Todavía en los tiempos actuales resulta muy natural identificar la palabra mujer con la palabra madre, como si la propia reproducción fuera un acto atado a su propio cuerpo… De igual manera, la propia condición de hermandad vinculada a la sangre. Hablo de especies, hablo de genes, de vínculos intencionalmente olvidados por la retórica tan etnofágica como natufágica, es decir, de consumo de la propia cultura, de la propia naturaleza, en función ¿de qué?
No encuentro ningún otro objetivo para esta forma de hambre que no sea el propio exterminio, pero hay quien ve, por ejemplo, en el uso de la razón instrumental algo “más elevado”, algo como una máquina que nos sea servil de la misma manera en que lo ha sido la naturaleza especialmente desde el despliegue de la denominada “Ilustración”.
Razón antropocéntrica, razón que se desvía del encuentro: del hombre consigo mismo, de la mujer consigo mismo, de la mujer con el hombre, de la naturaleza.
Y es que la cultura con los principios y valores que le son inherentes para su propia salvaguarda, se desvían en mucho de lo que parecen haber surgido. Por ejemplo, como parte de un saber eurocentrado se sostiene la igualdad, la fraternidad y la libertad como
Cuando escribo estas líneas, una mis estudiantes de antropología, interesada en la comprensión del lugar del juego en el proceso de inculturación, es decir, de formación cultural que se da en la niñez, me dice que Robot Salvaje, película escrita y dirigida por Chris Sanders inspirada en las historias de Peter Brown que ha motivado esta breve reflexión, inserta en tiempos de Inteligencia Artificial, tiene que ver con la construcción de la identidad… Y claro, le respondo ahora con más precisión: la identidad –en este caso personal-, recordemos, es aquél proceso donde podemos llegar a ser autónomos, aunque esto no siempre se logre del todo.
Eso muestra la película, entre otros aspectos de igual valor para el público que está dirigido, pero este, debo admitirlo, como lo es cualquier película animada para mí, no es un público exclusivamente infantil.
Así, entre otros aspectos, utiliza la vieja metáfora del patito feo para dar cuenta de la superación de obstáculos que se nos presentan en la vida. En este caso se trata de un ganso nombrado “Brightbill” (que en inglés significa pico brillante –lo que no es nada accidental-, en la voz del joven inglés Kit Sebastian Connor), por su madre adoptiva Roz (que en rumano quiere decir rosa), una robot –Unidad Rozzum 7134- (en la voz de la keniano-mexicano nacionalizada estadounidense y ganadora del Óscar, Lupita Nyong’o Buyu).
Ambos protagonistas al menos para mí, resultan ser el héroe y la heroína de la trama, lo que no puede alcanzarse sin la autovaloración, la confianza en sí mismo, y la solidaridad de quienes se identifican progresivamente con él y ella.
Resalta la madre que, aunque no haya parido, ha criado de la mejor manera que pudo, cuando no tenía instrucciones para ello, como toda madre. Así como su hijo, Brightbill, quien se convierte en líder y defensor de toda la naturaleza… Los mensajes son muchos más, por ejemplo, la idea de que la naturaleza se defiende de quienes la han olvidado… Destaca, además, el papel del zorro Fink que nos recuerda al célebre Principito de Antoine de Saint-Exupéry.
Benjamín Martínez
@pasajero_2