Nuestra participación en las recientes olimpiadas superan las expectativas. Un medallero histórico que habla de un país que se crece ante la adversidad
Por Marlon Zambrano • @marlonzambrano / Fotografías Archivo
Uno se imagina que la portuguesa Patricia Mamona, la bella morena que le mordió los talones a nuestra Yulimar Rojas para quedarse con la medalla de plata en la prueba de salto triple femenino, se traslada cada mañana en limosina a su pista de entrenamiento a las afueras de Lisboa, donde la espera una corte de querubines que le tocan la lira mientras la alzan en vuelo hasta superar los 15 metros del brinco.
Lo mismo piensa uno de Fares El-Bakh, el de Qatar que le robó la de oro a nuestro Keydomar Vallenilla en la categoría de 96 kilogramos, al impulsar la vara horizontal de sus pesas con un portentoso empujón de pipí que incluso se pudo apreciar en primer plano, cuando el camarógrafo japonés enfatizó la toma donde se observa claramente el apalancamiento de su miembro. No es difícil suponerlo derrapar su Ferrari rojo sobre el pavimento de una calle de la capital Doha para luego ser ovacionado, junto a su pene, por una multitud derretida de admiración.
Hasta un hecho que podría parecer superficial, la transmisión televisiva de los juegos, fue víctima de las agresiones
Uno piensa en casi cualquier atleta de la élite mundial y lo imagina escoltado por las prerrogativas y el amparo que bien merecen sus esfuerzos, pues si hay una neutralidad indiscutible en casi todas las guerras, esa es la del deporte.
Casi: la guerra contra Venezuela no conoce de treguas. Hasta un hecho que podría parecer superficial, la transmisión televisiva de los juegos, fue víctima de las agresiones debido a las sanciones económicas contra el país. Como lo denunció el mismo presidente Nicolás Maduro, Venezuela pagó los derechos para la transmisión de los Juegos Tokyo 2020, pero la persecución financiera de los bancos impidió a la comisión organizadora cobrar nuestro dinero.
El tema se convirtió en un asunto de estado y fue comisionada la vicepresidenta de la república, Delcy Rodríguez, para estar al frente de una campaña de denuncias por “persecución bancaria y financiera contra el derecho de los venezolanos a recibir la señal de los Juegos Olímpicos de Tokyo por el empeño imperial de Estados Unidos de perseguir todas las cuentas de Venezuela”, al tiempo que el ministro de Deportes, Mervin Maldonado, se instaló en Japón para gestionar la liberación de nuestros recursos a favor de la señal satelital, que finalmente retransmitió el canal de señal abierta Tves.
En esta etapa de la guerra asimétrica, todos los frentes parecen estar abiertos para la ofensiva
Hasta el nazismo alemán, con Hitler a la cabeza, mostró un poco de “piedad” al organizar las Olimpiadas de Berlín en 1936, admitiendo la participación de los enemigos del Tercer Reich, acogiendo a los atletas de todo el mundo, y viendo cómo sus pretensiones supremacistas eran destronadas cuando un negro norteamericano, Jesse Owens, frente a sus caucásicos ojos exorbitados, se adjudicaba cuatro medallas de oro en las pruebas de atletismo.
Era otra época y el descaro aún era políticamente incorrecto. En esta etapa de la guerra asimétrica, todos los frentes parecen estar abiertos para la ofensiva, y si bien nuestros atletas lograron lo impensable en materia de laureles, cada triunfo amerita todas las celebraciones pues se alcanza luego de enfrentar al Goliat de la mitología bíblica, la metáfora que explica la lucha de los débiles contra los poderosos.
Nuestros “tierrúos”
43 atletas, pocos para una comitiva nacional, constituye una cifra baja para las delegaciones que ha legado la Revolución Bolivariana a las olimpiadas durante los últimos años. Mucho menos que los 86 de Río de Janeiro 2016, los 69 de Londres 2012 y aún menos que los 108 atletas de Pekín 2008, cuando empezábamos a mencionarla como la “generación de oro” y a soñar con convertirnos en una potencia deportiva del orbe, tipo Cuba.
