25/05/25. Ni el entretenimiento, ni el mainstream, ni la sofisticación estética de la puesta en escena para Netflix, resultan suficientes para ocultar el enorme dolor que significa en la historia reciente de Argentina el destino del creador de El Eternauta, Héctor Germán Oesterheld y de su familia, tras la publicación de su historieta y su militancia en los movimientos de izquierda que se opusieron a los gobiernos militares de una etapa sangrienta y brutal en ese gran país de la América del sur.
...vemos El Eternauta con la curiosidad de conocer el desenlace del próximo capítulo, inquietos siempre por no saber si la ficción es capaz de superar a la realidad en este convulso continente marcado por la tragedia de quienes la han malquerido.
Si bien el actor argentino Ricardo Darín, protagonista de la serie televisiva, trató de suavizar su impacto sobre la opinión pública al afirmar que sólo se trata de una adaptación que se adecúa a los tiempos que corren, al incorporar tecnología y nuevas líneas argumentales, se desprende de este remake una herida sangrante solapada por ese intento de olvido que es el perdón, la única manera de saldar la deuda existencial de la represión y los crímenes vividos bajo regímenes totalitarios.
Como casi cualquier nación gobernada por juntas militares tras violentos golpes de estado, experiencia que marcó el día a día del cono sur entre los años cincuenta y setenta del siglo pasado, Argentina recibió a El Eternauta en 1957, en plena efervescencia del gobierno de Pedro Eugenio Aramburu, líder de la dictadura cívico-militar que gobernó ese país tras el derrocamiento de Juan Domingo Perón en 1955. Su argumento central: una conmoción ambiental generada por una nieve tóxica que despachan los alienígenas al invadir la tierra, convierte al país en un gran campo de guerra postapocalíptico, referenciado con mucho color local. Cualquier intento individual por alcanzar la salvación resulta siempre inútil, y sólo la unión que hace la fuerza permite la redención humana.
Distintos análisis de la trama acotan que evidentemente la historia se conduce a través de la apología política, pero más allá de las visiones enfrentadas, parece obvio que la salvación de la especie sólo es posible con el acuerdo de todos. Oesterheld, quien militó durante todos esos años en las causas populares hasta incursionar en el Movimiento Montonero a partir de 1976, no sólo no vio la anhelada liberación, sino que recibió en carne propia junto a sus seres amados, todo el peso de la irracionalidad capaz de emerger del fascismo. Lo castigaron por incómodo, por asomar desde la historieta y todas sus producciones de creador acucioso durante todos esos años críticas veladas y abiertas a la injusticia social que experimentaba su país bajo el mando militar.
El 27 de abril de 1977 fue secuestrado por las fuerzas armadas tras el golpe de Jorge Rafael Videla y la institucionalización de un régimen feroz. Ya habían sido secuestradas y asesinadas sus cuatro hijas: Diana (24), Beatriz (19), Estela (25) y Marina (18), dos de ellas embarazadas, al tiempo que desaparecían tres de sus yernos.
Luego del insufrible martirio de la tortura sistemática y próximo a la muerte (que se supone fue en 1978), sus esbirros le dieron la oportunidad de quitarse la capucha con la que lo mantenían y conversar con los otros presidiarios, de los que sobrevivieron pocos. Quizás su mayor acto de redención en semejantes condiciones, fue estrechar la mano de cada uno de sus compañeros en un aparente acto de despedida. Al parecer, ya le habían informado que todas sus hijas habían sido asesinadas junto a sus nietos en ciernes.
Hoy vemos El Eternauta con la curiosidad de conocer el desenlace del próximo capítulo, inquietos siempre por no saber si la ficción es capaz de superar a la realidad en este convulso continente marcado por la tragedia de quienes le han malquerido.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta