Me persiguen. Puedo decir que los perderé al cruzar la esquina. Puedo decir: basta y ser cautiva. Puedo ver las botas de charol descosidas, quebrado el cuero. Puedo ver sus pechos tontos: ¡Son bien machos!, los dotados estrechan su uniforme interesantemente. Puedo ver su satisfacción, sus labios húmedos, los ojos lineados por ese a veces espeluznante destello que aparece en la mirada cuando se ejercen las facultades del dominio. Ahí estás, acorralada. Respirar lento, profundo. Bota todo el aire. La angustia es hiperventilación. Así, primero el abdomen. No importa si te ves barrigón. Bien lleno. Después el dorso, arriba. Los hombros también. Llénate el cuello de aire. Y ahora exhala lentamente Todo, bótalo todo, todo, exactamente todo. Ni el aire del más breve de los suspiros. Todo. Vacío. Sin aliento.Un segundo, i n s p i r e.
Puede repetirse la operación, pero ya llegan. Las botas patean la lluvia azul sobre el asfalto. Los ritmos ansiosos de sus corazones. Los veo de cacería, sedientos, ávidos de una presa.
Puedo decir, cómo siento el peso de sus interrogaciones en la espalda. La espontaneidad hecha un nudo en la boca. El nudo hecho de brazos, a c o r r a l a d a. Siempre hay un callejón, una puerta falsa; un ardid. La mentira se hace necesaria. Mientes y de una vez eres culpable.
—Tienes delirio persecutorio: eso es todo.
Pero no es suficiente para tu historia, para el cuento que pretendes.
Son las dos de la mañana y ya debería suponer que se han cansado, que la cinta o la película se les acabo por hoy. Pero lo sé, lo temo, creo que me escuchan pensar. Quiero olvidar su amenaza…Y si me descubren. Si hay algo equivocado en mi intimidad, en mis preferencias.
No temas: no puede conseguirse tan fácil que la policía llegue y te inculpe. Comprar los efectos del poder, son palabras mayores. Nadie puede entrar en tu casa. Nadie puede inculparte de nada. Tranquila. Son las tres y no puedes ni siquiera llamar para decir buenas noches: no vaya a ser que me oigan.
Tomado de Seres cotidianos. Fundarte, Caracas, 1990.
Autora
Stefania Mosca
(Caracas, 1957-2009)
Escritora venezolana, su vasta obra abordó el ensayo, la crónica, el cuento y la novela. Ejerció la docencia, ocupó diversos cargos en prestigiosas instituciones venezolanas dedicadas a la actividad literaria y fue ministra consejera de la Misión Permanente de Venezuela ante la Organización de Estados Americanos. Ganó el Premio Municipal de Narrativa en 1997. Entre sus obras están Jorge Luis Borges: utopía y realidad (1984), La memoria y el olvido (1986), Seres cotidianos (1990), Mi pequeño mundo (1996), Cuadernillo Nro. 69 (2001) y El Circo de Ferdinand (2006). En su memoria se creó un premio literario nacional que lleva su nombre.