30/10/25. Si una crónica es un cuento que es verdad, según Gabriel García Márquez, y viene un tipo ahí a decirte, por escrito además, que eso que parece mentira es verdad, una duda. Bueno, Aquiles Silva es así. El señor viene... bueno, no venía, porque estaba sentado; pero viene igual con ese no sé qué que hace que uno tenga que detenerse y escucharle un momento.
Aquiles Silva... con su camisa distinta, su barba distinta, sin que por ello se distinga, porque eso sí te tiene el Silva: tiene el don de desaparecer sin que se sepa cuál rumbo tomó, y aparecer, por supuesto, en el amanecer...
Un tatuaje es un tatuaje, señor Silva. He visto un poco cómo la gente se los hace, los que saben y los que no; jamás una aguja otra ha horadado mi piel, ahora que en el taller de Periodismo Científico la profesora habló de las palabras domingueras y hoy es domingo y a las cuatro de la madrugada me desperté con las explosiones de los fuegos artificiales porque este domingo 19 de octubre, ya José Gregorio es oficialmente San José Gregorio Hernández y Santa Carmen Rendiles. En Roma hoy pasó de todo entre venezolanos y venezolanas. En Caracas, son las tres y pico de la tarde, y como en Roma, pasa todo entre Gradillas y San Jacinto.
Aquí les cuento
Aquiles Silva, entonces, sentado más cerca de San Jacinto que de Gradillas, con su camisa distinta, su barba distinta, sin que por ello se distinga, porque eso sí te tiene el Silva: tiene el don de desaparecer sin que se sepa cuál rumbo tomó, y aparecer, por supuesto, en el amanecer; Silva no estaba solo; su buena compañía se ausentó y entonces, sentado más allá que de acá, camisa blanca y barba igual, pero coño, y qué oportuno el coño, las dos son distintas a todas las demás. O son vainas mías porque me convenció de que el cuento, digo, la crónica, con el asunto del tatuaje, pasó de verdad. Así, las barbas y las camisas de él, siendo él mismo siempre, son distintos en Valle Guanape, en el océano, en la juventud, en las plantas de los pies, en las arrugas, en la memoria, en los ríos y, por supuesto, cuando ya no quieres enumerar: pare usted de contar.
Nos quedamos solos un momento. De repente, empezó como a escribir, y no escuchaba sus palabras sino que las leía y hablaba y hablaba y yo leía y leía y según la ciencia, algo pasó en el cerebro que se usa para leer, cuando se usa.
Y lo que pasa, entre otras cosas, es que ves. Y Silva, escribiendo como hablaba, enseñaba el mar y el aceite quemado, el sudor y un peñero reventado, la caricia y el llanto calmado. Pero, eso del tatuaje…
La porfía
“Una columna que nadie lee”. Parece una especie de eslogan, de eso que va después del título, que en este caso, sería un subtítulo, o antes, etcétera. Pero si usted le dice a Aquiles Silva que escriba una crónica, y le repite lo mismo a Aldemaro Barrios, Fidel Barbarito, Ivonne Thompson, Sarah Espinoza, Ana Cristina Bracho, Beatriz Aiffil, Penélope León Toro, Malú Rengifo y otros que no han entregado y otros que quizás no lo hagan; entonces, usted reúne todas las crónicas, y le dice a Félix Gerardi que haga unas fotos y a Carlos Cova que corrija y a Yeibert Vivas que diseñe y a Dannybal que imprima, bueno, entonces, usted, si primero habló con Mosquito, y este lo pensó y lo pensó y después de tanto lugar común, y la vida y la muerte, Mosquito te da los reales para hacer un libro, usted tiene que hacerlo. Y punto.
Un pequeño detalle: cada libro va a costar, depende del día en que lo paga, cuatro mil cien bolívares. O cuatro mil doscientos. O cuatro mil doscientos catorce. O cinco mil. O cinco mil diez. O cinco mil ciento once, y así. Por eso, algunas personas prefieren decir: son veinte dólares, al cambio del día.
Es mejor comprarlo antes de que se presente en la Feria del Libro de Caracas.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1
FOTOGRAFÍA NATHAN RAMÍREZ • @nathanfoto_art