16/12/24. En pocas ocasiones como estas, en especial en nuestro país, la palabra coro resuena en quien, sin necesidad de cantar, se sabe parte de un mundo en el que la sola voz basta para hacerse con la tierra, el ser, la vida misma.
¿Qué sería de la universidad, de esta en particular, sin la organicidad que revela la polifonía que despliegan estas agrupaciones musicales? Y un poco más acá, ¿qué sería de la Navidad sin estas voces que dinamizan su vivencia?
En un país tan musical como el nuestro, donde la tradición se reinventa en cada tonada, basta con mirar dentro de las casas de estudio, para dar cuenta de cómo la música constituye su esencia, esto es, su espíritu, su manera de ser.
Y es que no hay otra forma de pensarnos universitarios, universales, si nos damos cuenta de aquello que nutre y exalta el devenir propio de la comunidad en sentido amplio, la humanidad toda, aunque a veces sólo lo advertimos en un acto de grado cuando el sentido de estudiar se eleva en esas voces que afirman el deber de quien se ha dispuesto a crecer como ser humano.
La tradición de los coros, del canto coral, es cierto, se desprende de las iglesias sean católicas o protestantes y permea las universidades, algo de musical, de sagrado, tiene el estudio.
Encuentro ejemplos paradigmáticos en la Ciudad Universitaria de Caracas, en las corales de sus facultades, en nuestro querido y mundialmente galardonado Orfeón Universitario. De las facultades por estos días siento con cariño las voces de la Coral de Humanidades, la de Ciencias…
¿Qué sería de la universidad, de esta en particular, sin la organicidad que revela la polifonía que despliegan estas agrupaciones musicales? Y un poco más acá, ¿qué sería de la Navidad sin estas voces que dinamizan su vivencia?
Para resaltar su importancia, el director coral, maestro y compositor venezolano Alberto Grau, propuso en el Segundo Simposio de Música Coral celebrado en Helsinki, Finlandia, en agosto de 1990, ante la Asamblea General de la Federación Internacional del Canto Coral allí celebrada, que existiera un día para ello y que hiciera además énfasis en el fortalecimiento de la paz, la solidaridad y el entendimiento mutuo entre los seres humanos.
Desde entonces, cada segundo domingo de diciembre y cada día que un coro y una coral elevan sus voces, celebramos el canto coral como aquello que eleva nuestra existencia y de alguna manera, colabora en su realización. Y agradecemos a todas las personas que hacen vida desde allí, conjugando las vibraciones que salen del espíritu y conceden al sentido la luz de saberse parte de algo tan grande como la voz en toda su polifonía, porque quizás no exista mayor metáfora de la vida que ser canto.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ • @pasajero_2
FOTOGRAFÍAS ALEXIS DENIZ • @denizfotografia