09/03/2023. Hay un libro casi con nombre de bolero, como el de Oswaldo Farrés, Toda una vida” pero no, el libro se llama Gabriel García Márquez. Una vida, del autor inglés Gerald Martín. Muchos de mis lectores, en especial la más asidua Elizabeth Patiño, seguramente recuerdan mi viaje por quince días a Cartagena con Gustavo García Márquez, y mi convivencia con toda la familia durante ese privilegiado tiempo, lo que no saben es que mis pretensiones de escribir sobre aquella historia se frustraron cuando me compré este libro, y entendí que mi pequeña aventura nada tenía que ver con aquella sólida investigación, ¡la mejor de todas escritas!
El cuento es que hurgando para esta serie del bolero y El Gabo, al fragor de mis investigaciones, encontré una referencia al libro de Gerald, y lo retomé de mi biblioteca. Pues muéranse, Gabito cantaba boleros desde carajito, estudiando primaria en el Colegio Cartagena de Indias participó en un concurso radiofónico de talentos cantantando el vals El Cisne, pero peló el primer premio de cinco pesos porque quedó de segundo. Y no sólo eso, tocaba la guitarra, episodio que aún no he logrado capturar, ni el dónde, ni el cuándo ni el cómo, pero ya en el Colegio San José de Barranquilla tomó fama de buen cantante, pero le faltaban dotes de bailarín, que adquirió gracias a José Palencia, hijo de un terrateniente… “músico de talento y un gran parrandero (bebedor, cantante, seductor) con quien Gabito entablaría una buena amistad que se prolongaría durante sus años en Bogotá”.
A todas éstas, ya Gabo había superado las marañas de la iniciación sexual, desde la sórdida sesión pautada por su padre en el burdel local, “La hora”, pasando por la sucesión de muchachas que le procuró su hermanastro Abelardo en Sucre, hasta que en 1942, a los quince años conoció a Martina Fonseca, “casada con un “negrazo” de más de un metro ochenta, práctico de un buque”, y durante sus ausencias laborales, los adolescentes vivieron “un amor secreto que ardió a fuego loco, por el resto del año escolar”. A los meses, Martina le dijo que se debía ir a otro sitio a estudiar, porque “Así te darás cuenta que lo nuestro no será nunca más lo que ya fue”.
Se marchó llorando y a su regreso anunció que no pensaba volver al Colegio San José, ni a Barranquilla. Y su madre Luisa Santiaga sentenció: “Si no es allá, tendrá que ser en Bogotá”.
POR HUMBERTO MÁRQUEZ • @rumbertomarquez
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ • 0424-2826098