida del Caracas al moderno estadio Simón Bolívar dejará atrás un túmulo de recuerdos. Quienes disfrutamos desde muy niños de la fascinación del beisbol profesional y de los Leones, nunca olvidaremos que un domingo en el Universitario era nuestro particular Disney. Allí se concentraba toda la magia y nada podía superar, a los diez años, el esplendor de asistir a un juego de pelota.
Pero más que el juego en sí, era todo lo que acompañaba el espectáculo. A las afueras del estadio los vendedores de pinchos con ese olor a humeante carne asada que aguaba la boca; las colas interminables para adquirir las entradas y, una vez adentro, los vendedores de naranjas, que luego eran arrojadas como dardos a los fanáticos de los equipos rivales y generaban incontables reyertas; los cerveceros que conocían de memoria a sus clientes y sacaban cuentas a la velocidad de un rayo, y el ingenioso juego de lotería beisbolera. Comprabas el boleto y había que ligar el hit del primer bate de los Leones (Vitico Davalillo), la anotación del segundo en la alineación (César Tovar), el jonrón del cuarto bate o la jugada que saliera en ese apasionante y divertido parley de la época.
Luego, claro, están las hazañas imborrables que disfrutamos en el estadio de la UCV. Allí vimos, entre tantas que nos saltan de golpe a la memoria, a Baudilio Díaz conectar su largo estacazo número veinte para romper, el 12 de enero de 1980, el récord de cuadrangulares en una temporada que poseía el magallanero Bob Darwin; el doble al jardín central de Adrian Garrett para establecer la marca de veintiocho partidos consecutivos sonando al menos un imparable; y el memorable no hit no run de Urbano Lugo hijo en la final para barrer en cuatro juegos a los Tiburones de La Guaira, aquel 24 de enero de 1987.
Con la mudanza al estadio Simón Bolívar, donde es de esperar más comodidades y boletos accesibles para todos los bolsillos, se irán siete décadas de historia de los Leones en la UCV, que llenaron de recuerdos la memoria beisbolera de quienes alguna vez tuvimos el gozo de adentrarnos en el mítico parque de Los Chaguaramos.
POR GERARDO BLANCO • gerarblanco65@gmail.com
ILUSTRACIÓN JUSTO BLANCO • @justoblancoruiz