11/09/25. Era un viernes cualquiera. La sala de redacción a reventar. Todo el mundo pateando la molienda y quien escribe, taladrado por la angustia, temiendo el peor escenario entre tantos mensajes apocalípticos de una invasión armada yanqui, como una pesadilla que no pudimos intuir en la época en que el punk nos hacía cantar himnos contra los gringos antes de tener una auténtica postura política e intelectual.
....la música, como los buenos recuerdos, siempre encuentra la forma de regresar... entre lágrimas, riffs y recuerdos, entendí que hay cosas que no envejecen. Como la irreverencia del rock and roll.
Alguien avisó desde alguna esquina de la virtualidad, que la vaina ya estaba en YouTube. Pensé en cualquier cosa, incluyendo los videos de la invasión, pero lo que no sabía era que estaba a punto de vivir una epifanía sonora.
Allí estaba. Como un fantasma que se rehúsa a morir: Sentimiento Muerto – En Vivo NYC 1990. Parpadeé, me estrujé las lagañas y me armé de audífonos y nostalgia mientras el periódico bullía. ¿CBGB? ¿1990? ¿¡Remasterizado!? Mis dedos temblorosos apenas atinaron a presionar el “play” digital antes de que mi corazón hiciera un solo de batería.
Manos frías comenzó a sonar, y de pronto el In Copy dejó de importar. Fui transportado a una noche de febrero de 1990, cuando con mi banda de entonces, Desconcierto, envenenaba los acordes de La isla desierta, nuestro único y lejano éxito de una radio de pueblo, soñando con escenarios míticos como el CBGB. En ese entonces, Sentimiento Muerto era más que una banda: era el evangelio contestatario de toda una generación que creía que la rabia nos podía salvar.
Mientras escuchaba Nada sigue igual me acomodé sobre mi silla ergonómica, me quité los lentes para la presbicia y descargué tremendo solo invisible de guitarra como el Cayayo que nunca fui. La redactora del frente, una chamita de veinte años, me miró como se mira a un abuelo decadente, y la de al lado, roquera incipiente, sonriendo con una mezcla de ternura y compasión: “¿Otra vez tú con tus cosas de los ochenta?”. Pero yo estaba en Nueva York, sudando bajo las luces del CBGB como uno de los Ramones, con la voz de Dagnino retumbando en mi pecho y resistiéndome a morir, mucho menos a olvidar.
La grabación, rescatada por el mítico guitarrista “Pingüino” Echezuría y el baterista inicial de la banda, Alberto Cabello, había estado guardada en un casete como un mensaje en una botella lanzada al futuro. Ahora, gracias a la magia de la remasterización y el amor de los fans, regresó a la vida con temas que olían a cuero, cerveza barata y revolución adolescente.
Lloré un poquito, intentando que las muchachas no me vieran. No como quien ve una película triste, sino como quien se reencuentra con su yo adolescente, enamorado de la magia de Resiste, una canción hecha con furia y genio, una consigna que hice personal a partir de la obra de esos carajitos que volaron mi cerebro cuando apenas comenzaba a hacerme impertinente gracias a mi estigma de rara avis; esa que me hace creer aún que el mundo puede cambiar con tres acordes y unos pantalones rotos. Lloré porque el CBGB ya no existe, porque Sentimiento Muerto se disolvió cuando aún estaba muy joven para el desamor, y porque el punk —aunque nunca muere— a veces se esconde en los rincones del alma donde se apoltronan los dolores reumáticos.
Pero también sonreí. Porque Sentimiento Muerto, inaudito, estaba vivo. Porque la música, como los buenos recuerdos, siempre encuentra la forma de regresar. Porque, aunque ahora mi guitarra está abandonada en una esquina polvorienta mientras mis hijos se decantan por el piano, el cuatro, el jazz y el repertorio tradicional venezolano, sentí que supe legar cierta actitud en las almas irredentas de los carajitos que ayudé a traer al mundo. Y así, entre lágrimas, riffs y recuerdos, entendí que hay cosas que no envejecen. Como la irreverencia del rock and roll.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta