07/10/24. Es sábado, sin duda lo sé porque el ruido, al menos en esta parte de la ciudad, Caracas para más precisión, ha disminuido. Ya no escucho las correderas de quienes entran y salen de la escuela, de los negocios, el abasto, los vendedores… estos sí, van haciendo la calle con sus ofertas del día, aunque todo se cotice en moneda extranjera y quedemos marcados por lo inalcanzable, línea que se va borrando e impulsa, a que veas un poco más allá, hacia el encuentro, las posibilidades de ser, autogenerar, crear el a veces olvidado sentido de pertenencia.
Dicen que su nombre era Antonio Pacheco, que cultivaba flores allá en Galipán...bajaba en burro o en caballo envuelto en una niebla con todo el frío ... pero la verdad, yo lo siento cada vez que tiemblan las ventanas...
Un eco, ahora, sale del subterráneo, una pequeña voz, varias, nos recuerdan que hace más de un mes fue decretada la Navidad, sí, porque se decreta, se adelanta, como si algo, una fuerza mayor, nos hiciera desprendernos cuanto antes de este año, uno más.
Pero las voces me dicen algo que veo, la cruz encendida, allá en el cerro, el Waraira Repano, debo precisar, no es un cerro, es una montaña, al menos para mí, sagrada. En otro tiempo, nos contaron que de allá, por esta época, bajaba un hombre entrado en años, seguramente un sabio, porque no encuentro mejor adjetivo para quien demuestra la cercanía de la tierra, al ser, el humano que no puede comprenderse sin dicha conexión.
Dicen que se llama Pacheco, en presente, todavía existe, lo suelen asociar, quién sabe por qué, con el frío, por eso cuando él desciende de la montaña, especialmente por el centro y oeste de Caracas, la ciudad que nos hace, a nosotros, los capitalinos, como también nos llaman por haber nacido o estar viviendo aquí, en este corazón donde confluyen todos los nervios del país por aquella idea enfermiza de que todo debe estar centralizado, a pesar de que demostremos día a día de que no es así…
Pero no nos desviemos, a Pacheco lo asocian con el frío, con la Navidad, tanto así que en un país tropical como el nuestro, nos extraña que a veces aumente la temperatura. Pero es sábado, y me piden que indague un poco más sobre este señor, de este que se han contado tantas historias que no puedo sino seguir un poco más…
He dicho que es sábado y hace años era costumbre en nuestra familia subir esa misma montaña, entonces no me fijaba en Pacheco, entraba por la ventana tempranito y yo, más pendiente en salir de casa y adentrarme por las sinuosas laderas que tiempo después me enseñaron mucho de lo que soy ahora, porque no hay mayor metáfora, para mí, de la vida, que la montaña…
No nos desviemos, vuelvo a repetir, y veo a Pacheco parado frente al ordenador, ¿qué querías decirme? –me interpela con esa voz ronca de abuelo regañón, como si lo he despertado de un largo sueño o de algo tan importante para él, como una carrera de caballos en La Rinconada…
Y sí, me arrincona, ¿qué quería usted mijo, que anda viendo pa’ aca’ pal’ cerro? No sé qué responder, no sé cómo decirle que eso no me parece un cerro que me gusta más decirle montaña, que ha sido ella la que me dicta día a día cada palabra cuando ya no tengo más, que de alguna manera sabía que él entraba a veces sigilosamente, otras haciendo todo el ruido del mundo, a la casa, sacudiendo las ventanas…
¿Uste’ se va a quedar callado? Vuelve, vuelve justo cuando el segundo bajón de luz acelera la marcha de la escritura porque ya casi es mediodía y no quiero una tarde accidentada…
Disculpe, quería hacerle algunas preguntas, pero su presencia me ha hecho otras, unas que no pensé… A pues, ahora me sale con eso…, insiste él, y repito su nombre, Pacheco, uno que me recuerda a dos, a dos antes de cualquiera, un cantante conocido, que precisamente suena más por estas fechas, y otro, uno de los albañiles que ayudaron a mamá y papá a construir la casa de nuestra infancia, la misma que él, Pacheco, el del frío navideño, atravesaba sin pedir permiso…
Y como si leyera mi pensamiento, me dice, uste’ tampoco me ha pedido permiso para ver si puedo o no atenderlo…
Disculpe señor, a pue’ ahora me sale con eso de señor, gracias por el respeto, pero dígame mejor compadre o tío, porque señor marca distancia y ya ve que no la tenemos…
Bueno, tío, es que eso me suena como muy español...
Bueno, dígame como uste’ quiera…
Pacheco, disculpe que lo haya metido en esto, me imagino que está usted muy ocupado, pero unos amigos quieren saber algo más de su persona…
¿Y qué será?
Bueno, algo que quisiera contarme, algo que no sepamos…
Ya me imagino por dónde va la cosa… Bueno, la verda’ es que siempre se acuerdan de uno por esta fecha aunque no sea diciembre, pero ya se dice que es Navidad, así que bueno, te diré, es verdad, se me ve más por esta época, pero yo bajo todos los días a intercambiar estas hierbas por harina, ollas y otras cosas que no tenemos allá arriba, y otras más que hacíamos, pero hace tiempo que no…
¿Qué hierbas son esas Pacheco? ¿Usted no traía flores?
Lo de las flores sí, pero ya no, mira, me dice llevándose un manojo de hierbas a la nariz y seguidamente, las lleva a mi cara, ¿hueles? Una belleza, agrega sonriente…
Estas nunca deben faltar en la mesa, y también pa’l catarro… Yo las bajo en este saquito, a veces me pongo en una acera, por allá, por La Hoyada y la gente me da algo por ellas, pero yo, lo que se dice más cantidad, las intercambio, voy tocando las puertas de las casas, antes de llegar hasta allá, y lo que me queda, bueno, sí, las cambio por algún billete, con eso compro mi roncito y me devuelvo…
Dice esto y no lo veo, ha desaparecido, quiero saber más… de su nombre por ejemplo, si tiene familia, de por qué lo nombran tanto, etcétera…
Me quedo con lo que sé no es una nota digna de ser publicada, necesito saber un poco más…
Dicen que su nombre era Antonio Pacheco, que cultivaba flores allá en Galipán, en lo alto del Waraira Repano y bajaba en burro o en caballo envuelto en una niebla con todo el frío que suele caracterizar, a pesar del cambio climático, noviembre, diciembre y enero, pero la verdad, yo lo siento cada vez que tiemblan las ventanas, sé que pronto volverá a decirme algo, algún secreto que no sabré escribir, porque al fin y al cabo, hay historias que una vez escuchadas, son intraducibles.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ • @pasajero_2
FOTOGRAFÍAS NATHAN RAMÍREZ • @naragu.foto / ARCHIVO CIUDAD CCS / JACOBO MÉNDEZ / JESÚS CASTILLO
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta