30/05/24. “Esa gente si se tarda”, pensé mientras trotaba. Luego de quedarme cuidando un montón de bolsos y macundales de los que se llevan a la playa mientras La tipa entraba con otras competidoras, y las fotos, y tú por qué nadas y ella sonríe y todas cierran los ojos y allá se metieron y todo se calmó por un rato.
La tipa, con casi 69 años, está nadando desde el 2014. Paró en pandemia, desmemoriados del orgullo y todo lo demás; su hija le dijo que en Cumaná podía nadar -con tan sólo seis meses entrenando -, y hasta allá fue a parar y en casi dos horas completó los 3K. Hay más señoras llenas de.
"Es como si fueras a hacer una obra de teatro; se sienten mariposas en el estómago”. Marisol Pérez, de setenta años, compite por décima séptima vez en aguas abiertas. Una joven que afirma ser su asistente, le aplica protector por aquí, ella se mueve hacia allá, la cadera queda así, la sonrisa queda asá, la sombra se alarga, la piel se estira, los dedos de los pies desaparecen en la arena.
Es hora de correr.
La tipa: Crucé la boya triangular y me dije: "Estoy cerca, ¡sólo mil metros!". Divisé los edificios marrones y allí comencé a bracear con fuerza: un, dos, tres, un, dos, tres, ubicación, un, dos, tres, un, dos, tres, ubicación. Poco me duró esa determinación: nuevamente mis amigas medusas me rodearon. Sentí, otra vez, sus picadas en los brazos, piernas, ¡la cara, mi nariz! Tenía miedo de tragarme una como le ocurrió a la nadadora Diana Niad en su travesía de Cuba a Miami, pero me respondía: "¡Son muy grandes para tragarlas!". Las detallé, observé que eran de diferentes colores: blancas, amarillas, azules, naranjas, rojas; que podía tocar la parte en forma de casco, cómo movían los tentáculos, y que estos eran la pesadilla. Cerca de mi estaba un chico en kayak y le pregunté si la meta era los balones anaranjados y me dijo que sí. Pasé a un nadador con gorro azul, creí que era discapacitado y me sumergí para ver si lo era. Estaba completo pero quizás no me escuchaba. Seguí nadando y esquivando animales, nadando, esquivando animales. Concentrada en las brazadas, poco me importaba el dolor, la adrenalina lo calmaba, además, estaba llegando.
Otro competidor me contó que tuvo que pararse a vomitar. La gente de primeros auxilios, agotados, abollados, exigidos y satisfechos de aliviar, regaló el papelón con limón que les quedaba. “Es como si te dieran un balonazo jugando fusilado”, le explicaba el hijo al padre. “Como cuando te queda el fósforo entre la uña y la mugre”, le decía un joven a otro; las marcas de las quemadas de las medusas “Bola de cañón” aparecían y reaparecían. Un nadador aisló una en un pote de margarina, que no es mantequilla, porque iba a experimentar con un asunto de colágeno. Aguas malas, que antes de venir al mar, premonitoriamente, limpiaron energías, espacios, hogares, ausencias, desvelos, sutilezas, escamas y pintura vieja, con trasnocho incluido. Cartones artísticos que terminaron en la basura; basura que deja basura y vuelve a dejar. Caracas, ni lejos ni cerca de La Guaira; el mar y Yemayá, donde ella esté, protégela. Gracias, Blanquito Man. Mosca por ahí, PTT Lizardo. Y, por supuesto, La tipa:
Sin desesperarme –la posibilidad de la meta cercana provoca ansiedad- continué nadando, esquivando. Creí que me llamaban y vi a un señor que agitaba los brazos y decía algo que no entendí. Me paré y gritó: "Sigue hasta la orilla". ¿Nadando?, pregunté; "Si quieres", respondió. Di unas cuantas brazadas, me paré y me dirigí a la orilla con el orgullo de haber llegado y superado un mar minado… de medusas bola de cañón. Postdata: quedé segunda en mi categoría .
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1 / XIOMARA LOPÉZ
FOTOGRAFÍA MAIRELYS GONZÁLEZ • @mairelyscg27