18/07/25. Según la mitología satanista y conspiranoica, Ozzy Osbourne es un ángel caído que llegó a la tierra para hipnotizar con alevosía a las huestes del mal con un par de falsetes de Iron Man o War Pigs, imponiendo su mirada penetrante sobre las multitudes hechizadas para inducirlas al consumo de murciélagos y palomas de la paz, pasatiempo probadamente riesgoso cuando lo hace un chino y propaga una pandemia mundial.
...Ozzy en su despedida, es que nos demostró que podemos ser jóvenes por siempre, como cantaba Bob Dylan, así sea con un pie en la tumba y sin miedo al qué dirán.
Sin embargo la verdad y el mainstream, aplastantes, nos lo entregaron como un abuelito decadente aposentado sobre una poltrona barroca con aletas vampirescas, quien a duras penas podía sostener un micrófono con sus manos y mucho menos afinar cantando las añejas canciones que desde comienzos de los años setenta emocionaron a varias generaciones de metaleros de todo el mundo y aterrorizaron a sus padres, empeñados en que los discos de esa banda delincuencial, Black Sabbath, contenían sortilegios infernales y códigos apocalípticos que podían incitar a sus muchachos a una escalada de acciones malignas.
Back to the Beginning, el megaconcierto que se escenificó en el estadio Villa Park (campo del Aston Villa FC) de Birmingham, Inglaterra, el 5 de julio pasado, nos removió la conciencia en varios sentidos: nos recordó que en el fondo somos metaleros hasta la muerte y estamos convencidos de que el joropo tuyero es nuestro propio Trash Metal; el “satanismo” del rock no es sino una puesta en escena que genera dividendos y muy buena publicidad; y que en el fondo somos todos tan prescindibles que no tenemos más remedio que envejecer y morir, aunque sea con las botas puestas.
Así lo va haciendo Ozzy, quien luego de una extensa y brillante carrera musical, llena de polémicas y escándalos y una obra que en su conjunto le abrió la brecha a la trascendencia como artista, necesita detenerse ya porque el Parkinson, enfermedad que le diagnosticaron en 2020, está haciendo estragos degenerativos sobre su frágil cuerpo.
Eso sí, lo hizo a lo grande y como pocos: reunió a los tipos más duros del ambiente que sobreviven, desde Metallica hasta Ántrax, pasando por Tom Morello (guitarrista de Rains against the machine y director musical del concierto), Pantera y Guns N' Roses, entre muchos otros, para juntarlos en un ventetú estelar y hacerlos desfilar, durante cinco horas, sobre una tarima saturada de talentos.
Pero lo más sublime, además de la multitudinaria asistencia y la música que en cierto punto se volvió nostálgica, fue el reencuentro de los cuatro músicos originales de los Black Sabbath: además del cantante, el guitarrista Tony Lommi, el bajista Geezer Butler y el baterista Bill Ward, con quienes no se reunía desde 2005 cuando se reencontraron por última vez, luego de la despedida traumática de Ozzy Osbourne en 1979 por su “mal comportamiento”.
Lo hermoso de la metáfora que fue Ozzy en su despedida, es que nos demostró que podemos ser jóvenes por siempre, como cantaba Bob Dylan, así sea con un pie en la tumba y sin miedo al qué dirán. Y lo más enternecedor de esa tropelía de príncipes de la oscuridad: los más de doscientos millones de dólares que recaudaron por concepto de entradas y derechos de transmisión vía streaming del concierto, lo donaron a tres organizaciones benéficas para ser distribuidas entre hospitales y centros de atención para niños.
¡Larga vida al metal!
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta