30/03/23. El bolero siempre anduvo por ahí, tanto en declaraciones específicas como las menciones de sus dos memorias, el único texto que quedó del intento autobiográfico y la de las putas tristes. En Vivir para contarla, el intento que no pudo continuar, precisamente cuenta: “Bailamos la serie del Mambo Nº 5 de Dámaso Pérez Prado. Con el aliento que me sobró me apoderé de las maracas en la tarima del conjunto tropical y canté al hilo más de una hora de boleros de Daniel Santos, Agustín Lara y Bienvenido Granda. A medida que cantaba, me sentía redimido por una brisa de liberación”
Aunque las referencias no sean las mejores de Memorias de mis putas tristes en la que Gabriel García Márquez cuenta la historia de un longevo periodista que, al cumplir noventa años, decide celebrar su aniversario con una jovencita virgen de catorce años. Para obtenerla recurre a su antigua conocida, la madame Rosa Cabarcas, dueña de un prostíbulo que frecuentó durante muchos años, el bolero también está presente a lo largo del relato: “En el traspatio, donde empezaba el bosque de árboles frutales, había una galería de seis alcobas de adobes sin repellar, con ventanas de anjeo para los zancudos. La única ocupada estaba a media luz, y Toña la Negra cantaba en el radio una canción de malos amores. Rosa Cabarcas tomó aire: El bolero es la vida. Yo estaba de acuerdo, pero hasta hoy no me atreví a escribirlo".
En otro pasaje y al fragor de su idilio con la joven Delgadina: “Cantábamos duetos de amor de Puccini, boleros de Agustín Lara, tangos de Carlos Gardel, y comprobábamos una vez más que quienes no cantan no pueden imaginar siquiera lo que es la felicidad de cantar. Hoy sé que no fue una alucinación, sino un milagro más del primer amor de mi vida a los noventa años".
Y más adelante en un encuentro casual con Casilda Armenia, un viejo amor de a tres por cinco que le había soportado como cliente asiduo desde que era una adolescente altiva, escucha lo más parecido a un bolero: “No te vayas a morir sin probar la maravilla de tirar con amor”, y finalmente el reposo del guerrero: “Cuando se me acabó la esperanza me refugié en la paz de los boleros. Fue como un bebedizo emponzoñado: cada palabra era ella. Siempre había necesitado el silencio para escribir porque mi mente atendía más a la música que a la escritura. Entonces fue al revés: sólo pude escribir a la sombra de los boleros. Mi vida se llenó de ella. Las notas que escribí aquellas dos semanas fueron modelos en clave para cartas de amor. El jefe de redacción, contrariado con la avalancha de respuestas, me pidió que moderara el amor, mientras pensábamos cómo consolar a tantos lectores enamorados”.
POR HUMBERTO MÁRQUEZ • @rumbertomarquez
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ • 0424-2826098