10/08/24. Hay una versión, según la cual, Lilia Vera estuvo en la fiesta que se hace luego del matrimonio, y aquel fue el de Sol Musset con Alí Primera. Hay otra que dice que cuando la piedra, de un tamaño aproximado, para las y los conocedores de manos, que impediría que la mano, cualquiera, de Luis Miguel Badaraco o de Antonio Armas, la arropara completa.
Entonces, para contextualizar, en la lluvia de peñonazos que partieron los vidrios
del autobús que transportaba a un grupo de artistas que habían ido a cantar en la
frontera con la hermana república en febrero de 2019, uno grande, con su estallido de piedra lanzada con arrechera, pasó a centímetros del rostro de Lilia Vera. Sólo el ruido del motor luego de los gritos.
Silencio
Esa misma versión cuenta que cuando, en señal abierta de radio y televisión, y en otro tipo de silencio, Lilia Vera hablaba firmemente con el presidente Nicolás Maduro, y según lo que se veía, el presidente escuchaba y el ministro del poder popular para la cultura hacía lo mismo, entonces, en ese silencio, nació la Gran Misión Viva Venezuela, Mi Patria Querida.
Los cantos
Y hay otra versión que dice que cuando Iván Pérez Rossi, ingeniero de 84 años, y
el presidente Nicolás Maduro, obrero de 59 hablaron, aquí en Caracas, de hombre
a hombre, de tú a tú, de viejo a muchacho, entonces, ahí nació la GMVVMPQ. Quienes han viajado con Iván conocen de su carácter, de su firmeza. Ambos miden lo mismo, poco más, poco menos. Ambos tienen un vozarrón, ambos han pateado la calle. Estaban solos. Iván Pérez Rossi, en algún momento, mencionó a Francisco Pacheco.
Un solo pueblo
Ella es cantora, como Fabiola José, por ejemplo, que estaba en ese autobús.
Agarrada con una mano del tubo que va paralelo al techo, con la otra se tapaba un ojo. Cuando le caen a peñonazos a un autobús lleno de gente que fue a cantar,
algunos vidrios saltan. Y uno, pequeño, pero filoso como vidrio que salta por, fue a parar cerca de ese ojo. Al rostro de Lilia le sopló la brisa nada más y Fidel
Barbarito se calmó cuando escuchó a Fabiola José, que dijo que iba a hacer una crónica, pero eso es otro tema; en fin, el bicicletero se calmó cuando oyó a su compañera decirle que estaba bien.
Ella, que es cantora, decimista, cronista, madre de Luciano y de Amelia e
integrante del recién creado grupo promotor de la GMVVMPQ, anda viajando por el país. El trabajo de todas, y de todos, porque cuando Javier Marín (disculpe usted, lector de periódico de papel: teníamos tiempo sin vernos; desde la redacción se ve la plaza Bolívar y al parecer, alguien está sentado leyendo un periódico abierto. Pero pudiera empezar a llover).
El hilo
Cuando Javier Marín, integrante del mismo equipo, también en señal abierta,
habló con el presidente Nicolás Maduro, de cosas importantísimas, ironizó
(quienes conocen a Javier Marín, etcétera) acerca de la posibilidad de rallar, con el rallador, por supuesto, los tequeños para que alcanzaran porque, como en todas las reuniones de ese equipo, desde entonces y hasta ahora, en algún momento a las cantoras les da hambre. Y a los músicos también.
Era premonitorio: los recursos no alcanzarían.
Más de cien mil cultoras y cultores registrados en la primera semana y los
números aumentaban a un ritmo que sorprendía a todo el mundo. El presidente, siendo que es una Gran Misión, le da ese estatus y, en consecuencia, el equipo promotor, aparte de cantar, componer, ensayar, fracturarse una pierna (Luisana Pérez puede brincar en una pata y va recuperándose al ritmo del olor de Carayaca. Está muy risueña), es un equipo de misioneros y misioneras. Tiene una Gran Misión.
