16/12/2022. Veinte años sin llegar a una final de un Mundial de Fútbol es una tragedia para Brasil, el gigante suramericano que volvió a caer en cuartos de final del torneo, apeado de la Copa de Qatar por la irreductible Croacia y la resilencia de una generación de futbolista que sobrevivió a la guerra de los Balcanes, y desarrolló la capacidad de llevar los partidos hasta el agotamiento físico y sicológico para devorarse a los rivales.
La todopoderosa Brasil llegó al primer mundial en el desierto árabe con la chapa de candidata absoluta a conquistar el sexto título. Sobraban razones para la ilusión de la galera de amazónica. Tenían a Neymar en estado de gracia; extremos rebosantes de juventud, velocidad y desborde como Vinicius, Raphinha y Rodrygo; delanteros a los que le sobraban goles de la talla de Richarlison, Gabriel Jesús y Pedro; y una defensa rocosa comandada por la experiencia de Thiago Silva. Y para dirigir la orquesta contaban de nuevo con Tite, un técnico que había sabido combinar la técnica individual, el arte supremo de los brasileños con el balón y el orden táctico para defender y atacar sin ceder espacios.
Pero la belleza del fútbol en lo que estriba la supremacía sobre cualquier otro deporte de conjunto es la posibilidad de que con una honda y una piedra se puede derribar a un gigante. La honda de Croacia se llama Luka Modric. Se trata de un mediocampista de época, un diez que entiende el juego como pocos y con una inteligencia deslumbrante para manejar el partido a su antojo.
Modric dictó el tiempo en que se jugaría el duelo. El astro del Real Madrid se echó atrás para manejar el balón desde el círculo central. Horizontalizó el juego de los ajedrezados, tocando en corto de un lado a otro, haciendo bascular a la defensa de Brasil en procura del cuero, hipnotizados por el tic-tac improductivo de Modric que solo buscaba agotar la paciencia y las energías de Brasil
Un rapto de genialidad de Neymar alimentó las esperanzas de Brasil con una obra de arte, tirando dos paredes con Rodrygo y Paquetá que culminó con un golazo. Pero Croacia es especialista en sobrevivir. A falta de cuatro minutos, sin agua en la cantimplora y delirando de cansancio en el desierto, metió un contragolpe magistral para igualar la pizarra y llevar el partido hasta su terreno favorito de los penales. El gol de penal de Modric, enviando un pase a la malla con una sobriedad principesca fue una sentencia para Brasil, que mentalmente estaba fundida. Marquinhos lo confirmó fallando el penal decisivo que mandó al pentacampeón de regreso a casa sin bailecitos. La Croacia de Modric, el último diez auténtico de Europa, que sobrevive a las modas tácticas y al tiempo, apagó a Brasil y tratará de amargar el sueño de campeón mundial de Messi.
POR GERARDO BLANCO
ILUSTRACIÓN JUSTO BLANCO