26/11/25. En la historia política, pocas herramientas han demostrado ser tan eficaces y devastadoras como la mentira. Hoy, Venezuela es señalada por el risible agente naranja que gobierna a la primera potencia mundial, como epicentro del narcotráfico que afecta a Estados Unidos. Sin embargo, las investigaciones más objetivas muestran otra realidad: Venezuela no es el origen de las drogas, sino un puente de tránsito que el gobierno se esmera en combatir. Los datos desmienten que el país sea el "corazón" del problema. Pese a ello, esta acusación ha servido de justificación para desplegar buques de guerra, submarinos y aviones de vigilancia en el Caribe, bajo la bandera de combatir el “narco-terrorismo”. Por lo tanto, la etiqueta de enemigo se construye, y con ella la posibilidad de una intervención armada.
La acusación contra Venezuela, un flagrante acto de injerencia, también es un ejemplo de cómo la ficción se transforma en arma de guerra, legitimando maniobras militares, sembrando miedo en la región...
El conocimiento nos recuerda que la verdad ha sido considerada desde Sócrates hasta Kant como una condición superior de la humanidad, un principio rector de la racionalidad. Pero en la era de la Inteligencia Artificial, la metadata y las redes sociales, la mentira ha adquirido una velocidad aplastante. Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Hitler, sostenía que una mentira repetida mil veces se convertía en verdad. Hoy, esa repetición ya no necesita mil intentos: basta con que dos plataformas digitales la reproduzcan para que se instale como certeza en la opinión pública. La mentira se ha convertido en un algoritmo que se retroalimenta, multiplicándose en segundos y colonizando la percepción colectiva.
Este fenómeno es más que político: es ontológico. La verdad, que históricamente se defendía como un valor universal, se ve arrinconada por la inmediatez de la posverdad. La racionalidad, que debería guiar las decisiones de los pueblos, queda sometida a la lógica de la propaganda digital.
La acusación contra Venezuela, un flagrante acto de injerencia, también es un ejemplo de cómo la ficción se transforma en arma de guerra, legitimando maniobras militares, sembrando miedo en la región y encandilando aún más, si es que eso es posible, a una parte de la población que justifica semejante acto de violencia.
La situación es abrumadora: frente a la velocidad de la mentira, la verdad parece lenta, pesada, incapaz de competir. Argumentar muchas veces se nos vuelve tan complejo como tratar de definir cuánto pesa el amor o por qué un poema es un bello poema.
Pero la verdad no es un dato efímero, sino una circunstancia superior que sostiene la dignidad humana. Defenderla implica resistir la tentación de aceptar como real lo que sólo es viral. En este tiempo de algoritmos y propaganda, la tarea más urgente es recuperar la verdad como fundamento de la política, porque sin ella la humanidad se precipita hacia un abismo donde la mentira no sólo gobierna, sino que es capaz de matar.

POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta