30/11/23. —¿Qué te sucede Churca, te noto ofuscada?
—Es mi cabello de negrita cucurumbé, no le entra peine, y el agua se desliza tal catarata del Salto Ángel.
—¡Ah! mi amiga, Churca, déjame contarte algo que tal vez te consuele:
—No deseo reprochar, ni mucho menos censurar el por qué mi cabello lacio estuvo signado por la profunda aversión que sentía mi familia hacia los indígenas...nunca lo entendí.
Todos teníamos apariencia aindiada, baja estatura, morenitos, cabellos ligeramente ondulados.
Un día, cumplidos mis 14 años de edad. La abuela sentenció:
—Ya no soporto a esa muchacha, con el pelo de india, llévenla a la vecina para que le haga la permanente y a cambio, le daremos la gallina más gorda del corral.
Y así fue... me sometió la vecina a un fuerte tratamiento químico, con olor a diablo, además de irritante.
Solo me duraba, aproximadamente, seis meses la ilusión del encrespado.
Aquellos eran los años sesenta, yo no tenía ni voz ni voto, pero no me sentía mal con tal cambio.
Eso sí, cuando pasaba delante de una vidriera, el reflejo en ella no me gustaba, pues era la imagen de una bruja achicharrada. El viento hacía su tarea.
Pero amiga, eso no fue lo peor, transcurrieron largos años y yo continúe con la encrespada.
Unas vacaciones navideñas, una amiga que vivía en Caracas, en Catia, me invitó a pasar unos días con ella y su hijo adolescente.
Me sentí tan feliz, yo no conocía la capital.
Llegué a las 6:00 a.m. al terminal.
Ellos me irían a esperar.
Transcurrieron dos, tres, cuatro horas y yo allí, sentada, con mi maleta, la cartera y una caja de cartón, con panes tachirenses.
Busqué la libreta, donde llevaba las direcciones y no la encontré.
Compré el periódico El Nacional, El Universal, para llorar y llorar, con el susto más grande de mi vida al verme tan desamparada.
Regresé en el mismo autobús en que había llegado, este partió a las 7:00 p.m.
Días después ya de regreso, mi amiga me dijo por qué no había ido a Caracas...su hijo me estuvo esperando durante horas.
Él no me conocía, ella me describió, con un cabello que me llegaba a media espalda ondulado...no sabía que lo tenía afro.
Haydee Espinoza
(Rubio, 1946)
Normalista, actualmente es docente jubilada. Se inició en la creación literaria a los 70 años de edad, gracias a un taller dictado en el Centro Cultural Méndez Osuna, en Tovar, estado Mérida. A partir de ahí no ha dejado de participar en numerosos talleres literarios y de poesía. Ha publicado poesía y narrativa en la revista País de Papel, de la Asociación de Escritores del estado Mérida. Actualmente es miembro de la directiva de la Asociación de Poetas Valle Mocotíes.
ILUSTRACIÓN: CLEMENTINA CORTÉS