20/06/24. Cuando se anunció que las computadoras sustituirían a las máquinas de escribir en las salas de redacción de los diarios más importantes del país, finalizando los años ochenta, el gremio periodístico se negó rotundamente porque ese artefacto diabólico estaba llamado a desplazar la mano de obra.
Diez años después, viendo la inutilidad de aquella batalla, los redactores convencieron al Colegio Nacional de Periodistas de asumir la nueva tecnología que aún parecía amenazante, pero ya lo arropaba todo, o casi todo.
En los noventa, cuando un utensilio enano y farandulero llegó pretendiendo sustituir al disco de acetato, los defensores de una especie de “honra a la memoria musical” se batieron en un encarnizado duelo para “frenar” las ínfulas de dominación del mercado de eso que rápidamente se hizo parte del argot melómano: el CD.
Algunos expertos en predecir el futuro aseguran que la prensa escrita desaparecerá en el 2030, otros dicen que en el 2043. Sin entrar a considerar las razones de semejantes augurios, no cabe duda de que más pronto que tarde, los diarios, los libros, y cualquier publicación que amerite soporte físico, pasarán a ser un "rara avis".
La tendencia es irrevocable: los principales diarios del mundo han fortalecido sus portales electrónicos, sin contar los que han abierto una puerta y cerrado definitivamente la otra. Fue emblemático el fin del diario británico The independent el 26 de marzo de 2016, luego de cuarenta años de una añeja tradición impresa. Su titular de cierre fue tan luctuoso como exacto: “¡Paren las máquinas!”.
El camino del libro es, por lo pronto, menos estridente pero igual de firme en su ceremonia de despedida: el mundo editorial se ha contraído en las operaciones comerciales de todo el mundo, migrando vertiginosamente hacia el libro a la carta, por demanda, el E-book, que ha posicionado a portales como Amazon -antes fue una modesta librería real- en poderosas trasnacionales dedicadas al comercio del libro electrónico.
Como en todo, hay apocalípticos e integrados, afortunada clasificación acuñada por Umberto Eco en un famoso libro de 1954 para diferenciar las audiencias a favor o en contra de la cultura popular, en el marco de la comunicación de masas.
El libro a la carta sigue la égida de las corporaciones transnacionales del mundo editorial, pero ahora en el ámbito electrónico. Tiene a su favor las redes sociales y su imbatible poder de penetración, el WhatsApp y el formato PDF que vehiculan, en cuestiones de segundos, desde los grandes clásicos de la literatura universal hasta cualquier edición artesanal de un pana que se da colita en esa oportunidad tecnológica. Y existen las experiencias alternativas, contrahegemónicas, como los cartoneros, una propuesta editorial artesanal con gran auge en países como Argentina y Chile que ha merecido la atención de las editoriales alternativas venezolanas, e incluso del aparato editorial del Estado.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN JADE MACEDO • @jademusaranha