16/01/25. Pedro Lemebel, esa loca maravillosa de la que me fleché a destiempo, decía: "podría escribir en el silencio del tao con esa fastuosidad de la lengua precisa y guardarme los adjetivos bajo la lengua proscrita”.
Es la calle la que ordena, podría decirse, y la academia va a la zaga, tratando de maniatar con sus signos tiránicos el caudal bravío de la gente...
Lemebel rechazaba la impertinencia de los puristas en su empeño por encorsetar la lengua. Como García Márquez que siempre agradeció la existencia de los correctores, porque él andaba inventando universos paralelos y no tenía tiempo para aprenderse las normas de una ortografía que se iba volviendo vieja en la medida en que hacía crecer sus macondos.
Los “maestros” de la lengua terminan convertidos en una suerte de fascistas, en su cruzada personal por la exactitud académica en la expresión, pretendiendo domar esa fiereza natural del habla hasta volverla blanda, transparente e inútil en su función mágica de revelar el alma.
Escribió Ivonne Bordelois en su libro imprescindible, La palabra amenazada, que “entre el uso de la palabra y la escucha de la palabra media una distancia semejante a la que separa al amor de la prostitución. Piénsese en la ridícula paradoja que encierra la común expresión ‘dominar una lengua’. Las lenguas son ellas mismas dominios inmensos de tradiciones, vastos léxicos que se nos escapan, reglas gramaticales subterráneas, de las que apenas alcanzamos a atisbar los mecanismos, métricas tan espontáneas como misteriosas, poéticas realizadas y otras maravillosas por cumplirse”.
Imposible no pensar en expresiones como “haiga”, “habemos”, “fuéranos”, tan comunes entre nosotros, para separar la eficiencia en la definición de las cosas y su codificación formal.
Es la calle la que ordena, podría decirse, y la academia va a la zaga, tratando de maniatar con sus signos tiránicos el caudal bravío de la gente expresándose a sus anchas, con la potencia y espontaneidad de la sustancia que fluye. Luego dice Bordelois: “Shakespeare no saqueaba la lengua: la escuchaba en su ámbito más profundo”.
Se dirá que las convenciones son imprescindibles para que, “no muera” o “no se anarquice” la lengua entre uso y abuso.
Eso sería útil, quizás, si quisiéramos impedir la posibilidad del “disparate bíblico de la Torre de Babel” según el Gabo, que incidió en la eclosión del habla, la multiplicación de las lenguas, el caos y la vida.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta