04/04/2023. A pesar del título tendencioso me pareció importante reflexionar en torno a la dichosa preguntita que nos hacemos todos quienes seguimos entre nuestras fronteras geográficas, y que también inquieta a quienes -motivados por la diáspora- se han ausentado.
Aclaremos previamente que ninguna visión individual puede ser concluyente, menos de un tema tan complejo como la trama de sucesos económicos y políticos de nuestra historia contemporánea tras reconversiones, sanciones, crisis, covid, despedidas y retornos. Estamos en el 2023 y seguimos tan necios como quien dice: “no estés triste, todo mejorará” y el calificativo aún más necio con el que nos señalan como un pueblo resiliente.
Puede considerarse un estado constante de depresión, ser resiliente se sobrelleva un día a la vez, y otro con mejor o peor humor. Muchos han retornado de su escape a la crisis, ya que aún gozamos de una educación gratuita y derecho a la salud. Sin embargo considerando las condiciones de estos servicios habrá quienes digan que no vuelven al país ni de vaina.
Sigue la crisis de vialidad, del agua y de acceso a otros medios básicos de vida, pero creo que de unos años para acá la motivación de las y los venezolanos, y su empeño en no pasar roncha, hizo que muchos seamos algo parecido al hombre orquesta, tenemos mil empleos para poder sustentar nuestras vidas y esto no es una mejoría, es sólo un mecanismo de defensa ante la desesperación que se siente al tener vacía la nevera.
Pero hay también otros venezolanos residentes salidos quién sabe de dónde, que gozan de una categoría propia. Hablando con un amigo me decía que sentía que Venezuela era igual a un plato de sopa en donde las y los pobres somos el caldo y en los bordes se ha consolidado una Venezuela premium, categoría que resuena en cada calle y que se usa para describir aquellos a quienes no les duele el bolsillo al comerse cada día una hamburguesa equivalente a 10$. Quienes aún compran en el recién abierto Sambil de La Candelaria ropa de marca. Aquellos sin rostro dueños de edificios altísimos y de lujo que aparecieron como producto de la ingenieria alienígena en sectores de la ciudad, como Las Mercedes.
Y es que la situación del país es de antagonismos de clase, como quien se contenta por comer dos perros calientes equivalentes a un dólar, contra estos otros antes mencionados que a bolsillos llenos abundan en tiendas, se dan viajes en yate, y tienen el último Iphone.
A veces me pregunto, ¿cuándo estas brechas dejarán de ser tan abruptas? En Venezuela el ingenio abunda y como quien dice, hay quien llora y hay quien vende pañuelos, hay quienes sólo pueden vivir del Clap, hay quienes gastan en Farmatodo el equivalente a diez salarios mínimos en una sentada, hay quien compra cosas de un dólar afuera y viene y te las clava en diez veces su precio. El bachaqueo que tanto aborrecimos en un primer momento ha sido naturalizado hasta un punto en donde quien te hace una vuelta siempre se gana algo si su gestión implicó un trabajo. Con esto no digo que sea bueno, pero seguimos desdeñando a quien a punta de amigo y contacto desangra un bolsillo, un ministerio o a la nación con o sin cargo público.
Una pregunta que queda sin respuesta y que suena más a desahogo pero ¿dígame usted si no hay quien está regresando al país?, ¿si las calles no se han llenado de emprendimientos? Esto no va de economía. Lo que si se arregló fue la motivación de cada uno de nosotros por surgir y quedarnos en el calor de nuestra gente, en el abrazo de nuestra familia. Con nosotros también se queda la tristeza al pensar en esa o ese amigo en gringolandia, Latinoamérica, o en países de Europa que se siente más solo que la una, y que llora secándose las lágrimas con un sueldo mejor que los de aquí.
POR MARÍA ALEJANDRA MARTÍN • @maylaroja
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