24/10/24. Antes de que Internet llegara para agilizar trámites burocráticos, la llegada del amor era cosa de parsimonia. En los tiempos de antaño, un cruce de miradas furtivo podía dar pie a todo un proceso lento y ritualesco de acercamiento que podía durar incluso años, antes de que la linda parejita tomara la decisión de llegar al altar.
Aunque hay quienes dicen que la ciudad aliena y causa separación, la verdad es que los rincones urbanos más bien son un gran aliado para el romance.
Se dice, por ejemplo, que los pañuelos y abanicos eran armas certeras de seducción. Dejar caer inocentemente el pañuelito era señal suficiente para que el caballero agarrara el hilo y fuera detrás de la damisela interesada. De manera similar, sacar un cigarrillo al descuido podía ser un llamado de atención masculina: "Quien prende el cigarrillo, vuelve por la ceniza", decía mi abuela.
Lo cierto es que el acercamiento amoroso en el pasado era más tierno y estaba más cargado de emociones y códigos secretos. En el siglo XIX y a principios del siglo XX, las muchachas no debían salir solas a la calle. De hecho, se dice que en otras ciudades, como Maracaibo, la mujer debía tener siempre consigo una compañía: bien fuera del esposo, la madre, una chaperona, comadre o sirvienta. Salir sola era muy mal visto. El encuentro de un posible amor, se hallaba entonces en el mercado o la iglesia. Detrás de las verduras y la hostia, se escondía el deseo de amar. Luego, tras numerosas noticas, cartas furtivas y recados a la señora de servicio, los enamorados furtivos solían fijar sus citas en el espacio por excelencia para reunirse: la plaza.
Plaza de mis amores
De esta manera, Simón Bolívar ha sido testigo por varias generaciones de primeros besos, primeras agarraditas de mano y primeras miradas coquetas. Si se trataba de una cita a ciegas, los amantes se ponían una flor en la solapa para reconocerse. Así, el padre de la patria, también ha sido el celestino y hasta padrino de innumerables bodas caraqueñas, sin proponérselo.
Curiosamente, los espacios públicos no han perdido poder de convocatoria cuando se trata del llamado del amor. Es común ver en la plaza Chacaito novios esperando pacientemente la llegada de sus amadas por la salida del Metro. En la plaza El Venezolano, se suelen ver enamorados bailando pegaditos los viernes y sábados en la tarde, y el parque Generalísimo Francisco de Miranda ha sido un gran alcahueta al poner a disposición bastante grama para que el amor se encuentre con besitos, arrumacos y amapuches. La hermosa pérgola de El Calvario ha sido otra gran hada madrina de cupido, por haber celebrado en numerosas ocasiones varias bodas colectivas. El Mirador de la avenida Boyacá (o Cota Mil) también es un refugio célebre para la pasión. Tanto así, que más de un muchachito salió de un encuentro furtivo a las faldas del Waraira.
Los espacios urbanos avivan el amor
Aunque hay quienes dicen que la ciudad aliena y causa separación, la verdad es que los rincones urbanos más bien son un gran aliado para el romance. En tiempos de cibersexo y pornochat, un cafecito al aire libre y una caminata agarrados de la mano son afrodisíacos mucho más fuertes que la foto más escandalosa de Only Fans.
POR MARÍA EUGENIA ACERO • @mariacolomine
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta