05/12/24. Hubo una época en la que el baloncesto era el alma de Pedro Camejo, la última urbanización para la clase obrera trabajadora inaugurada por el General Marcos Pérez Jiménez, bajo el concepto de espacios abiertos, integración y funcionalidad de ese genio de la arquitectura moderna venezolana que fue Carlos Raúl Villanueva. Ahí, al lado de la Cota Mil, la cancha de básquet se convirtió en el lugar de las amistades más solidarias y duraderas, los romances con finales felices y las pugnas aguerridas y fraternales entre los equipos y basqueteros que aún retumban en la memoria de quienes tuvimos el privilegio de vivir esos tiempos de canastas mágicas.
...en un abrir y cerrar de ojos, el básquet se adueñó de nuestras vidas... El fervor por el juego se esparció en cada vereda con el surgimiento de los quintetos Cerveceros, Caribes, Plazoleta, Bloque 16 y los primeros campeonatos.
Con el nacimiento en 1973 de la Liga Especial de Baloncesto, el virus de driblar, pasar el balón y lanzar al aro contagió a todos las comunidades de Caracas donde existía una espacio para practicar el deporte. Hasta entonces, cancha de Pedro Camejo había sido un lugar solitario, donde los pocos iniciados en los secretos de este juego, como Jairo, que había vivido y estudiado en Estados Unidos, se acercaban a rebotar la pelota, efectuar los doble pasos y anotar puntos utilizando el recurso del tablero.
Pero en un abrir y cerrar de ojos, el básquet se adueñó de nuestras vidas. El profesor Francisco “Paco” Diez organizaba clínicas de baloncesto, y llevaba a los equipos de la Liga Especial, como Ahorristas del Caracas y Guaiqueríes de Margarita para que estrellas de la talla de Lewis Linder, Gerald Cunningham, los hermanos Cruz y Luis Lairet o el mismísimo Bill Collins jugarán contra nosotros. El fervor por el juego se esparció en cada vereda con el surgimiento de los quintetos Cerveceros, Caribes, Plazoleta, Bloque 16 y los primeros campeonatos.
Con Jairo, Toto, Basilio, Luis Perrifin, Gregorio y Fernando Arroundel, un negrón de dos metros que bajaba los rebotes desde el cielo, los lupulosos ganaron el primer torneo y todos los chamos de la vereda uno queríamos emular a estos ídolos cercanos, por lo que también formamos nuestro quinteto al que bautizamos los Ases.
La verdad, no éramos la gran cosa, hasta que mi amigo del alma el “Cabezón” Alejandro se echó una estirada de 1.90 y con su fuerza hercúlea ya no había quien le ganara bajo los tableros. Un día enfrentamos al equipo de San José, que traía a un desgarbado flacucho de 2.05 metros. El tipo repartía tapones a diestra y siniestra, hasta que Alejandro se arrechó. “Dame esa mierda a mí”. Se sacó al gigante moviéndolo con su cuerpo, le clavó dos puntos en la cara, y poco después le dio un soberbio taponazo que quedó para los anales del equipo, porque ese bloqueo se lo propinó nada menos que a Carl Herrera, que por entonces se iniciaba en el juego y años más tarde sería la más grande estrella del baloncesto venezolano en la NBA.
El mejor equipo de esa época era el de la segunda vereda, porque tenía a puros tipos altos e imparables en el tablero y, a Picho, un lanzador con una puntería endemoniada que inventó el tiro de tres puntos antes de que se implementara en la NBA. Los Caribes eran invencibles con Pedro “Buldog”, Pedro Castillo, Héctor “Yeyo” Monroy, Ricardo “Bemba” Soto, otro verdugo de larga distancia, y Rubén, que nunca fallaba un disparo por tablero.
Todos eran excelentes, pero ninguno fue tan bueno como Tirso Quintana, el mejor jugador de todos los tiempos en Pedro Camejo, que era la estrella solitaria de La Plazoleta. Dormía abrazado con el balón y estaba todo el santo día rebotándolo alrededor de las sillas del apartamento. Su privilegiada estatura de casi dos metros, la velocidad para correr la cancha, driblar sin ver el balón, pasar como un mago, anotar de media y larga distancia lo hacían imparable. Era el único que clavaba la pelota en una época donde el resto ni tocábamos el aro. Era el Magic Johnson de Pedro Camejo, un artista del balón que fue el único en cumplir el sueño de todos nosotros de jugar algún día en la Liga Especial. Con diecisiete años debutó en el Beverly Hills de la mano del legendario coach, Pedro “Camaguey” Espinoza y de allí pasó a la selección nacional donde sentó a los consagrados como Douglas Barinas.
Con Tirso a la cabeza, Pedro Camejo armó un equipo formado por los mejores jugadores de cada vereda para competir en la Liga Superior de Baloncesto. Por primera y única vez en la historia, nuestro quinteto llegó a la gran final. El partido decisivo era contra Los Técnicos en Pinto Salinas y ese día Tirso hizo desastres, anotando desde cualquier lugar de la cancha, alimentando a Pedro “Bulldog” y Pedro Castillo en el poste bajo para conseguir un triunfo apoteósico, que ninguno de los que estuvimos en la cancha ese día podremos olvidar.
De esa victoria inigualable han pasado algunos años, y ahora en Pedro Camejo no se escucha el rebote del balón. La cancha no ha sobrevivido al tiempo y necesita con urgencia que la Alcaldía de Caracas, el Ministerio de Deportes o quien sea, le devuelva el esplendor de antaño, cuando las luces iluminaban los juegos nocturnos, las gradas eran un bullicio de vecinos apretujados respaldando a sus equipos, y los triunfos se sellaban con besos cinematográficos, como los de Pedro “Buldog” y Dahil que entre canastas y reflectores se juraron amor eterno.
POR GERARDO BLANCO • gerarblanco65@gmail.com
ILUSTRACIÓN JUSTO BLANCO • @justoblancoru