06/03/25. Hay una emoción frívola y recurrente que experimentamos los que amamos al cine, y es la entrega de los premios Oscar. Resulta infantil la manera en que contenemos la alegría que nos produce ese tránsito por la alfombra roja de las figuras que, vistas en vivo y directo, no resultan ni cercanas a la imagen titánica que tenemos de ellas a partir de sus más recientes actuaciones.
...Hollywood, que aparenta ser una arena para las críticas vedadas y abiertas al poder... se viró hacia el conservadurismo y dejó atrás su legitimación de causas progres ...
En esta oportunidad no fue distinto, pero sí resultó patética la manera en que la gran industria del cine autorregula su ecosistema sin dejar de ser Hollywood: enorme, poderosa e increíblemente temerosa frente a los tentáculos del poder.
Alguien escribió que no hay nada más político que el cine, y otro respondió que nada resulta más antropológico frente a la sociedad que vivimos, que el enfoque cinematográfico para retratar un tiempo en términos de termómetro cultural.
Esta vez fue enterrada sobre su propio estercolero una cosa que algunos se atreven a llamar película: Emilia Pérez, bodrio absurdo que, sin embargo, se atrevió a acumular trece nominaciones, un hecho histórico, así como fue histórica su revolcada, con apenas dos premios alcanzados: el Oscar a mejor actriz de reparto para Zoe Saldaña, con todo y su carga reivindicativa en favor de la migración latinoamericana; y el Oscar en la categoría de mejor canción original.
El filme del marcadamente racista francés Jacques Audiard, al igual que su protagonista, la española Karla Sofía Gascón, quien además es misógina, xenófoba y clasista según confiesa en sus propios tuits, nunca fue arte y dejó de ser una película en el momento en que la traducción de su argumento pasó a ser una retahíla de insultos en contra de la idiosincrasia latinoamericana, mexicana específicamente, y un arrebatado alegato en contra del español, al que Audiard no dejó de señalar como "una lengua de países emergentes, una lengua de países modestos, de pobres y de migrantes".
Hay quien afirma que Trump ganó por retruque, pues Hollywood, que aparenta ser una arena para las críticas vedadas y abiertas al poder (aun siendo instrumento de ese poder), se viró hacia el conservadurismo y dejó atrás su legitimación de causas progres como el movimiento LGBTI y la visibilización de la lucha transgénero (leit motiv de Emilia Pérez), para finalmente conformarse con el cine independiente de Anora, la ganadora de la noche, que apunta hacia hechos mucho más mundanos como el sexo, las drogas y el rock and roll anglosoviético.
Llevamos doce años sin Chávez. Se nos ocurre pensar que aún no se ha hecho la película y quizás no debería hacerse, no nos pase como con la de Alí que al final terminó siendo un dolor culposo, una intoxicación después de comer langostas o algo así. O la serie sobre Cien años de soledad que produjo Netflix, un trago amargo que de un sorbo nos borró el dulce aliento sembrado por García Márquez con la obra literaria fundamental para entender de dónde vienen Chávez y Alí: ese realismo mágico que siembra mariposas amarillas de esperanza en un continente atravesado por los estigmas del maltrato y el olvido, y que de vez en cuando recibe la visita de estos majaderos de la historia buscando nuestra redención.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta