• Inicio
  • Cuentos
  • Minimanual
  • Agenda Cultural
  • Música
    • Boleros que curan el alma
    • Bitácora sonora
    • Música en acción
  • Caracas
    • Almanimal
    • Caminándola
    • Ciudad
    • En foco
    • Laguna de babel
    • La vida es juego
    • Pichones de Sibarita
    • Trama cotidiana
    • Trota CCS
  • Soberanías Sexuales
  • Miradas
    • Bajo la lupa
    • Crónicas gráficas del patrimonio
    • Envejecer y seguir siendo
    • Falsas Memorias
    • Miradas
    • Séptima morada
    • Visiones Liberadoras
  • Entrevistas
    • Antroponautas
    • Entrevistas
  • Mitos
  • Literato
    • Mejor ni te cuento
    • Préstamo circulante
    • Son tres párrafos
  • La Revista
    • Somos
    • Columnistas
Puedes buscar por Título de la noticia
Inserte el Título

Miyó Vestrini y la muerte domesticada

10/10/24. Marie-Jose Fauvelles Ripert (Miyó Vestrini) calza perfectamente con un estereotipo que, de no llegar a un desenlace consecuente, podría terminar en impostura: la poeta suicida. 

 

 

“Si hubiera sabido todo esto

                        No me agarran viva”

 

 

Y eso, por un asunto de atracción morbosa, fascina a casi todos y mueve a interminables debates sobre el destino fatal de los rapsodas, postergando inevitablemente su obra. Hay que decir, en consecuencia, que Miyó fue una escritora deslumbrante, y como dirían en Maracaibo, la tierra que la cobijó procedente de Betijoque y antes de Nimes (Francia), fue una “mardita”.

 

Se convirtió en una reconocida redactora cultural, consiguiendo el premio nacional de periodismo de los años 1967 y 1979. Catalogada como una entrevistadora brillante, con piezas magistrales

 

 

Jamás ocultó su vocación. Su obra, compuesta por tres poemarios publicados en vida y un texto póstumo y versos inéditos recogidos en varias recopilaciones, está salpicada de violentos, lacerantes e insondables coqueteos con la muerte: “… la espiral la muerte el mercado la vecina los golpes el teléfono las facturas la casa

                                                                                                                                  Y grita”.

 

Su destino lo define, como parece que hizo acertadamente con otros, Orlando Araujo: “La vida no es una línea recta hacia la muerte, sino un río fangoso y meándrico, sin lecho fijo, inventando un delta entre los escozores de la tierra”.

 

 

Nació en Francia en 1938 y emigró a Venezuela con su familia, desmigada entre las culturas venezolana y europea. Nora Alarcón, guionista y amiga, detectó lo que podría ser uno de los orígenes de sus aflicciones: “tenía una cólera tremenda hacia su padre” (realmente su padrastro), el escultor italiano Renzo Vestrini. También cobijaba otras angustias: sus excesos de peso, las marcas de una quemadura de infancia sobre su cuerpo, una disritmia cerebral que le producía sorpresivos arranques de furia, un ojo caído que ocultaba detrás de sus inmortales lentes culo de botella, el alcoholismo. “Mi cuerpo es una mierda” se autolaceraba en las entrevistas.

 

 

El otro asunto es que era mujer y eso, en una sociedad como la nuestra y en su época, era un factor decisivo para los estigmas. Se convirtió en una reconocida redactora cultural, consiguiendo el premio nacional de periodismo de los años 1967 y 1979. Catalogada como una entrevistadora brillante, con piezas magistrales que dejó asentadas en El Nacional y la revista Criticarte, también incursionó en guiones para telenovelas. “Era encantadora, inteligente, creativa, hacía uno y otro guion para telenovelas, y sobrevivía con eso” cuenta su amiga.

 

 

Acabó sus días atormentada y deprimida. Sin fe en los médicos y mucho menos en los sicólogos, se entregó al ardimiento de su palabra cortante: “El primer suicidio es único / Siempre te preguntan si fue un accidente / o un firme propósito de morir”.

 

 

Con 53 años, en 1991, tras varios intentos que fueron preparando la escena, se quedó dormida definitivamente tras ingerir abundante Ritrovil, un ansiolítico que en grandes dosis paraliza el sistema respiratorio. Estaba en casa. Sobre la bañera su cuerpo vestido y calzado, dos notas como epitafios, a su lado una estampita de San Judas Tadeo y en el tocadiscos, un LP de Rocío Durcal. “Señor, ahora ya no molestaré más” escribió en una de las cartas. 

 

 

 

 


POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon

 

ILUSTRACIÓN JADE MACEDO • @jademusaranha

 

#MiyóVestrini #Poesía #Sensibilidad #Muerte

Compartir

Noticias Relacionadas

La lengua proscrita

  • 16/01/2025

Campo Elías y el odio entre paisanos

  • 05/12/2023

Andrés Mariño Palacio: Un genio desahuciado

  • 07/11/2023

El meteorito

  • 20/02/2025
Las actividades por la semana de los Museos

Hasta siempre Pepe

Llamar a la abstención electoral
Ubicación
  • Esquina de San Jacinto, Edificio Gradillas “C”, piso 1, Caracas 1010, Distrito Capital
  • 0212-3268703
Enlaces
  • Cuentos
  • Minimanual
  • Agenda Cultural
  • Boleros que curan el alma
  • Bitácora sonora
  • Música en acción
  • Ciudad
Enlaces
  • Soberanías Sexuales
  • Bajo la lupa
  • Antroponautas
  • Entrevistas
  • Mitos
  • Mejor ni te cuento
  • Préstamo circulante
Galería ¡CARACAS VIVA!
© 2022 ÉPALECCS | al ritmo de la ciudad