13/11/24. Cuando tuve el honor de conocer a la actriz Aura Rivas para esta entrevista me impactó la ternura y sencillez que irradia esta joven de noventa años en medio de su imponente elegancia y presencia: Aura Rivas es una actriz que no pasa inadvertida. Su carisma deslumbra dentro y fuera de escena, pero su simpatía sencillamente enamora.
...me tomo la vida con alegría, con risa. Yo no quiero amargarme... no tomo la vida tan en serio y que me encanta mi profesión...
Esta entrevista fue más bien una amena tertulia, ya que nos acompañó el director de teatro y actor Miguel Issa. Issa creó y dirigió el montaje Manuela, la insepulta de Paita, que se presentó en los teatros Alberto de Paz y Mateos y el Nacional, y que nos inspiró a hacer esta entrevista. Aura Rivas protagoniza este sentido tributo a Manuela Sáez en una pieza que combina canto, baile y actuación para retratar uno de los romances más intensos de la historia.
Aura Rivas de Godoy es una primera actriz venezolana que se ha destacado desde 1958 en teatro, cine, doblaje y televisión venezolana y mexicana. En 2008 y 2010 obtuvo el Premio Nacional de Cultura en Venezuela por su trabajo en el teatro. Algunas de sus participaciones más destacadas han sido en las telenovelas Doña Bárbara, Gómez, Mis tres hermanas, Mariú. También en las películas Cheila, Una casa pa' maíta, Una abuela virgen y El Amparo. En teatro, El pez que fuma y El coronel no tiene quien le escriba entre muchísimas obras más. Una de sus causas actuales ha sido promover el respeto hacia los profesionales de tercera edad. Su trayectoria es una referencia fundamental para la identidad actoral de Venezuela. Conozcamos más del encanto de Aura Rivas, en compañía de Miguel Issa.
¿Cómo se define Aura Rivas?
(Risas). Me defino en primer lugar como soy. Yo siempre fui así, muy alegre. Todo lo tomo a broma, a lo mejor por eso es que he durado tanto: porque me tomo la vida con alegría, con risa. Yo no quiero amargarme. En el proceso de vivir a uno le han pasado muchas cosas y cosas terribles, pero las paso: no me quedo clavada en ellas. Las sufro hasta donde se tiene que sufrir, pero igual me levanto y me río. Entonces yo me defino así, no tomo la vida tan en serio y que me encanta mi profesión, lo que hago. A mí me ha funcionado demasiado en la vida, mi forma de vida por una actuación hermosa.
¿Cómo siente su evolución, desde aquella Marisela de Doña Bárbara, hasta ahora?
Imagínate, son tantos años que uno va aprendiendo. En los tiempos de aquella Marisela, yo empecé a hacer tanto teatro como televisión, sin saber nada de nada. Yo no sabía nada de actuación. Cuando empecé a hacer televisión en 1953, que fue cuando arrancó la televisión en Venezuela, a mí me ayudaron mis compañeros. En aquella época habían muchos extranjeros: chilenos, argentinos, cubanos, españoles, etcétera. Ellos me ayudaron de una forma u otra a conformar esta profesión que nunca me había imaginado ejercer. Lo que quería era ser cantante. A mí lo que me gustaba era cantar, pero no se me dio.
Lo que se me fue dando fue la actuación. Poco a poco me fue gustando. Esta es una profesión muy hermosa. A pesar de que yo era autodidacta, jugaba con mi imaginación: eso fue lo que me ayudó.
Me fui a México en 1958, al Gran Festival Panamericano de Teatro. Allá pedí una beca para estudiar actuación, en la Escuela de Bellas Artes. Luego estudié un año con el maestro Seki Sano. Él había sido alumno de Stanislavski, y preparaba a todas las grandes actrices en México, así que quise estar con él.
Cuando viví esa doble experiencia de formación, sentí vergüenza. "¿Qué fue lo que yo hice, y cómo lo hice?" Fue una cosa terrible. Casi que ya no quería seguir trabajando. Fue una ruptura espantosa. "¿Cómo voy a decir que soy una actriz? Yo no soy ninguna actriz: yo lo que soy es una aprendiz". ¿Cómo había hecho esos personajes? Además, ya hasta me había ganado premios y todo.
Todo eso se lo debo a la imaginación; porque el actor juega mucho con la imaginación. En esencia eso fue lo que yo aprendí. El asunto es entregarse, pero trabajar mucho con tu imaginación.
El actor lo que hace es jugar. Pero después de eso, me lo estaba tomando tan en serio, que estaba sicoseada.
Y ahí estoy. Todo esto es un aprendizaje que no termina nunca. Voy a cumplir noventa y un años este 31 de diciembre y aún no termino de aprender.