El equipo
De madrugada, Ana Cecilia Loyo me escribe por el teléfono inteligente. “Estoy
ensayando”. Veo su estado. Era la época del wasap. Sostiene una claqueta
mientras hacen la toma para el programa de televisión, que se repite. “Estoy en
Táchira”. Pasa un rato. “Estoy en Mérida”. En Caracas, llora cuando ve a su hija en el escenario. En el escenario, en otro, cuando canta, Amelia se sube y la cantora la carga. Como pesa, se la cambia de lado, con esa forma de hacerlo. Otra vez en la misma
ciudad, en un círculo de mujeres, estaba mimetizado, porque estaba ella, otra
cantora. Loyo me vio y calló. Todas voltearon a verla y ella, mujer de humor
enigmático, me sacó con sutileza. En sus palabras, todo empezó al revés: “Hemos
venido cumpliendo el escrito de Quino que dice la vida debería ser al revés.
Comenzar a lo grande, que fue de gran impacto. La incertidumbre de lo inédito
generó una mezcla de alegría y angustia, todas y cada una de las personas
sumaron y lo grande se hizo monumental. Vernos, reencontrarnos, abrazarnos; fue una gran fiesta de la que aún suspiro por la algarabía que Gualberto Ibarreto, Francisco Pacheco y Lilia Vera generaron. ¿Y ahora qué? Diez días de un festival que se desplegó por Caracas, La Guaira y Miranda.
¿Y ahora qué?
Loyo repite la pregunta y alguien le pide respuestas. Ella censa, baila, canta a
Conny Méndez y parece que todo el tiempo pasa fuera de las ventanas que ya no se rompen. “De la ovación al aplauso más sencillo, ambos indispensables para avanzar. Viajar al son de Viva Venezuela ha generado la sorpresa de una música viva que sigue y sigue sonando. Hay un recorrido que comienza en el majestuoso
monumental Simón Bolívar: Primer programa Viva Venezuela Mi Patria Querida desde Caracas. Un despliegue de lo novedoso. Comenzar a mirar al artista desde el servicio: su atención”.
Más allá de los tequeños, en el monumental, Ismael Querales sorprende con sus cuentos que son verdad; Francisco Pacheco, impecable con la ropa que lleva puesta y con la que lleva aparte para la coherencia, donde sea que esté; la atención al artista, un punto de honor que el equipo promotor, afinado, ensayado, y probado va más allá de otro punto más al estar. Loyo hace títulos sólo para que leamos la otra crónica, que no ha escrito, en otra parte. Cosas de las cronistas: "Nos fuimos a La Guaira con un tambor que aún resuena en el alma y luego Miranda donde lo patrimonial es la bandera. Nos fuimos a otros dos estados, Cojedes y Carabobo: pisar tierra llana, apacible y bondadosa, y con una historia que demuestra la valentía infinita que llevamos en la sangre. Se vinieron
acercando las sonoridades zulianas con danzas, gaitas y el rayo del Catatumbo
que relampaguea en las tamboras y nos impulsó a seguir el viaje a Falcón, que
baila tambor coriano, veleño y cumarebero y nos regala el abrazo de una salve y un golpe serrano. Con la algarabía llegamos al sancocho de Sucre que nos esperaba desde temprano. El bandolín oriental punteaba el ritmo acoplado con el baile de todo el público, parecía estar acompañados con la grandeza y la energía de María Rodríguez celebrando su centenario. Con ese mismo son, Nueva Esparta nos preparaba con una excelencia en sonoridades y riquezas culturales para
luego cerrar la jornada en Anzoátegui con sus particularidades de los llanos
orientales”.
La decimista, en su cotidianidad, obvia adrede olores y calles de todo el país
mientras vive Venezuela, su patria querida. La suya. “Lo cuento después”, dice entre ensayo, que es un trabajo, mientras trabaja de misionera, que es otro. “Le toca a los andes con Táchira, tierra sagrada quien nos recibe con bambucos, valses, merengue campesino y un pato bombiao que dicta el baile. El frío de Mérida refresca la jornada con la participación de esta música que las montañas abrazan, para cerrar con Trujillo y su andinidad amorosa. Seguimos trabajando en los diferentes estados ¡Ya nos encontraremos! Nuestra misión es visibilizar lo que se hace en los pueblos: su gastronomía, artesanías, danza, su música y toda expresión que hable y sienta cada localidad. Parece trabajo sencillo coincidir en un mismo espacio con cada manifestación cultural. La memoria hace a los pueblos libres, hace a los pueblos identificarse, sin complejos, con lo que son”.
Hay otra versión que dice que la Gran Misión empezó cuando Alí Primera dijo que el Aula Magna era el nido más hermoso de su canción.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1
FOTOGRAFÍA DENNYS GONZÁLEZ • @dennysjosegonzalez