01-09-23. La mano blanca, la mano femenina ha tratado de salvar el castillo de azúcar. Sobre las almenas acarameladas, con apariencia de encaje, hay un soldado de porcelana. La torta de tres pisos, es tan clara, que copia las últimas luces de la fiesta. Situada como una isla, en el centro de una gran jofaina llena de agua, con su aspecto de fortaleza parece resistir el asedio de las hormigas. Esas hormigas inquietantes que olfatean la golosina desde su mundo subterráneo.
A través del túnel que abre paso a ese mundo desde el fondo de la tierra, no se acierta a descubrir la silueta de la mujer que burla el intento goloso. ¡Es tan alta, tan espigada del suelo, que los pequeños ojos no la abarcan en toda su extensión! Piensan en ella como en algo superior a las fuerzas de todo el hormiguero formado por millares de trabajadores y de guerreros de rubia coraza.
Y espían la hora de la sombra para hurgar en torno de la mesa donde hubo el banquete... Y su instinto las lleva a seguir el sendero que conduce al castillo.
Mas entre la orilla y la fortaleza de encaje de azúcar se interpone el agua. Es un agua quieta, dormida, que no se alza amenazante, que no ruge ni grita a través de las bocas abiertas de sus gotas. Pero no pueden cruzarla sin riesgo de perecer en su cristal frío, en su cristal sin vibraciones.
El hormiguero sufre escasez ... En el jardín se ha llevado a cabo una innovación. Para defender las hojas y las rosas, para defender las raíces de la voracidad de otros insectos se han teñido de blanco los troncos que les sirven de base. Y aquella blancura es ponzoñosa. Mata, destruye la vida animal. Un ejército de hormigas pereció en la primera incursión. Allí se contaron por montones los guerreros de coraza dorada, segadas en lo mejor de su existir.
Si la situación no cambia, todos han de morir... Por hambre, por inanición. Las madres andan tristes con los hijos a cuestas. Los jóvenes están pálidos y ya no son tan ágiles como antes. De no tomar una decisión, dentro de poco el hormiguero quedará diezmado. A menos que se decidan a emigrar.
El objetivo es el jardín próximo, más ancho, con árboles crecidos, con arbustos y flores repletas de miel. Un jardín lleno de tentaciones donde todavía no hay escalas de muerte en los troncos, libres de la blancura venenosa. Pero que está defendido por guerreros avezados, por tremendas hormigas negras celosas de su bienestar, celosas de su reino, unas hormigas ricas de vitalidad que aún no han sufrido en sus filas el estrago del hambre, que saben descabezar y romper el cuerpo del enemigo con sus antenas poderosas.
Y el hormiguero rubio vacila entre la alternativa.
—El castillo de azúcar, la torre de caramelo defendida por el agua inmóvil...
—¡Oh, sí!, el castillo o la guerra con las otras hormigas.
A veces la sombra ayuda. Y en este caso, ¡qué noche más bendita para el asalto! La mano blanca, la mano femenina, yace adormitada bajo sábanas tibias y olorosas. Y el soldado de porcelana es un cuerpo sin alma, sin vida, hecho "para detener el vuelo de las moscas con su espadón de plata, pero incapaz de interponerse en el camino de las hormigas.
Los pequeñuelos se relamen de gusto trepados sobre la espalda de la madre. Es dulce el caramelo que aguarda en las almenas, en el artesonado calado y transparente. Nada importa que el castillo se encuentre lejos del hormiguero. Hay que emprender la marcha antes de que el alba se asome sobre los cristales de la mansión, y ponga al descubierto el castillo, el ejército y la aventura.
Y así van, entusiasmados, contentos, seguros de lograr su objetivo. Pero han olvidado que el agua quieta, el agua color de espejo, es un obstáculo que se necesita salvar.
La hora avanza y es necesario ganar tiempo. De una orilla a la otra ¡cuánta distancia! El ánimo de aquella multitud hambrienta que ha puesto sus ansias de vida en la captura de la fortaleza, se halla sobrecogido, alarmado... Los jefes deliberan, y a una voz...
—¡Voluntarios! —piden—. ¡Voluntarios!
