17/07/2023. Una de las grandes contradicciones de nuestra sociedad se transparenta cuando nos paramos a pedir ayuda desde el lado de acá del mostrador. Los caminos se bifurcan: uno de ellos apunta al eterno compadrazgo característico de la venezolanidad, y el otro se interna en los meandros de lo inaudito, cuando el que te “atiende” se niega, te confunde, te voltea los ojos, te regaña, y si puede te mete un coñazo.
Es el gran dilema que apuntaba Jung cuando afirmaba que todos llevamos un foco de luz y otro de sombra como duales constitutivos de la personalidad. “Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad” escribió el psiquiatra suizo que evidentemente nunca le pidió orientaciones para un trámite de Atención al Público de un ministerio caraqueño.
Llega un momento en que uno se abandona. Para bien o para mal liberas los instintos y vas dando tumbos, resignado frente a los miles de desenlaces a cuyas fuerzas aleatorias dejas tu destino. Es como cuando uno se deja arrastrar por la multitud del metro, que te mete y saca del vagón, te manosea las nalgas, te empuja en el andén muy cerca de la raya amarilla y al final te vende un bolibomba.
La atención al público es uno de los retos más emocionantes en la dura lucha por mantener la condición humana y no acabar canibalizando a alguien.
Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad”
Los servidores públicos son, por regla general, unos pequeños tiranos que ha hecho del engranaje institucional un artificio de relojería, imposible y misterioso, con capacidad implosiva, pues, al ser los que dan la cara frente al público en torno a la gestión de gobierno, han logrado desacreditar hasta el hartazgo los logros de la revolución bolivariana.
Hacer un trámite obligatorio es una carrera infernal en los vericuetos del absurdo normativo, el retraso incomprensible, las exigencias inhumanas, el maltrato burocrático.
Si usted necesita sacar la cédula, el pasaporte, buscar una solvencia, carta de buena conducta, apostillar, registrar, o visitar a su mujer que trabaja en la oficina tal, olvídese de orgullo y ética, y toda esa paja loca que está tan mal vista en nuestra sociedad cómplice. Más bien, jale bolas a mansalva, floree las uñas postizas de la secretaria, llévele un Toronto a la recepcionista y exalte la solvencia estética de sus bustos de silicona; juéguese una ronda de piedra, papel o tijera con el vigilante para que lo deje entrar, y armonice con el entorno ineficiente de esos maestros del disimulo. Y si logra al final una cita que parecía impostergable, no vaya ese día y ríase del sistema.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