14/03/24.
En todas las profecías
está escrita la destrucción del mundo.
Todas las profecías cuentan
que el hombre creará su propia destrucción.
Pero los siglos y la vida
que siempre se renueva
engendraron también una generación
de amadores y soñadores,
hombres y mujeres que no soñaron
con la destrucción del mundo,
sino con la construcción del mundo
de las mariposas y los ruiseñores.
Desde pequeños venían marcados por el amor.
Detrás de su apariencia cotidiana
guardaban la ternura y el sol de medianoche.
Las madres los encontraban llorando
por un pájaro muerto
y más tarde también los encontraron a muchos
muertos como pájaros.
Estos seres cohabitaron con mujeres traslúcidas
y las dejaron preñadas de miel y de hijos verdecidos
por un invierno de caricias.
Así fue como proliferaron en el mundo los portadores sueños,
atacados ferozmente por los portadores de profecías
habladoras de catástrofes.
Los llamaron ilusos, románticos, pensadores de utopías,
dijeron que sus palabras eran viejas
y, en efecto, lo eran porque la memoria del paraíso
es antigua en el corazón del hombre.
Los acumuladores de riquezas les temían
lanzaban sus ejércitos contra ellos,
pero los portadores de sueños todas las noches
hacían el amor
y seguía brotando su semilla del vientre de ellas
que no solo portaban sueños sino que los multiplicaban
y los hacían correr y hablar.
De esta forma el mundo engendró de nuevo su vida
como también había engendrado
a los que inventaron la manera
de apagar el sol.
Los portadores de sueños sobrevivieron a los climas gélidos,
pero en los climas cálidos casi parecían brotar por
generación espontánea.
Quizá las palmeras, los cielos azules, las lluvias
torrenciales tuvieron algo que ver con esto,
La verdad es que como laboriosas hormiguitas
estos especímenes no dejaban de soñar y de construir
hermosos mundos,
mundos de hermanos, de hombres y mujeres que se
llamaban compañeros,
que se enseñaban unos a otros a leer, se consolaban
en las muertes,
se curaban y cuidaban entre ellos, se querían,
Se ayudaban en el arte de querer
y en la defensa de la felicidad.
Eran felices en su mundo de azúcar y de viento.
De todas partes venían a impregnarse de su aliento
de sus claras miradas,
hacia todas partes salían los que habían conocido
portando sueños,
soñando con profecías nuevas
que hablaban de tiempos de mariposas y ruiseñores
y de que el mundo no tendría que terminar en la
hecatombe.
Por el contrario, los científicos diseñarían
puentes, jardines, juguetes sorprendentes
para hacer más gozosa la felicidad del hombre.
Son peligrosos –imprimían las grandes rotativas.
Son peligrosos –decían los presidentes en sus discursos.
Son peligrosos –murmuraban los artífices de la guerra.
Hay que destruirlos –imprimían las grandes rotativas.
Hay que destruirlos –decían los presidentes en sus discursos.
Hay que destruirlos –murmuraban los artífices de la guerra.
Los portadores de sueños conocían su poder
por eso no se extrañaban.
También sabían que la vida los había engendrado
para protegerse de la muerte que anuncian las profecías
y por eso defendían su vida aun con la muerte.
Por eso cultivaban jardines de sueños
y los exportaban con grandes lazos de colores.
Los profetas de la oscuridad se pasaban noches
y días enteros vigilando los pasajes y los caminos,
buscando estos peligrosos cargamentos
que nunca lograban atrapar,
porque el que no tiene ojos para soñar
no ve los sueños ni de día, ni de noche.
Y en el mundo se ha desatado un gran tráfico de sueños
que no pueden detener los traficantes de la muerte;
por doquier hay paquetes con grandes lazos
que solo esta nueva raza de hombres puede ver.
La semilla de estos sueños no se puede detectar
porque va envuelta en rojos corazones
en amplios vestidos de maternidad
donde piececitos soñadores alborotan los vientres
que los albergan.
Dicen que la tierra después de parirlos
desencadenó un cielo de arcoíris
y sopló de fecundidad las raíces de los árboles.
Nosotros solo sabemos que los hemos visto,
sabemos que la vida los engendró
para protegerse de la muerte que anuncian las
profecías.
Gioconda Belli Pereira (Managua, 1948)
Poeta y novelista nicaragüense. Sus obras incluyen poesía, novela, una memoria y cuentos para niños. En 1972, con su primer libro Sobre la grama, abordó sin tapujos el cuerpo y la sexualidad femenina, con el cual ganó el premio de poesía de la Universidad Nacional de Nicaragua. Su activismo le llevó a militar en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), de 1970 a 1993. En 1978 obtuvo el Premio Casa de las Américas (Cuba) por su libro Líneas de fuego. Entre 1982 y 1987 publicó tres libros de poesía: Truenos y arco iris, Amor insurrecto y De la costilla de Eva. En 1988 lanzó su primera novela, La mujer habitada, que obtuvo el Premio de la Fundación de Libreros, Bibliotecarios y Editores Alemanes y el Premio Anna Seghers de la Academia de Artes de Alemania. Posteriormente publicó Sofía de los Presagios (1990), El taller de las mariposas (1992), Waslala (1996), El país bajo mi piel (2001, nominado como uno de los mejores libros del año por los Ángeles Times), El pergamino de la seducción (2005) y la novela El infinito en la palma de la mano (2008), que ganó en España el Premio Biblioteca Breve y en México el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Su obra poética incluye Apogeo (1998), Mi íntima multitud, ganadora del Premio Internacional de Poesía Generación del 27 (2002), y Fuego soy apartado y espada puesta lejos, ganadora del Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla (2006).
ILUSTRACIÓN: MAIGUALIDA ESPINOZA COTTY