Se destacan los suicidas. Hay que tender un puente, un puente de cuerpos y corazas para que pase el resto del ejército. Hay muchas hormigas dispuestas para la ofrenda y el sacrificio.
Y empiezan a tenderse sobre el agua.
Es un tejido, una malla de vidas, con su cubierta de oro y sueños... Los otros, la falange nutrida de hormigas ha de llegar después, y por eso le abren el camino. Por fin se acercan. Desfilan a paso lento, con la carga de los chicuelos, y las hembras cooperan tanto como los machos. El hormiguero se mueve, anda, vive como un solo cuerpo. Cuerpo de vencedores.
Pues han logrado abordar la fortaleza. Ya algunos han trepado sobre las almenas y osan encaramarse en los hombros del arcángel de porcelana... Un arcángel de hallazgo. La porcelana se derrite, es falsa, es sólo una cosa simulada. La criatura con alas estaba hecha de pasta, de dulce, recamada de nieve y azúcar. Y los guerreros blondos celebran la hazaña, gritan su triunfo, mientras lo van desmenuzando entre sus bocas voraces.
El puente de la muerte que ha salvado al ejército, el puente de suicidas permanece rígido, tendido sobre el agua para dar paso al retorno.
De pronto el alba pone su nota indiscreta sobre la jofaina, sobre el agua que acusa el destrozo hecho en el castillo. Tiemblan los cristales bajo aquella luz azulada que envuelve en su tibieza la mano femenina que se inquieta de pronto y se sacude en el regazo de la mujer de silueta espigada.
Y una gran sombra que no aciertan a abarcar totalmente las pupilas pequeñísimas de las hormigas, una sombra inmensa cual la sombra de un dios, tan profunda como lo desconocido, se interpone entre el alba y el ejército cargado de botín que ya regresa a su mundo subterráneo... Y una voz atronadora, tremenda, apocalíptica, increpa ...
—¡Las hormigas! ¡Las malditas hormigas!
La mano femenina, la blanca y cuidada mano se alzó en un ademán de protesta. Se hallaba a punto de descargar su furor sobre los invasores del castillo de caramelo. Podría destruir de un solo golpe las huestes disciplinadas, el rubio ejército que había de sanado su voluntad... Podría aplastar a los habitantes del hormiguero con un movimiento de sus dedos, que en este momento parecían poseedores de los atributos de la Divinidad...
Pero la mujer de la silueta delgada y alta desconocía los móviles que guiaban el mundo en donde se movían las hormigas, sus problemas, sus razones, el por qué de aquel asalto, ni el pensamiento que dirigía aquella acción tan parecida a las acciones humanas.
Y el castillo de caramelo se deshizo en presencia de quien lo había construido sin que nada, nada estorbase el paso de las hormigas, sin que nadie, nadie pudiera decir si habían hecho un bien o un mal…
De: Mundo en miniatura (1955)
La autora
Mercedes Carvajal de Arocha –conocida por el seudónimo Lucila Palacios- (Isla de Trinidad, 1902 – Caracas, 1994).
Activista política, diplomática, académica de la Lengua y escritora venezolana. Fue Constituyentista, Senadora y, desde 1959, Embajadora de Venezuela en la República del Uruguay. Cultivó géneros como la novela, el cuento, teatro, poesía, y la literatura infantil (teatro y cuento). Su bibliografía publicada está integrada por las novelas Los buzos (1937), Rebeldía (1940), Tres palabras y una mujer (1944), El corcel de las crines albas (1950), Cubil (1958), El día de Caín (1958), Tiempo de siega (1960), Reducto de soledad (1975); los volúmenes de cuentos Trozos de vida (1942), Mundo en miniatura (1955), Ayer violento (1965), Cinco cuentos del Sur (1972), Cristal de aumento (1982); las obras teatrales Orquídeas azules (1942), La gran serpiente (1943), Niebla (1952); y la obra de teatro infantil Juan se durmió en la torre (1956), entre otros. Obtuvo galardones como el Premio Literario de la Asociación Cultural Interamericana de Caracas (1943), por su novela Tres palabras y una mujer; el Premio Municipal de Literatura Infantil (1944), por la obra teatral Juan se durmió en la torre; y el Premio Literario Arístides Rojas (1949).
ILUSTRACIÓN: CLEMENTINA CORTÉS