18/05/23. Ahora sí, voy a cerrar esta serie porque va más larga que viento de culebra, aparte que me pasa lo mismo que a García Márquez cuando no pudo escribir un bolero, y a mí la frustración de no haber escrito aquellos quince días que pasé en la casa de los García Márquez, en aquel viaje memorable con su hermano Gustavo, después que vi aquellos libros de Dasso Saldívar, Gerald Martin e incluso el libro de Silvia Galvis, que hasta el título que había en la mesa también se lo llevó. Los García Márquez que era mi título tentativo, y más nunca quise pensar en el asunto, salvo la entrevista que le hice en el festival de Cannes, que salió en un diario de República Dominicana, y otra que se perdió con todo y grabador, que dejé olvidado en el casino del Hotel Caribe, una sortaria noche de ruleta.
Nunca fue un gran bebedor, pero si un fornicador discreto, y era el único que no tenía donde vivir. Hay un episodio que narra el inglés Martin, que seguramente dio origen aquella historia del burdel como el mejor sitio para vivir un escritor, porque en la mañana a la hora de escribir, las putas estaban durmiendo. En realidad fue William Faulkner quién lo refirió a Paris Review… “Por las mañanas hay silencio, y por las noches hay jolgorio, licor y gente interesante con quien hablar”.
Se llamaba Residencias Nueva York, quedaba en un edificio de cuatro plantas, al que Alfonso Fuenmayor bautizó el “Rascacielos”, y lo administraba la madame Catalina La Grande, en la calle Real de Barranquilla o “Calle del crimen”, como se le conocía, cerca de la plaza Colón. Allí alquiló un cubículo de tres metros cuadrados por un peso y medio la noche, y se hizo amigo de todas las meretrices, una de ellas María Encarnación; le planchaba semanalmente los dos pantalones y las tres camisas que tenía. Allí vivió casi un año y “trabó amistad con las prostitutas, e incluso les escribía cartas. Ellas le prestaban jabón, compartían con él su desayuno, y de vez en cuando él les correspondía cantando algún que otro bolero…”
Las historias de Gabo en el “Rascacielos”, bastarían por si solas para otros capítulos de esta serie porque faltaron cuentos como aquel cuando “a veces no tenía dinero para pagar el alquiler, y entonces le daba en depósito al portero Dámaso Rodríguez, una copia de su último manuscrito”. O como diría su biógrafo Gerald Martin, para una descripción temprana del “Rascacielos” y sus habitantes, véase Plinio Apuleyo Mendoza, Entrevista con García Márquez, Libre (París), marzo-mayo de 1972.
No me voy sin antes contar que escribiendo para una conferencia sobre boleros para Lea 2.0, encontré en Centro Gabo El bolero en 7 frases de Gabriel García Márquez y otros textos que me animaron a escribir esta serie, que ya estoy loco por continuar en cuanto consiga el libro del periodista César Coca García, García Márquez canta un bolero: Una relectura en clave musical de la obra del Nobel colombiano.
No me queda más pues que despedir estas líneas, como diría el propio Gabo en entrevista con Ernesto McCausland, con “El bolero, el emperador del romanticismo de todos los tiempos en El Caribe”.
POR HUMBERTO MÁRQUEZ • @rumbertomarquez
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ • 0424-2826098