Radio, cine, televisión, teatro, doblaje. ¿Qué le ha dejado cada uno de estos mundos? ¿En qué se complementan? ¿Cómo la han nutrido? ¿Qué es lo bueno y lo malo que ha visto de cada uno?
Cuando se tiene esta profesión, uno puede estar haciendo televisión, cine, doblaje. Con cada una de estas áreas uno aprende. Es hermoso.
Por ejemplo, el doblaje. Yo hice mucho doblaje desde los años ochenta. Hice unos quince años de doblaje, y aprendí mucho porque estás conectándote con culturas y otros países.
Con el doblaje, uno aprende todo, más allá de la actuación. Es más completo, porque hay que tener una voz neutral y una muy buena dicción. Ahí no puede entrar cualquiera. El aprendizaje es fabuloso, porque uno está doblando a actores de otros países, y estás viviendo con ellos.
El cine me costó bastante adaptarme. El cine requiere de más pausa, más tranquilidad.
Quien hace teatro, es más expresivo: en el cine no se puede ser tan elocuente y yo soy muy elocuente. En el cine todo es más interior e íntimo.
Miguel Issa: Es más contenido.
Aura Rivas: Eso no es fácil lograrlo para un actor de teatro. Uno es grandilocuente en el teatro, porque hay que proyectar todo. Todo debe ser grande, enorme: no solamente la voz.
Para el cine, hay que reducir todo a su mínima expresión, pero transmitiendo.
¿Cuál prefiere de todos?
El teatro. Es más libre, tengo más libertad. En el teatro, voy creciendo cada vez, me voy midiendo cada vez. Como las funciones no son iguales, cada función es distinta y uno va aprendiendo y corrigiendo.
En televisión no puedes hacer eso, porque es "Cinco y acción". Vienes a ver el resultado en pantalla, igual que el cine.
En cambio, el teatro es un trabajo muy hermoso. Uno empieza haciendo un trabajo de mesa, y se va enriqueciendo. El trabajo que más me gusta es el de la preparación de la obra.
¿Qué pido para las nuevas generaciones? Que creen que porque estudiaron y se graduaron, ya son. Uno no termina de ser ni de hacer. Uno siempre está siendo y haciendo. Yo lo que pido es la pequeña cuota de humildad que se requiere para esta profesión, porque los egos son muy fregados. Uno tiene que manejar los egos, ¡pero, bueno! Porque aunque te aplaudan, no te lo creas. Sigue trabajando.
¿Tiene algún método en particular para abordar los personajes?
Yo trabajo con el método de la verdad. Los personajes son distintos, por supuesto. Pero siempre que lo que haces, lo hagas de verdad, ya está. Eso es todo. Que pase por tu piel, pero que pase de verdad.
Claro, con tantos años en teatro, yo llegué a hacer teatro sobre actuado. Las actrices, casi que nos guindábamos de las cortinas, gritando (risas).
En el año 85, cuando llegó Genet, yo acababa de llegar de México, y había vuelto a hacer teatro, cine, televisión. Sin embargo, me sentía saturada. Sentía que me estaba repitiendo.
Decidí retirarme por una época: si quiero seguir en esto, voy a respirar profundo, meterme en un taller y empezar de nuevo. Fue cuando estudié con Jean Genet. Me daba terror hacer los ejercicios con él porque los actores eran muy jóvenes, y yo ya era mayor.
M.I.: Jean Carlos Genet y su esposa Verónica crearon el grupo Delgado 80, y formaron a muchos actores por veinte años. Luego, se devolvieron a Argentina.
A.R.: Pero ese es mi método. La verdad. Cuando sube el telón, yo sigo sintiendo ese sustico, que no termina nunca. Yo admiro los que dicen que no. Yo no puedo. Una vez que empieza, hay que arrear el burro y echar pa'lante (risas).
M.I.: He observado que tú todos los días haces ejercicios con la voz. La voz de Aura es visceral. La vas a escuchar ahorita. Es una voz que sale de las entrañas.
A.R.: Bueno, con la edad se va apagando la voz. Se va apagando todo (risas).
M.I.: Hazlo bien, para que ella vea que es verdad lo que estoy diciendo (risas). Cuéntale cómo fue que te sentiste vieja a los setenta años.
A.R.: ¡Ah, sí! Cuando cumplí setenta años, sentí que me había puesto vieja. Les dije a mis hijas que ya no quería manejar más. Hasta que un día reaccioné. Me paré derecha, hice mis ejercicios y decidí que no me iba a dejar. Yo ahora entro y salgo independiente. Me monto en mi autobús, y la gente se queda loca cuando les digo que tengo noventa años. La edad no existe. Eso no importa cuando quieres cumplir tus sueños.
POR MARÍA EUGENIA ACERO • @mariacolomine
FOTOGRAFÍA NATHAN RAMÍREZ •@nathanfoto_art / NATHAEL RAMÍREZ • @naragu.foto