24/10/25. Hace diez años, cuando entré por primera vez a las oficinas de Épale Caracas en el corazón de la ciudad, el reguetón era poco menos que una plaga sonora. Una herejía musical. Una afrenta al oído, al lenguaje, al buen gusto. En los corrillos de melómanos y “gente decente” lo decíamos sin pudor: “eso no es música, es ruido con autotune”. Las letras (lo que se lograba entender) eran un catálogo de misoginia, onomatopeyas sexuales y rimas que harían llorar a cualquier profesor de literatura. El reguetón era el enemigo y Bad Bunny, su profeta.
...constato, con asombro y algo de vértigo, que el mundo cambió. Que el español se defiende hoy con flow, que la lengua se viraliza en TikTok, y que quizás el arte ya no necesita nuestra aprobación para existir.
Una década después, me perturba leer que Benito Antonio Martínez Ocasio, alias Bad Bunny, ha sido reconocido en el X Congreso Internacional de la Lengua Española en Arequipa como “el hispano que más ha defendido el español en 2025 en todo Estados Unidos”.
El elogio no vino de un fan adolescente, sino de Luis Fernández, presidente de Telemundo, en un panel sobre el futuro del español en Estados Unidos. Citó la coherencia del “Conejo Malo” al mantener el idioma en sus conciertos, entrevistas y hasta en el Super Bowl 2026, donde —a despecho de Trump— retó a la audiencia a aprender español.
¿Nos volvimos más tolerantes, más tontos o más programables?
No es sólo Bad Bunny. Es el mundo. Es la cultura pop convertida en política lingüística. Es el algoritmo decidiendo qué es arte, qué es tendencia, qué es verdad. En estos diez años, la línea entre lo culto y lo popular se ha vuelto tan difusa como una story de Instagram. Y mientras tanto, la inteligencia artificial nos sugiere canciones, corrige nuestros textos y hasta nos dice qué pensar.
¿Será que nos rendimos ante el trending topic? ¿O que la cultura ya no se mide por profundidad sino por alcance?
Ahí funciona el lugar común: ¿Debemos observar al reguetón como caballo de Troya? Quizás el reguetón no cambió tanto como nosotros. Quizás siempre fue un espejo incómodo de lo que somos: contradictorios, ruidosos, sensuales, deslenguados. Quizás Bad Bunny entendió algo que nosotros no: que el idioma no se defiende desde la Real Academia, sino desde el escenario de un show como el Super Bowl, con millones de gringos coreando “me porto bonito” sin saber qué están diciendo. Y eso, nos guste o no, también es poder cultural.
Epílogo con beat
No estoy aquí para canonizar a Bad Bunny. Pero tampoco para seguirlo crucificando. Sólo constato, con asombro y algo de vértigo, que el mundo cambió. Que el español se defiende hoy con flow, que la lengua se viraliza en TikTok, y que quizás el arte ya no necesita nuestra aprobación para existir. Así que sí: hace diez años creíamos que el reguetón era una ofensa. Hoy, el reguetón nos da lecciones de identidad. Y yo, que aún prefiero a Rubén Blades, Gualberto Ibarreto o a Metallica, no puedo evitar mover la cabeza al ritmo de una auténtica paradoja.

POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta