25/04/24.
A las siete él ya estaba listo para salir a no ser por las llaves que buscaba con evidente ofuscación, mientras daba vueltas sacudiendo todo a su paso y vociferando improperios, Tito le miraba desde lo alto del muro de la cocina con esa mirada fija e inexpresiva de esfinge.
Ella aguardaba absorta la salida del agua caliente con la mente en blanco, sentada sobre la taza del excusado. Los gritos y aspavientos del enajenado, hacía tiempo habían dejado de mortificarla pues se oían al fondo como un coro de voces lejano, muy lejano. Todas las mañanas era lo mismo, parecía que desde la noche las escondiera para empezar desde muy temprano su juego favorito: el de la furia y las maldiciones, hasta que ella terminara por encontrarlas y él se las arrebatara furiosamente sin mirarla, mientras Tito de un salto se cuadraba junto a su única ama y señora.
…cerraste la puerta con honda rabia, y con la misma bajaste las escaleras y prendiste el carro, que por unos segundos estuvo a punto de no prender y hacerte estallar, aún más, de ira. Te fuiste rumbo a la tienda que abrías todos los días a las ocho en punto como si fueras el dueño, y casi lo eras, por lo menos en lo referente al mérito de haber elevado la prosperidad del negocio durante estos últimos tiempos, a no ser por el maldito catire que te miraba por encima del hombro, que te subestimaba el desgraciado, y tenías que sonreírle porque era quien figuraba como propietario… él y tu esposa eran los seres con más capacidad para sacarte de quicio hasta hacerte sentir unas irreprimibles ganas de apretarles el cuello…
Cuando desperté de esa especie de letargo en el que caigo todas las mañanas, uno de los tantos placeres que me brindan mis sedantes nocturnos, ya estaba sola. Me bañé, me puse el vestidito hindú que dicen que me sienta a las mil maravillas y me dispuse a comprar algunos víveres. Llevaba en brazos a Tito, mi hermoso gato angora, lo único bueno que he obtenido de mi matrimonio. De repente, al salir del mercado con una bolsa de asa en una mano y el gato en la otra, allí estaba él, alto, elegante, catire que se ofrecía a ayudarme con la bolsa… un hombre guapo y amable que me pareció fascinante, sobre todo porque era todo lo contrario al “enajenado”. Elogió mi atuendo seguido por mis grandes y hermosos ojos café. Me propuso llevarme a mi casa y mientras decidía ¡zas! ya estaba en su carro. Cuando llegamos al umbral de la puerta, se ofreció a llevar las cosas adentro y mientras decidía ¡zas! ya estaba en casa tomando café con aquel desconocido, luego me insinuó que lo hiciéramos, que me deseaba locamente, y mientras me decidía ¡zas! ya estaba en la cama con aquel hombre encima de mí. Ya se imaginarán, como suelen ser todas estas historias, justo en ese momento llegó el “enajenado” sucediendo así lo irremediable.
Solía tener el arma, aún sin estrenar, en un lugar que solo yo conocía, aguardando su momento y tal momento había llegado ¡por fin!, quise empezar por él pero el impacto fue a dar en el pecho de ella ¡mujer infame capaz de morir por cualquiera!, mientras contemplaba embelesado la dulzura de verla agonizar, se me escapó el cobarde.
Se acercó corriendo al balcón aguardando la huída del maldito y dado que solo había una salida, esta vez no podía fallar. Lo que no consiguió fue prever la bola de pelos que se le vino encima haciéndole perder el equilibrio, cayendo al vacío desde un tercer piso. Mientras estaba estampado en la acera con la horda de habituales morbosos alrededor, Tito, preciso y ágil manteniendo su habitual mirada inexpresiva, regresa desde el balcón a la habitación donde yace el cuerpo herido de muerte de su ama y señora.
Y allí quedé tirado, dando espectáculo, un dolor insoportable recorre mi cuerpo.
—¡Maldito catire cobarde! ¡Te voy a torcer el cuello! Hoy fue un mal día, pero mañana, mañana verás de lo que soy capaz… y cerré los ojos.
Andrea Victoria Serna Espinal (Caracas, 1981)
Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela, docente e investigadora en la línea de imaginarios urbanos, actualmente continúa su investigación inédita La ciudad conversa: Reconstrucción del imaginario caraqueño a través de su literatura. Bailaora de Flamenco y Danza Oriental creadora del concepto Danza Terapéutica del Vientre como herramienta de autoconocimiento y autocuidados de la mujer. Se desempeña como analista editorial en la Fundación Centro Internacional Miranda a la par que coordina la presente sección Cuentos para leer en casa de la revista Épale CCS.
ILUSTRACIÓN: CLEMENTINA CORTÉS