12/10/23. Aurora no era como los amaneceres del pueblo. Era la noche, con una mata de cabellos que atrapaba estrellas en sus rizos siempre rebeldes. Durante el día sus ojos eran dos paraparas en reposo, y en las noches destellaban como luciérnagas buscando luz en las sonrisas, en los cantos que revoloteaban bajo el brillo de la luna. Era una muchacha tan tierna como una bolsa de pasas hidratadas o como una pelusa que te roza la cara.
Aurora, Aurorita, Auroraza, Aurorota, se llamaba como se sentía.
Aurora, cuando todas las que era se equilibraban.
Aurorita, cuando se sentía niña, frágil, inocente, buscadora de sueñitos.
Auroraza, cuando ardía como las brasas del fogón en el que cocinaba pan, cuando entre sus piernas un ser más fuerte que ella se sofocaba de hambres.
Aurorota, cuando amaba.
Dentro de una carpa negra, Aurora no veía el futuro en su bola de cristal. Aurora escribía o reescribía historias. Su capacidad dependía de la sombra que llevase el o la cliente atada a sus ojos. Si esta sombra comía del alma de quien a ella acudiera, la muchacha se la arrancaba de un solo mordisco.
Como un vampiro la succionaba, pero reescribiendo esa vida triste que llevaba el miserable atada al tobillo como un castigo.
¿Qué quería? Era lo primero que preguntaba. ¿Cómo lo quería? ¿Por qué lo quería? Y ¿cuándo lo quería? Finalmente, extendía sus manos sobre la bola de cristal para reinventarle una historia con camino distinto al que recorría su cliente. Es que Aurora decía que la gente nunca está conforme con lo que ambiciona, por eso ella les daba algo distinto. La mayoría pedía todo el dinero posible, lujos y demás barbaridades. Ella les escribía una vida sencilla de contar.
Aurora no buscaba generar riquezas aprovechando el pesar de los demás. Ella prefería ver sus historias nadando como peces hambrientos. Eso bastaba. Luego quería amar a todos y era esa
Aurorota con las luciérnagas alumbrándolos.
¡Ay, Auroraza! ¿A dónde te fuiste con tus muslos de agua?
¡Ay, Aurorota! ¿A dónde te fuiste con tu amor más tierno que las ciruelas pasas?
¡Ay, Aurorita! ¿A dónde te fuiste con las campanas de tu risa?
¡Ay, Aurora! ¿Qué cuento le pusiste a esa historia tuya que no te vimos más? No sabremos, pero en la esquina donde estaba tu carpa crece un paraparo al que llegan las luciérnagas.
La autora
Sarah Espinoza
(Cabimas, 1988)
Ingeniera, promotora cultural y periodista venezolana. Autora de los poemarios Puentes que tejen mi sangre (2021) y Balada de los puentes pulsados (2018). Participó en el taller de poesía erótica dictado por Libeslay Bermúdez, y de poesía y ensayo en el taller permanente Hesikhya, que dirige el escritor Miguel Antonio Guevara. Obtuvo el premio honorífico del Concurso J. Bernavil (2020). Reside en Caracas, donde ha trabajado para medios como Telesur y Ciudad CCS.
ILUSTRACIÓN: CLEMENTINA CORTÉS