23/05/24. De las palabras que titulan este artículo la más rara es “parresía”. Es rara porque es un término que no ha entrado o no lo han dejado entrar en el mundo cotidiano. Tal vez porque el hacer que sugiere es muy escaso: decir toda la verdad, sin adornos y sin disimulos, hablar con franqueza, valientemente. Desde la época en que fue creado este término en la Grecia antigua, ha nombrado a una acción precaria; muchas veces proscrita y casi siempre mal vista. Tanto que comenzó a usarse para definir expresiones dichas a la loca. Como contraviniendo el viejo consejo: Es mejor pensar antes de hablar que hablar y después pensar.
Los conceptos de parresía y de retórica funcionan como antónimos en muchas circunstancias. La retórica se interesa por argumentar, por convencer, por la forma en que se construye la argumentación. Esto implica astucia, escogencia de palabras, incluso dejar de lado ciertos aspectos para que la argumentación cumpla su función de cautivar y convencer. No se puede concebir una expresión retórica que no haya sido pensada acuciosa y técnicamente. Ahora bien, no siempre parrasía y retórica son expresiones antónimas.
El teatro desde sus inicios indaga y expone la verdad humana. Ese mágico encuentro de los actores y el público frente a una historia que pretende retratarnos y develar lo que somos, echa mano de cualquier herramienta que le permita manifestarse en toda su dimensión. Cualquier pieza teatral necesita argumentación, pensamiento, astucia en la manera de exponer sus verdades, partir del subtexto y de lo sugerido para ampliar el rango de los múltiples significados que puede tener una palabra o una frase. Al mismo tiempo, necesita exponer su verdad claramente, sin tapujos, sin autocensuras, con diafanidad, sin miedo para que toque la sensibilidad y la conciencia del espectador.
A golpe de vista el párrafo anterior luce contradictorio. Pero si ponemos atención al funcionamiento de nuestra sociedad, es fácil colegir que la retórica es la norma de nuestro andamiaje comunicacional. Así que, aunque se diga una idea, se haga una afirmación o un comentario sin ambages siempre será susceptible a múltiples interpretaciones. El mensaje será asimilado como una expresión retórica. Esa característica de nuestra realidad, la de propiciar muchas interpretaciones, puede ser cuestionable en muchas circunstancias y en ciertos estamentos. Pero en el teatro es esencial, como diría Foucault, hablando precisamente de parresía: “Más que decirlo todo es poner todo para decirlo”. La intención teatral por excelencia es exponer la verdad de manera valiente y en toda su magnitud.
POR RODOLFO PORRAS • porras.rodolfo@gmail.com
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