30/05/25.
Este era un niño que se llamaba Rubén. Este Rubén que yo digo inventó la manera de juntar las luciérnagas y volarlas de noche como un gran papagayo. Él también esperó que cayera una estrella sobre el sube y baja del parque de juegos para coger impulso hacia arriba. Así escapó del pueblo de las abuelas que se pasaban la vida encerrando a los nietos.
La enfermedad de las aventuras le comía tanto el corazón que ya no podía soportar los días. Este Rubén era tan valiente que esperó a que cayera un relámpago y subió por él al sitio donde nacen las nubes. Así llegó al país de los días sorprendentes y vagó deslumbrado por la selva de los instantes magníficos. Jugando al escondite llegó al pueblo donde se guardaba la felicidad en botijas y se la enterraba por miedo de gastarla riendo. Gracias al gran tesoro de felicidad que Rubén desenterró, pudo construir el trespuños para navegar en el ciclón de las pesadillas. Así llegó al fin de su viaje al sitio de las cosas que todavía no habían nacido.
Por allí anduvo Rubén hasta que la lluvia de tizones lo obligó a buscar refugio en el pozo sin fondo donde se guardan las cosas más imposibles. Entonces fue que pelearon el antes y el después y Rubén dirigió los ejércitos de soldados de plomo que conquistaron la ciudad del Ahora. Por esos lados ya empezaba la pelea entre las cosas y los nombres de ellas, que no querían seguir juntos más tiempo. En el país de los diccionarios peleó con la palabra de los mil millones de significados.
Gracias a la ayuda de ella fue que salió con vida del bosque de las tijeras empeñadas en cortar los gritos. Después se entretuvo en detener los instantes hasta que llegó a preferir su recuerdo. Pasaron miles y miles de años. Las estrellas cogieron la manía de caerse y Rubén las recogía para alumbrar los mundos que creaba cada mañana. Entonces fue que Rubén inventó lo de los ríos viajeros que fluían para donde él quería ir, y así hacía los viajes boyando. Por eso acabó depositado en el laberinto de los ojos curiosos. Entonces se le ocurrió cantar las canciones más tristes y un torrente de lágrimas lo elevó hasta una torre tan alta que estaba llena de los esqueletos de sus constructores, que murieron bajando. En lo alto de la torre se encontró una princesa tan bella que se había encerrado allí para evitar que los niños murieran de amor por donde ella pasaba.
Para libertarla, allí Rubén puso a pelear al dragón del día y al dragón de la noche amarrándoles los rabos sobre las montañas de menta. Prendiéndose de un cometa que pasaba pudieron la princesa y Rubén saltar la muralla y alumbrar el país de la noche.
Estaban tan enamorados que a cada momento debían pelear para acordarse de que eran personas distintas. Así rescataron el sol que había quedado enredado en las selvas de los confines del mundo. La princesa murió de alegría de saber que nuevamente había luz en los campos. Rubén la dejó en la cascada de instantes en donde por primera vez se amaron.
Atacado por la peste del amor vagó lacerándose por el país de las espinas. Bajo lluvias de cascabeles, llegó hasta el cementerio de picaflores que está situado en la luna. Allí, el Rey de los pájaros le contó del bosque donde estaba la rama que le permitiría resucitar a su amada. Por llegar a ese sitio se fatigó en la batalla con el camino que devora los pasos.
Rubén depositó una a una sus armas en la puerta del amor, donde solo se entra indefenso. Entonces cayó al suelo, herido por uno de los arqueros dorados del León de latidos de plomo. Y allí permanece para siempre, con el corazón atravesado por una varita mágica.
De: Abrapalabra (1979).
Luis Britto García (Caracas, 1940)
Narrador, ensayista, dramaturgo, dibujante, docente universitario, autor de más de un centenar de títulos. En narrativa, destacan Rajatabla (Premio Casa de las Américas, 1970) y Abrapalabra (Premio Casa de las Américas, 1979). En teatro, La misa del esclavo (Premio Latinoamericano de Dramaturgia Andrés Bello, 1980) y El Tirano Aguirre (Premio Municipal de Teatro, 1975). Como ensayista publica La máscara del poder (1989), El imperio contracultural: del rock a la posmodernidad (1990), Elogio del panfleto y de los géneros malditos (2000), Investigación de unos medios por encima de toda sospecha (Premio Ezequiel Martínez Estrada, 2005), Demonios del mar: corsarios y piratas en Venezuela 1528-1727 (Premio Municipal, género Ensayo ,1999). En 2002 recibió el Premio Nacional de Literatura de Venezuela y en 2010 el Premio Alba Cultural, en la mención de Letras.
ILUSTRACIÓN: CLEMENTINA CORTÉS