No obstante, nuestra ambición de éxito, nutrida por el aislamiento del coronavirus y las circunstancias extraordinarias de luchar contra un monstruo de mil cabezas, nos permitió ver la gloria: tres medallas de plata y una de oro, además de varios diplomas de participación por exhibirnos entre los primeros diez lugares de entre los mejores del planeta.
Pero además, se trata de una lucha contra los fantasmas internos: el desprecio político trasladado al odio racial y de clases, que ha llevado a una franja del país a observar el triunfo de los nuestros como el éxito de una parcialidad política, el chavismo, y así justificar sus maledicencias y negar que se trata del triunfo del país entero.
Yulimar, Keydomar, Yusleidy, Naryury, Anriquelis, Elvismar, Claudymar son algunos de los nombre de nuestros representantes deportivos, que como no tienen ni santoral católico y denotan orígenes humildes y remotos, desde La Guaira hasta la Cota 905, han removido las bajas pasiones de la burguesía y la clase media que aún encuentra fascinación por los estigmas barriales y acusa a nuestros delegados de “tierrúos” y “monos” como una forma de reducirlos por su condición socioeconómica.
Tras el salto infinito de Yulimar Rojas, las piruetas ciclísticas de Daniel Dhers, y el envión y resistencia de Julio Mayora y de Keydomar Vallenilla en las pesas, Venezuela contuvo el aliento, sorprendió al mundo y revivió las esperanzas en medio del desasosiego que constituye la crisis sanitaria mundial, el saboteo económico, las precariedades en los servicios públicos y al acceso a la cesta básica de alimentos, además de un largo etcétera que suma aristas en un país atacado por distintos frentes.
Pero no solo los máximos galardones de la competición trasmitieron alegría. Nuestras diplomadas Anriquelis Barrios en judo, Yusleidy Figueroa y Naryury Pérez en halterofilia, y Robeilys Peinado en salto de garrocha nos anestesiaron el corazón con su destreza, su belleza y la certeza de que la mujer venezolana sigue dando la cara por Venezuela en todos los espacios de la vida pública y privada.
Y por si no fuera suficiente, un ejemplo extraordinario y pasmoso de disciplina: Ahymará Espinoza, nuestra representante en lanzamiento de bala femenino, una barloventeña que guerreó prácticamente sola, siendo su propia entrenadora, hasta clasificar heroicamente para Tokyo 2020 donde si bien no obtuvo medalla ni diploma, se codeó con las de mayor ranking del mundo.
La premonición
No es difícil imaginarse, en ese contexto de dificultades, la peripecias de cualquier atleta para forjarse en el país. No solo el mantenimiento y acondicionamiento de las instalaciones deportivas, sino el acompañamiento, seguimiento y atención personalizada de los competidores en los distintos entornos donde necesita seguridad para concentrarse en cada desafío clasificatorio y en el propio torneo olímpico.
Aun así, por ejemplo, el Gobierno Bolivariano se esforzó en mantener las normas elementales de bioseguridad de los atletas criollos al cubrir el 100% de la vacunación de nuestros representantes, a pesar de que el Comité Olímpico Internacional señaló que no era obligatorio este requisito para viajar a Japón.
Para el gobierno nacional significó, desde un principio, un reto: no solo hacer todos los esfuerzos por llevar a nuestros atletas a la competición en óptimas condiciones, sino que, contra viento y marea, alcanzar los registros históricos que fueron posibles por el alto nivel de competencia de los criollos.
Las palabras del ministro para la Juventud y el Deporte, Pedro Infante, fueron casi premonitorias en enero pasado cuando declaró durante la misa del deporte: “este año estamos seguros que lograremos la meta de clasificados, y además tendremos la mejor actuación histórica de Venezuela en Juegos Olímpicos”.