14/12/23. Al llegar a la cuesta, el asno apresuró la marcha. María buscó acomodo en la montura y miró hacia el hombre. El polvo y el sudor pintaban duros rasgos en el rostro de José. La barba ensortijada parecía ahora un atado de hierbas resecas. María bostezó y el ruido leve al aspirar hizo que el hombre la mirase.
—¿Cansada?
—No.
—¿Sueño, entonces?
—No. No siento sueño.
El hombre cambió de una a otra mano el rugoso bordón. El asno había terminado de subir y ya en la meseta condicionó el trotecillo al hilo del camino.
—Sí –murmuro el hombre–. Debes estar cansada. Hemos dejado atrás un pueblo y tres aldeas. También un río.
María comentó:
—Suerte tuvimos en encontrar el río. Estaba sedienta. También tú. Y este –palmoteó sobre el lomo del asno– este no hubiera resistido mi carga, así como estaba... ¿Observaste cuánta agua bebió? Bueno, ahora es noche y el aire es fresco. Esta mañana casi me ahogo con tanto polvo y tanto sol.
—El pueblo no está lejos.
En los ojos de María hubo un parpadear de inquietud:
—¿Encontraremos posada? En el otro pueblo y en las aldeas por donde pasamos, no encontramos.
José no respondió. Registró el interior de una bolsa de fibras y sacó un trozo de pan. Mordió un pedazo. Miró a María –blanda de luna, húmeda de frío. Ella sintió el masticar del hombre y preguntó, sin mirarle:
—¿Qué comes? Parece que comieras hojas secas, o cortezas de árboles, ¿qué comes, José?
—Estoy comiendo pan. ¿Recuerdas, cuando salimos, al hombre que cargaba la ovejita?
—¿La ovejita con la pata quebrada?
—Sí. Ese. El mismo que me dijo: "¡Qué bonita correa, señor! ¿La cortó usted?".
—Ah...
—Comprendí que sería feliz llevándosela y se la di. Al despedirnos, él me dijo: "¿Quiere una de mis ovejas?".
Pero no podíamos llevar también una oveja con nosotros al lugar donde vamos, y le respondí: "Mucho le agradezco, señor, su ofrecimiento, pero he aquí a María, mi mujer, que pronto tendrá un hijo, y piénsela cuidando a un tiempo a su niño y al asno y a la oveja". Y el sin desmayar en su empeño por retribuirme el regalo, respondió: "Entonces les daré un pedazo de queso y un pan".
—Queso de oveja y pan de pastor, ¿quieres?
En ese instante el asno tropezó un pedrusco y María estuvo a punto de caer. José alzo el bordón para castigar al animal, pero María –plumón de brisa, rama de rocío– le había mirado y el hombre apagó su ira y solo fustigó con palabras:
—¡Vamos, burrito, vamos!
Adelante, bajo la claridad lunar, emergían las primeras casuchas del pueblo.
Y por todas las callejas deambuló José en busca de albergue.
Y en todos los sitios le negaron posada. Y sucedió que en la casa del viejo Tobías, había festejos por la boda de su hija. Y cuando llegó José y suplicó cobijo, el viejo se enterneció y ofreció a los forasteros la parte trasera de la casa. Y era aquel lugar donde amontonaban los toneles inútiles, las sillas rotas y el pienso de las bestias. Y en el pesebre nació el niño. Y el niño se llamó Jesús.
Era ya neblina de madrugada cuando uno de los invitados salió al patio y oyó el llanto del niño. Y llevó la nueva a los que festejaban.
Y todos desfilaron ante el niño. Y todos preguntaban su nombre. Y hubo una mujer que obsequió a María con un racimo de uvas y otra que trajo carne de cabra asada para José. Y cuando todos regresaron a la fiesta y María quiso dormir, llegaron tres hombres: rubio uno; moreno el otro; y negro el tercero.
Y dijo el negro:
—Toma, para tu niño.
Y dio a María un pomo de ungüentos olorosos.
Y dijo el moreno:
—Toma, para tu niño.
Y dio a María un pájaro de siete colores.
Y entonces el blanco llamó aparte a José y le dijo:
—Tú vienes de un pueblo lejano. Yo voy hacia un pueblo lejano.
Tú no posees ni una mísera pieza de plata para dar lecho limpio a tu mujer. Yo te daré oro.
—¿Oro? –balbuceó José–. ¿Me darás oro?
—Sí. Te daré oro reluciente. Oro que nunca has tocado con tus manos.
José miraba al blanco –los ojos de añil, el cabello amarillo, el pecho de gladiador–.
—¿En verdad me darás oro? –preguntó de nuevo.
—Ya lo has oído.
Jesús, el niño, lloraba junto a la lumbre del amanecer.
El hombre blanco sonreía en la bruma. José preguntó, una vez más:
—Y... ¿a cambio de que me darás tu oro?
La sonrisa del blanco llenaba toda su faz.
—He dicho que voy hacia un pueblo lejano. He caminado durante días. Mis pies ya no resisten. Yo te doy mi oro y tú me das tu asno...
En los brazos de María goteaba el llanto del niño. "Es el frío del amanecer" –pensó José. El hombre blanco se impacientaba. José miró a María –gacela de ámbar, tamborín de miel– y dijo de repente:
—Trato hecho.
—Toma tu oro.
La pieza brillaba en sus manos como un pequeño sol. Y en una de sus caras había un ave con el cuello torcido. Y José observó: "Es un ave de presa".
El blanco montó sobre el asno y los otros le siguieron.
Sobre el pesebre correteaba el alba.
Una semana después, Jose Calcurian y María Cumare llegaron a Cabimas. Y era Cabimas lugar donde reuníanse mercaderes de extrañas latitudes. Y uno de ellos, un sirio jorobado, trocó el dólar de oro por monedas de plata. Y, en las manos de José y de María, eran las piezas como pequeñas lunas, donde un potrillo blanco corría sin descansar.
Y entraron en la tienda de un liencero árabe y compraron a Jesús un venado de estambre y cuatro camisitas de seda artificial.
Oscar Guaramato
(Maracay, 1916 – Caracas, 1987)
Escritor y periodista. De formación autodidacta, se desempeñó en labores muy diversas: trabajador agrícola, obrero textil y periodista. Ejerció el periodismo por largo tiempo, primero en la provincia y luego en Caracas, especialmente en Fantoches y en el El Nacional. Miembro fundador del grupo literario Contrapunto (1948), se desempeñó como secretario general de la Asociación Venezolana de Periodistas (AVP) durante el período 1949-1956. En 1957 se trasladó a Madrid, donde vivió varios años. Escribió numerosas crónicas, entre lo periodístico y lo literario. En el ámbito de la literatura, se dedicó a la cuentística. Fue autor de cuentos considerados hoy como clásicos venezolanos del género, tales como Biografía de un escarabajo (1949) y La niña vegetal (1956). Otros de sus cuentos, sin haber sido escritos para niños, son piezas magistrales de la narración infantil: Caballito blanco y Jesús, José y María. Su labor fue premiada con varios galardones, entre ellos el primer Premio del Concurso de Cuentos El Nacional (1950) y el Premio Nacional de Periodismo.
ILUSTRACIÓN: MAIGUALIDA ESPINOZA