04/05/2023. Hablando de apagones y cortes de luz, -a quien no le hayan cortado la luz alguna vez, que tire la primera bombilla-, es un suceso que pasa hasta en las mejores familias, aunque en las de bajos recursos pasaba con mayor frecuencia, por eso vale retomar el relato de Orlando Oliveros para Centro Gabo… Como a muchas familias pobres de antes y de ahora, a la de Gabriel García Márquez también le cortaban la luz. En 1939, recién mudados a Barranquilla, Gabriel Eligio García abrió una farmacia pero el dinero escaseaba: “Bajo esas circunstancias, no era extraño que se venciera el recibo de la electricidad.
En las noches, mientras los vecinos gozaban de sus bombillas incandescentes, los García Márquez se congregaban en el patio a oscuras. Esos eran los momentos en los que Gabriel y Luis Enrique, los dos hijos mayores, cantaban boleros para distraer a la familia. Se sabían todo el repertorio de Miguelito Valdés con la Orquesta Casino de la Playa y el de Toña la Negra cuando entonaba las letras de Agustín Lara. Aunque en la casa no podían darse el lujo de comprar una radio, habían memorizado aquellas canciones gracias a la radio que había en la tienda de la esquina. Quienes alguna vez los escucharon cantar, decían que tenían los oídos de un músico y las voces adecuadas para astillar corazones con dos o tres serenatas”.
En entregas anteriores comentamos cómo por copiarle un bolero para su novia a un pasajero que resultó ser Adolfo Gómez Támara, director nacional de becas, que le rescató de aquella inmensa cola y lo envió al Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá, donde una vez más el bolero lo volvió a salvar. En el ya citado texto Gabriel García Márquez, el bolerista, Orlando Oliveros Acosta cuenta que, en la asignatura de Inglés, por ejemplo, a García Márquez le costaba entender al profesor, pero cantaba boleros con él en los recreos: “Hice lo mejor que pude en los sopores de las clases y en el examen final”, confesó varias décadas después, “pero creo que mi buena calificación no fue tanto por Shakespeare como por Leo Marini y Hugo Romani, responsables de tantos paraísos y tantos suicidios de amor”.
Hasta en Estocolmo, después de uno de los brindis de la entrega del Nobel de Literatura, cuenta Gerald Martin, uno de sus biógrafos, que pasaron al salón dorado del primer piso y que al dar comienzo al baile con un vals y danzas del norte de Europa, “inesperadamente, dio paso a Bésame mucho, Perfidia y otros boleros”.
POR HUMBERTO MÁRQUEZ • @rumbertomarquez
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ • 0424-2826098