27/04/2023. Tengo que confesar que en más de una ocasión, alguna de mis hijas me ha llamado la señora de las listas, y tienen razón. Desde niña siempre me gustó organizar mi trabajo, planear mis actividades elaborando inventario de tareas. Esto trajo como resultado que logré tener una cierta competencia para la planificación de los procesos. Cada vez que voy a emprender un nuevo compromiso (de empleo o de escritura), me obligo a esquematizarlo, verlo en un cuadro, convertirlo en una imagen mental que de una sola pasada de hoja me permita abarcarlo todo. Esta práctica me ha dejado provecho a la hora de concebir un libro de cualquier género en los que escribo: novela, cuento o poesía.
Si me ha dejado resultados positivos, creo que a otros pueda ocurrirle igual (no me vengan a decir que ciertas condiciones aplican). Solo es cuestión de entrenar, como se entrena para tallar el cuerpo. Entonces vamos a ello.
Las obsesiones temáticas
Hay escritores obsesionados con unos pocos temas y hacen de estos el núcleo de desarrollo de su obra. Utilizan enfoques diferentes, épocas lejanas (en pasado o a futuro), pero siempre le dan la vuelta al mismo recurso. Lo maravilloso de este ejercicio es que deben hacer uso de una gran imaginación para no repetirse. Por ejemplo, hay quienes escriben acerca de ciudades determinadas, la propia o las nunca visitadas. También de trenes, barcos, circos, mundos distópicos, asesinos en serie y muchos más. Te sería de utilidad enumerar tus contenidos preferidos para planear tus próximos proyectos de escritura.
Las obsesiones de conducta
Hay quienes necesitan tener a mano un enorme termo de café, o comer ingestas cantidades de frutas durante sus sesiones de escritura (Immanuel Kant). Otros obsesionados con la presencia de una flor, de un color específico en la mesa de trabajo (Gabriel García Márquez). Se sabe que algunas se obsesionan con ciertas fechas para emprender con éxito una novela planeada (Isabel Allende). También los que se estimulan yendo a ciertos lugares inspiradores: cementerios o morgues (es el caso de Dickens, por ejemplo). James Joyce se ponía una bata blanca, porque como escribía de noche, reflejaba mejor la luz sobre sí mismo. Scott Fitzgerald lo hacía bebiendo alcohol. T.S. Eliot con la cara pintada de verde. Víctor Hugo se desnudaba mientras creaba Los miserables. Hemingway venció el terror a la hoja en blanco con una simple argucia de escritura: dejaba de escribir cuando sabía por dónde seguiría su historia.
¿Te has puesto a observar cómo te preparas para iniciar cada sesión de trabajo? Gracias por acompañarme hasta aquí.
Ñapa: Hoy quiero recomendar un cuento que significó mucho para reafirmar uno de los temas que me obsesionan: El viento distante, de José Emilio Pacheco.
POR ESMERALDA TORRES • @esmetorresoficial
ILUTRACIÓN ENGELS MARCANO • cdiscreaengmar@gmail.com